Artículos
Proceso de tratamiento
a víctimas del crimen organizado: Un estudio cualitativo centrado en la
experiencia de psicólogos clínicos
Process of treatment to victims of organized crime: A qualitative study focused on
the experience of clinical psychologists
Ariagor
Manuel Almanza-Avendaño1
manuelalmanzaavendano@gmail.com
Universidad Autónoma
de Baja California, México
Sergio Cáceres-Becerra2 sergiobecerra55@hotmail.com
Universidad Autónoma
de Tamaulipas, México
Anel
Hortensia Gómez-San Luis3
anelgomezsanluis@gmail.com
Universidad Autónoma
de Baja California, México
1Doctor en Psicología.
Profesor investigador, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Autónoma de
Baja California, México.
2Licenciado en
Psicología, Unidad Académica de Trabajo Social y Ciencias para el Desarrollo
Humano, Universidad Autónoma de Tamaulipas, México.
3Doctora en Psicología
Maestra en Terapia Familiar. Especialista en adicciones. Licenciada en
Psicología; por la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente e
investigadora en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Autónoma de
Baja California.
Proceso
de tratamiento a víctimas del crimen organizado: Un estudio cualitativo
centrado en la experiencia de psicólogos clínicos
Interdisciplinaria, vol. 37, núm. 1,
2020
Centro
Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental
(CIIPME-CONICET)
Los autores son titulares de los derechos
sobre sus producciones y ceden a la revista Interdisciplinaria el derecho a la
primera publicación de cada uno de sus trabajos.
Recepción: 27 Abril 2018
Aprobación: 14 Abril 2020
Resumen:
El crimen organizado representa una de las más graves
problemáticas a nivel mundial. No solo por el gran número de muertes violentas
y lesiones entre los grupos rivales y en la población general, sino por las
afectaciones en la salud mental de las personas que viven en ciudades con alta
incidencia delictiva. Las víctimas directas o indirectas del crimen organizado
suelen desarrollar diversos síntomas, dependiendo del tipo de delito y el grado
de violencia (intensidad y duración) a la que fueron sometidas, así como del
tipo de atención recibida después del ataque. Se presentan los hallazgos de un
estudio cualitativo sobre el proceso de atención a víctimas del crimen
organizado, desde la perspectiva de los psicólogos clínicos. El estudio fue
realizado en el estado de Tamaulipas, al norte de México. Su propósito fue
conocer las fases del proceso de atención y las estrategias clínicas
utilizadas, las reacciones cognitivas, emocionales y sociales generadas en los
terapeutas, las estrategias de autocuidado y las limitaciones contextuales.
Participaron ocho psicólogos clínicos de diferentes enfoques terapéuticos. Se
realizaron entrevistas individuales semiestructuradas y fueron analizadas con
el software Atlas.ti 7, en base a la Teoría
Fundamentada. Los resultados indican un proceso de atención con cuatro fases:
previa, inicial, tratamiento y cierre. El terapeuta emplea estrategias clínicas
específicas para cada fase del tratamiento y además desarrolla estrategias para
su autocuidado emocional y protección, debido a las condiciones de violencia en
el contexto local.
Palabras
clave: Psicólogos clínicos,
Intervención terapéutica, Víctimas, Crimen organizado, Métodos cualitativos..
Abstract: Organized crime
represents one of the most serious
problems worldwide. Not only because
of the large number of violent deaths and injuries among rival groups and in the general population, but also because of the mental health effects of people living in cities with a high
incidence of crime. The direct or indirect
victims of crimes such as homicide, kidnapping, extortion, human trafficking, robbery with violence, rape, among others, often
develop various symptoms depending on the type
of offense, the degree (intensity and duration) of violence to which they were
subjected, and the care (medical, psychological,
legal) received after the attack. This
paper presents the findings of a qualitative study on the process
of care for victims of organized crime from the
perspective of clinical psychologists. It was conducted in the state of Tamaulipas, in northern Mexico. The purpose of the study was to know
the phases of the psychological care process and the clinical strategies
used; the cognitive, emotional and social reactions generated in the therapists; the self-care strategies
used by psychologists,
and the contextual limitations
for care. Eight clinical psychologists from different therapeutic approaches participated. Semi-structured interviews were conducted and analyzed with the Atlas.ti
7 software, based on Grounded Theory. The results indicate a process of attention with four phases:
previous, initial, treatment and closure. In the previous phase,
participants identify adult men and women
as the main victims of organized crime who attend
therapy. Direct victims come for crimes such as kidnapping and extortion. Indirect victims are usually close relatives
of the direct victims and come for crimes such as homicide, forced disappearance and kidnapping. In the initial phase,
psychologists use the therapeutic alliance, rapport, empathy and the promotion of attachment to treatment. Psychologists with private practice can perform specific actions such as attending the patient’s
home when the patient is afraid
to leave. The most frequent diagnoses found in this phase
are post-traumatic stress disorder,
depressive disorders, and anxiety disorders. The treatment phase is characterized by the diversity
of techniques used according to the therapeutic model adopted by each
psychologist. The closing phase occurs when
the patient has emotionally stabilized and therapists seek relapse prevention, so they follow up on cases. During the process of care for victims,
therapists have different cognitive, emotional and social reactions;
and develop strategies for their personal care, due to the
conditions of violence that are experienced in the local context. The most used self-care
strategies are to attend a
personal therapeutic process,
supervise the cases, exercise,
eat well, express their emotions,
go to natural environments
to distract themselves and
reduce the number of cases they attend. Among
the limitations identified in the process of care for victims of organized crime, therapists mention the need for
specialized training, including
not only their professional training, but have a procedure
or a specific protocol to deal with such cases.
Keywords: Clinical psychologists, Therapeutic
intervention, Victims, Organized crime, Qualitative methods..
Introducción
A nivel mundial, las personas que viven en países con bajos
ingresos enfrentan las mayores amenazas relacionadas con su seguridad y
bienestar. En dichos países es común que aspectos como la corrupción ocasionen
una disminución de la confianza ciudadana y el debilitamiento del estado de
derecho. Por ejemplo, el homicidio doloso sistemáticamente presenta las tasas
más altas en América, y su impacto se refleja no solo en la pérdida de la vida
humana, sino en la disminución del desarrollo social y económico (Organización de Naciones Unidas [ONU], 2015).
En México, la actual incidencia de los delitos de alto impacto,
la evolución del ejercicio de violencia y la respuesta de las autoridades,
muestran que no se han llevado a cabo las acciones necesarias para la adecuada
y eficaz administración de la justicia (Observatorio
Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad, 2016). El
antecedente inmediato de esta situación podría ubicarse en 2006, año en que se
evidenciaron diversos cambios en la dinámica del crimen organizado: un proceso
de expansión y profesionalización de sus integrantes, la diversificación
delictiva del tráfico de drogas hacia delitos como la extorsión y el secuestro,
la incorporación de la delincuencia ordinaria, la captura y la reconfiguración
de las instituciones públicas para la explotación de las economías locales (Valdés, 2017).
Los delitos de alto impacto a nivel nacional están lejos de
cesar, las cifras actualizadas hasta enero de 2018 indican que 9 de los 12
delitos de alto impacto aumentaron con respecto a diciembre de 2017. En el caso
del narcomenudeo, desde 2015, al comparar los meses de enero, el de 2018 indica
la mayor cantidad de carpetas de investigación, superando a enero de 2017 en
46.97 %. Para dimensionar el hecho, vale mencionar que durante enero de 2018 se
iniciaron diariamente alrededor de 160 carpetas de investigación por este delito,
lo que representa un incremento del 31.33 % con respecto al mes anterior. (Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad,
Justicia y Legalidad, 2018).
Tamaulipas, ubicado al norte de México, ha sido uno de los
estados más afectados por el crimen organizado, debido a la intensidad del
conflicto entre agrupaciones rivales y los vínculos que establecen con el
Estado (Osorno, 2012). En 2017 (hasta
el mes de septiembre) se reportaron 1372 víctimas de homicidios, 165 de
secuestros (primer lugar nacional) y 131 de extorsión (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional
de Seguridad Pública [SESNP], 2017a). Hasta julio de 2017, se
contabilizaron 136 casos de personas extraviadas o desaparecidas en
averiguaciones previas del fuero federal y 5943 del fuero común, la cifra más
alta en el país (SESNP, 2017b).
Además, dos de las principales ciudades del estado fueron ubicadas entre las 50
más violentas del mundo, con Victoria en el octavo puesto y Reynosa en el lugar
38 (Consejo Ciudadano para la Seguridad
Pública y Justicia Penal [CCSPJP], 2018).
Las personas que viven en ciudades con alta incidencia delictiva
pueden llegar a ser víctimas directas o indirectas de diversos delitos como
homicidio, secuestro, extorsión, trata de personas, robo con violencia,
violación, entre otros. En caso de que la víctima sobreviva al ataque, puede
desarrollar síntomas dependiendo del tipo de delito y el grado de violencia
(intensidad y duración) a la que fue sometida, así como de la atención (médica,
psicológica, legal) recibida después del ataque. Por ejemplo, las víctimas
directas de delitos como el secuestro sufren violencia instrumental para ser
sometidas e intimidar a sus familias, así como violencia orientada a su
humillación y desvalorización (Yam y Trujano, 2016).
En este tipo de delitos se han reportado reacciones cognitivas
(alteración de la memoria y la concentración, desorientación, pensamientos
intrusivos, negación, hipervigilancia y alta activación), emocionales (shock y
embotamiento, miedo, ansiedad, desesperanza, disociación, ira, anhedonia, depresión y culpa), así como sociales, que
incluyen aislamiento y evitación (Alexander
y Klein, 2009). Además de la aparición de problemas de salud, existe una alta
prevalencia de trastorno de estrés postraumático (TEP) y trastorno depresivo
mayor (Favaro, Degortes,
Colombo y Santonastaso, 2000).
Por su parte, las víctimas indirectas, especialmente los
familiares, pueden vivir la situación como un cautiverio virtual, pues las
amenazas continuas e intimidación generan la sensación de estar siendo
observados constantemente. Experimentan malestar psicológico y síntomas de TEP,
así como una pérdida de confianza en el ambiente, sobre todo en contextos de
impunidad (Navia y Ossa, 2003). En
víctimas directas e indirectas de extorsión se han identificado secuelas
emocionales (sentimientos de culpa e inferioridad, vergüenza, desesperación,
miedo e indefensión, dependencia, ansiedad y depresión), físicas (descuido
personal, deterioro de la salud y somatización) y sociales, como aislamiento,
abandono de actividades y cambios de residencia (Salgado-Villegas, 2010).
Las secuelas en caso de homicidio violento o desaparición
forzada se han estudiado en víctimas indirectas, en contextos de conflicto
armado o violencia política. Ambos delitos suelen generar síntomas de TEP,
trastorno depresivo o trastorno por duelo prolongado (TDP) (Heeke, Stammel y Knaeverlsrud, 2015).
Los síntomas depresivos o de duelo prolongado pueden mantenerse por más de
veinte años, pero la sintomatología de TEP se reduce a través del tiempo (Pérez-Sales, Durán-Pérez y Bacic, 2000).
Además de los familiares o personas cercanas a las víctimas
directas, diversos profesionistas pueden ser afectados por la violencia
asociada al crimen organizado. En militares y policías se ha encontrado una
prevalencia de TEP del 31 % (Tapias, 2006),
mientras que en periodistas que cubren noticias del narcotráfico y el crimen
organizado se reportó una prevalencia del 42.9 % (Flores, Reyes y Reidl,
2012). En otro estudio con policías se reportó que también experimentaban
miedo, tristeza, culpa, ansiedad y pesadillas (Hyemin, Valencia, Rodríguez, Preciado y
Soltero, 2013).
A pesar de que son principalmente los psicólogos y psiquiatras
quienes se encargan de procurar la salud mental de las víctimas del crimen
organizado, no se han identificado estudios sobre las consecuencias de este
tipo de violencia en personal de salud mental. Algunos estudios relacionados
han reportado que los psicólogos que trabajan con víctimas de situaciones
traumáticas se encuentran en riesgo de sufrir malestar psicológico, cambios
cognitivos y alteraciones relacionales (Collins
y Long, 2003), así como estrés postraumático secundario y traumatización vicaria (Finklestein, Stein, Greene, Bronstein y
Solomon, 2015). Sin embargo, no existen estudios específicos
enfocados en el proceso de atención psicológica con víctimas de crimen
organizado en contextos de violencia e inseguridad, por lo que la necesidad de
llevar a cabo estudios de este tipo es evidente.
Los psicólogos clínicos que atienden a víctimas del crimen
organizado se enfrentan a dos desafíos: atender clínicamente a personas con una
diversidad de síntomas, en ocasiones con escasa o nula capacitación profesional
para hacerlo (por inexistencia o desconocimiento de terapias, programas, y
protocolos adaptados al contexto de atención), y procurar su autocuidado, pues
el desgaste ocasionado por las implicaciones del ejercicio clínico con víctimas
del crimen organizado, puede llegar a mermar su salud física y emocional.
El propósito de este estudio es comprender el proceso de
atención a víctimas realizado por psicólogos clínicos en un contexto con altos
niveles de violencia asociados al crimen organizado. Se pretende identificar el
tipo de delitos y secuelas que abordan en su práctica cotidiana y las
estrategias clínicas que emplean para el manejo de los casos. Además se busca
explorar sus reacciones cognitivas, emocionales y sociales, las estrategias
utilizadas para su autocuidado y las limitaciones contextuales para el
desarrollo de su actividad profesional.
Método
Diseño
Se realizó un estudio cualitativo desde la tradición de la
Teoría Fundamentada, para comprender el proceso de atención a víctimas en
función de los siguientes elementos: las condiciones de inicio, las estrategias
clínicas empleadas, las reacciones de los terapeutas durante el proceso y sus
estrategias de autocuidado, así como los aspectos contextuales que influyen en
la atención.
Participantes
Los participantes fueron seleccionados de manera intencional, de
acuerdo al principio de máxima diversidad y en base a los siguientes criterios:
ser psicólogo clínico con cédula profesional, mayor a 25 años y tener al menos
un caso concluido con una víctima directa o indirecta del crimen organizado. Se
utilizó la técnica bola de nieve, ya que los terapeutas recomendaban a otros
psicólogos con experiencia en atención a víctimas en instituciones públicas o
en el ámbito privado.
Instrumentos
Se utilizó una guía de entrevista semiestructurada diseñada
específicamente para este estudio. La guía de entrevista contaba con los
siguientes ejes: 1) Delitos por los que asisten las víctimas y secuelas
generadas; 2) Prácticas terapéuticas empleadas durante el tratamiento; 3)
Impacto de la atención en el terapeuta; y 4) Obstáculos identificados en el
proceso de atención.
Procedimiento
Las entrevistas se realizaron en lugares seguros para los
participantes, como el consultorio particular o su oficina. Se les entregó un
consentimiento informado donde se detallaron los propósitos y características
del estudio; se solicitó su autorización para la grabación de las entrevistas y
se especificó que por cuestiones de seguridad los audios y transcripciones
serían revisados únicamente por los investigadores, se eliminarían al término
del estudio y que no se solicitarían datos de identificación relativos a los
pacientes atendidos ni detalles asociados a las agrupaciones criminales. Se
utilizó el criterio de saturación teórica para determinar el número de
entrevistas. La saturación se alcanzó en la octava entrevista. La Tabla
1 muestra las principales características de los ocho participantes del
estudio.
Tabla 1
Nº |
Sexo |
Edad |
Escolaridad |
Sector |
Enfoque |
Casos atendidos |
1 |
Hombre |
58 |
Maestría |
Privado |
Analíticamente orientado |
10 |
2 |
Mujer |
48 |
Maestría |
Público |
60 |
|
3 |
Mujer |
42 |
Doctorado |
Privado |
Cognitivo/conductual |
3 |
4 |
Mujer |
36 |
Maestría |
Público |
300 |
|
5 |
Hombre |
27 |
Licenciatura |
Público |
Cognitivo/conductual |
9 |
6 |
Mujer |
33 |
Maestría |
Público |
Cognitivo/conductual |
20 |
7 |
Mujer |
41 |
Maestría |
Privado |
Cognitivo/conductual |
12 |
8 |
Hombre |
50 |
Doctorado |
Privado |
Analíticamente orientado |
1 |
EMDR: Terapia de Reprocesamiento y desensibilización a través del
Movimiento Ocular.
Análisis de datos
En base a las directrices de la Teoría Fundamentada (Charmaz, 2006), los
textos se sometieron a un proceso de codificación abierta y elaboración de
memos por medio del programa Atlas.ti 7.
Posteriormente se llevó a cabo la codificación selectiva para identificar los
códigos más relevantes, seguido de la codificación axial para encontrar las
categorías centrales y sus dimensiones. Finalmente se realizó una codificación
teórica para vincular las categorías centrales en un modelo conceptual que
diera cuenta de las relaciones entre ellas, a través de distintas fases del
proceso de atención. El proceso de triangulación de investigadores (Denzin, 1978) se
llevó a cabo mediante el análisis independiente realizado por dos de ellos.
Resultados
Las categorías principales se presentan organizadas en una serie
de fases en las que se desarrolla el proceso de atención: la fase previa a la
atención; la fase inicial; la fase de tratamiento y la fase de cierre. Durante
el proceso de atención son descritas las estrategias clínicas utilizadas por
los terapeutas, sus reacciones cognitivas, emocionales y sociales, así como sus
estrategias de autocuidado. Posteriormente se revisan las limitaciones
contextuales al proceso de atención.
Fase previa a la atención psicológica
Los participantes señalan que atienden principalmente a personas
adultas, tanto hombres como mujeres. Las víctimas directas asisten
principalmente por el delito de secuestro, y en menor medida por la extorsión.
Las víctimas indirectas, quienes suelen ser familiares cercanos, acuden por los
delitos de homicidio, desaparición forzada (también denominada levantón en el
contexto local) y secuestro.
“Fue en la mañana, iba a una tienda y de ahí al momento de salir
unos tipos se la llevaron, era una mujer, la tuvieron como 15 días en una
casa... estaba con vendas en los ojos y en las manos... luego la dejaron en una
carretera” (Participante 3).
Las víctimas directas experimentan múltiples formas de
violencia, sobre todo al sufrir un secuestro. Pueden recibir en primer lugar
violencia psicológica, que abarca actos como recibir amenazas e insultos, ser
humillado o perseguido. A su vez, es frecuente la violencia física, que se
presenta en un espectro que va desde ser tocado o vendado, hasta recibir golpes
y en un nivel extremo, ser sometido a tortura. Especialmente en el caso del
secuestro y la desaparición forzada, las personas son reducidas a objetos y son
sometidas a la voluntad de los delincuentes, ya que sus cuerpos son
trasladados, retenidos, arrojados en las carreteras o parajes desconocidos. Si
bien las víctimas indirectas no sufren en sus propios cuerpos esta violencia
psicológica y física, la experimentan en forma vicaria, al imaginar lo que sus
familiares han sufrido.
“Los amedrentaron (a personas secuestradas) llevándolos frente a
algunas fosas y ellos ya veían el momento de morir, aparte de este daño
psicológico que les hacen a través del maltrato verbal, de las amenazas”
(Participante 7).
Sufrir la violencia puede generar múltiples secuelas en las
víctimas. El elemento central es el miedo; las víctimas pierden la confianza en
su mundo cotidiano y comienzan a sentirse inseguras, viven en estado de alerta
y son sensibles ante nuevos ataques. Los participantes mencionan que las
víctimas pueden desarrollar un pensamiento catastrófico, sufrir de pánico,
paranoia o delirios de persecución.
La violencia provoca una ruptura en la relación del paciente con
su mundo social y a su vez, afecta su identidad, su afectividad, la relación
con su cuerpo. Las víctimas directas e indirectas padecen ansiedad: en las
primeras, vinculada sobre todo al temor a una revictimización,
y en las segundas, a la preocupación por el familiar. Otro de los síntomas más
mencionados por los participantes es la alteración del sueño, ya que tienen
insomnio o pesadillas. En la mitad de los casos se mencionó la presencia de
síntomas asociados al TEP (reexperimentación,
disociación, bloqueo emocional).
Otro afecto presente, especialmente en las víctimas indirectas,
es la tristeza, pues se menciona que “sufren tanto que ya no quieren sentir” o
“lloran como si se hubiera ido ayer” (refiriéndose a un familiar desaparecido)
y existe el riesgo de que la tristeza se convierta en desesperanza e incluso en
depresión, pues hay casos en que los familiares han “muerto de depresión”. En
menor medida se mencionan otros afectos como ira o culpa, esta última asociada
sobre todo a la extorsión.
Los participantes mencionan que existe una alteración de la vida
social, manifestada en el encierro, “dejar de salir a reuniones o con amigos”.
Pueden existir problemas de funcionamiento al dejar de ir a la escuela, o
reducir su rendimiento en el trabajo. Incluso pueden realizar cambios
importantes en su vida debido al miedo, como mudarse de ciudad, cambiar de trabajo
o de casa. Menos de la mitad de los participantes hicieron alusión a secuelas
físicas como lesiones, bloqueos, problemas de alimentación o de la salud como
hiperglucemia, taquicardia, mareos e hipertensión.
“A veces la víctima indirecta sufre más que la directa en el
aspecto que mientras no se sabe del familiar, está sufriendo enormemente porque
se piensan muchas cosas y se empiezan a imaginar las cosas más catastróficas...
entonces todo esto le genera demasiada ansiedad, angustia, depresión, al pensar
varios escenarios y que la mayoría de los escenarios que imaginan son los
peores” (Participante 4).
Fase inicial de la atención psicológica
Durante el inicio de la atención psicológica, los participantes
mencionan una serie de prácticas terapéuticas, las cuales pueden ocurrir en
forma simultánea o secuencial. En primer lugar, establecen condiciones para el
trabajo terapéutico, como promover la alianza terapéutica, mantener un buen rapport
y comunicación con el paciente, ser empático, y facilitar el apego al tratamiento.
Tales condiciones son generales y se realizan en el proceso de atención de
otras problemáticas, pero también existen condiciones más específicas en la
atención a víctimas del crimen organizado. En el ámbito privado los terapeutas
pueden asistir al domicilio del paciente cuando este siente miedo de salir;
mientras que en instituciones públicas donde se prioriza la atención jurídica,
el profesional requiere invitar al paciente a que asista a atención
psicológica.
En las primeras sesiones se emprende un proceso de evaluación
diagnóstica. La entrevista se emplea como herramienta principal y más de la
mitad de los participantes recurre a la aplicación de pruebas psicológicas. Los
terapeutas elaboran el examen del estado mental, la historia clínica y el
informe psicológico. Entre los aspectos que se evalúan se encuentran la
estructura de personalidad, las áreas de funcionamiento donde existe un daño
psicológico, el contexto psicosocial en el que está inmerso, así como los
recursos con los que cuenta. La mitad de los participantes señalaron que en
esta fase es importante dar oportunidad al paciente de expresarse y facilitar
la descarga emocional, pues la violencia y el miedo generados por el delito
limitan la expresión del sufrimiento.
“Lo dejo que pueda hablar, que pueda llorar, que pueda sacar
toda su ansiedad, su enojo, molestia, su coraje, y que esto permita
posteriormente que intervenga uno, para decir cómo se siente porque parece que
finalmente salió adelante y dice ‘sí, afortunadamente estoy vivo’ y esto es
algo que a ellos les hace sentirse bien sobre la experiencia que pasaron, que
puedan narrarla, que puedan experimentarla y que se vean con vida aún”
(Participante 1).
Respecto a los diagnósticos más frecuentes en este tipo de
casos, el trastorno por estrés postraumático fue señalado por todos los
participantes; este diagnóstico se encuentra principalmente en las víctimas
directas de secuestro. Más de la mitad de los participantes mencionaron los
trastornos depresivos, que son más comunes en las víctimas indirectas de
homicidio o desaparición de un familiar. En la mitad de los casos, los
participantes expresaron diagnosticar algún trastorno de ansiedad, incluyendo
el trastorno de ansiedad generalizada y el ataque de pánico. Solo uno de los
participantes hizo alusión al duelo patológico.
“Son síntomas, dependiendo en la etapa en la que lleguen, pero
son síntomas de estrés postraumático como es reexperimentación,
evitación, insomnio, pesadillas, flashback o sea, todos los síntomas del estrés
postraumático” (Participante 2).
Se establecen diversas metas para el tratamiento de este tipo de
casos. La mitad de los participantes refiere que su trabajo se enfoca en
recuperar las fortalezas internas, como la confianza, la resiliencia, o
identificarse como un sobreviviente. En menos de la mitad de los casos se
refirió como meta la disminución de sintomatología, de índole cognitiva o
emocional, además del nivel de activación y de ansiedad. Otras metas
mencionadas fueron mejorar la calidad de vida del paciente y promover que
retome su proyecto de vida. En la figura 1 se muestran las
fases previa e inicial del proceso de atención psicológica.
Figura 1.
Fase de tratamiento
Durante esta fase no hay un abordaje común de este tipo de
problemáticas, sino más bien diversas rutas en función del modelo terapéutico
adoptado por los psicólogos. La mitad de los participantes refirió desarrollar
su práctica terapéutica con base en el modelo cognitivo conductual. Emplean
técnicas cognitivas, como ejercicios de concentración, imaginería,
identificación de pensamientos nucleares, reestructuración cognitiva y
detención del pensamiento. También recurren a técnicas de relajación como la
respiración diafragmática o la relajación muscular progresiva. Además utilizan
técnicas para favorecer la regulación emocional, entre las que se encuentran
técnicas de automodulación de los afectos,
exposición, recuerdo agradable o escritura emocional.
Existe un pequeño grupo de participantes especializados en el
manejo del trauma, que aplica el protocolo de la terapia de reprocesamiento y
desensibilización a través del movimiento ocular (EMDR). Solo dos participantes
mencionaron que empleaban técnicas analíticas como la interpretación. En un
solo caso se refirió que brindaban primeros auxilios psicológicos o
intervención en crisis, lo cual puede deberse a que la atención inicia en forma
tardía. A pesar de que se atienden víctimas indirectas del homicidio de un familiar,
solo dos participantes expresaron que llevan a cabo un manejo del duelo.
A través del proceso de tratamiento, los terapeutas pueden
requerir la canalización del paciente hacia otros profesionales. La figura a la
que se canaliza con mayor frecuencia es el psiquiatra, sobre todo cuando el
proceso de tratamiento psicológico es insuficiente para disminuir la
sintomatología. En menor medida, canalizan al paciente con otros psicólogos
cuando consideran que no hay un avance en el proceso terapéutico. Los psicólogos
que atienden en instituciones públicas, tienen mayor oportunidad de brindar una
atención integral, pues además de canalizar al paciente con el psiquiatra, lo
refieren con otros especialistas: personal médico y de enfermería, nutriólogos
o asesores legales.
“Yo no estoy a favor de los medicamentos, pero me ha pasado
cuando sí lo he referido, pocas veces, a valoración psiquiátrica es porque ya
llevan mucho tiempo sin atención ni psicológica ni de ningún tipo y ya
rebasaron muchas de sus áreas laboral, emocional, afectiva, todas ya rebasaron,
ya tienen mucha disfuncionalidad en muchas áreas, entonces apenas con
medicamentos se puede estabilizar” (Participante 4).
El proceso de atención provoca diversos tipos de reacciones en
los terapeutas. Se encontró que existe una identificación con las víctimas,
caracterizada por la empatía y la solidaridad con los pacientes, tener una
sensibilidad hacia los casos que les afecta emocionalmente y les hace
recordarlos constantemente, así como preocuparse por ellos y sentir
incertidumbre ante una posible recaída.
La principal emoción sentida por los terapeutas es el miedo, que
a su vez se manifiesta en sentirse inseguro, sentir paranoia y ser más
precavido en su vida cotidiana. Menos de la mitad de los participantes expresó
sentimientos de tristeza, dolor y desesperación, mientras que solo dos
participantes señalaron sentir coraje e impotencia ante la situación del
paciente. Cabe mencionar que la afectividad expresada por el terapeuta tiene
una estructura similar a la percibida para el paciente: el miedo es el afecto
central, seguido por la tristeza. El enojo se expresa en menor medida. Una
emoción positiva mencionada por la mitad de los participantes fue la
satisfacción, ligada específicamente a los logros del paciente durante el
tratamiento.
“Miedo más bien, miedo de decir híjole, o sea estoy aquí a mí
también me puede pasar ¿no?, o sea como más que eso yo creo que fue miedo, a mí
me puede pasar” (Participante 3).
Ante las diversas reacciones suscitadas durante el proceso de
atención, los terapeutas suelen trabajar para mantener su estabilidad
emocional. Aceptan vivir con los riesgos de su profesión dentro de su contexto
local, así como controlar su propia ansiedad y transmitir tranquilidad al
paciente. También intentan conocer sus propios límites e identificar cuando no
pueden trabajar con el paciente por cuestiones personales. Aunque menos de la
mitad de los participantes expresó que el trabajo terapéutico con víctimas del
crimen organizado los sitúa en riesgo de desgaste profesional o de un estrés
postraumático secundario, solo en uno de los casos se reportó la aparición de
síntomas como alteración del sueño e hiperactividad.
La mayoría de los profesionales recurre a estrategias para
cuidar su propia salud. La principal estrategia consiste en asistir con un
terapeuta, no solo dentro de un proceso personal, sino en un espacio de
supervisión. Ellos, también refirieron emplear diversas técnicas de
autocuidado, como hacer ejercicio, alimentarse bien, facilitar una descarga de
sus emociones, acudir a ambientes naturales para distraerse o reducir el número
de casos que atienden. Finalmente, los participantes expresaron que intentaban
no llevar los casos a su vida personal, lo cual implica el esfuerzo de no
sobre-involucrarse emocionalmente, no hablar de los casos con otros, o no
pensar que algo malo les va a pasar en su vida cotidiana.
“Lo mismo que ellos, por la escucha de toda la problemática
empezaba con trastornos del sueño, hiperactividad, el estado de ánimo alterado
en el sentido de enojarse uno muy fácilmente. Además todo lo que conllevaba la
situación laboral, verdad?, que también te digo que igual uno no percibía tanta
seguridad... una serie de situaciones, pero ya con los autocuidados, ya todo
esto va” (Participante 2).
Debido a que en el contexto local se mantiene la violencia
sistemática del crimen organizado y existen limitaciones por parte de las
instituciones gubernamentales para brindar protección a la ciudadanía, los
terapeutas requieren construir estrategias para su protección (física y/o
legal). La mayoría de los participantes mencionó como estrategia “brindar
seguridad al paciente”, que abarca prácticas como la entrega de un
consentimiento informado, el mantenimiento de la confidencialidad, así como
asegurar al paciente que no será denunciado ni enjuiciado por el terapeuta.
La mitad de los profesionales emplea la estrategia denominada
“no pedir detalles”, lo cual implica no profundizar en la situación de violencia
para no obtener alguna información relativa a la organización que cometió el
delito y de sus integrantes, por temor a una posible represalia, en caso de
saber que la víctima asiste a tratamiento. Pocos participantes tienen medidas
de precaución como cuidar los horarios en que prestan sus servicios o contar
con palabras clave para sus familiares que les permitan identificar si se trata
de una extorsión o un secuestro.
“Pero también se le pide que no te abra más, o sea que no te
diga nada de lo que lo pueda comprometer a él ni te pueda comprometer a ti
saberlo, entonces no, no les pides detalles ni le pides que te diga
absolutamente nada” (Participante 6).
Fase de cierre del proceso terapéutico
Solamente tres de los participantes expresaron prácticas vinculadas
con el cierre del tratamiento. El término del proceso ocurre cuando el paciente
se ha estabilizado y se realiza un trabajo de prevención de recaídas. Sin
embargo, consideran que es necesario llevar a cabo un seguimiento del paciente
y mantener abierto el espacio terapéutico en caso de una recaída. Especialmente
cuando los pacientes deciden cambiar de ciudad, se promueve que continúen en
tratamiento con un nuevo terapeuta.
“La persona a veces reacciona ante los hechos violentos,
entonces empiezan con la sintomatología que es esperada ante lo que se está
viviendo y pues lamentablemente en nuestra ciudad se están viviendo situaciones
de delincuencia... damos un seguimiento después del alta por lo menos de dos
ocasiones más. El seguimiento para ver cómo está la persona, porque…. bueno a
mí me sucedió el hecho de que no podemos tener un periodo de seguridad”
(Participante 4).
Existen diversos indicadores de avance en el proceso
terapéutico. El indicador principal es la estabilidad emocional, que se manifiesta
cuando el paciente siente mayor tranquilidad, fortaleza, seguridad, acepta su
experiencia, y no hay depresión o ansiedad. La mayoría de los terapeutas señaló
como indicador la recuperación de la funcionalidad, con lo que se refieren a
retomar las actividades que disfrutaban, su vida normal y su proyecto de vida,
tener logros personales y aprender a cuidarse a sí mismos.
Menos de la mitad de los participantes señaló como indicador la
mejoría en el dormir, puesto que es una secuela importante del delito sufrido.
A su vez se mencionó la capacidad de reintegrarse socialmente, en el sentido de
volverse a vincular con la familia y las amistades, o salir de casa. Incluso se
indican cambios en la corporalidad, pues se fortalece el tono de voz o cuidan
su imagen personal.
“Yo creo que es como cualquier otra persona que sufre una
experiencia traumática, que con el tiempo y el apoyo correcto el paciente
acepta su experiencia como una experiencia de vida y que pueda vivir con ella
tranquilamente y disfrutando de su vida. No quiere decir con esto que lo
olvide, no lo va a olvidar, pero que ese recuerdo no lo limite en su disfrute
de las cosas” (Participante 8).
La Figura 2 muestra las fases de tratamiento
y cierre de la atención psicológica, de acuerdo con el proceso de atención
expuesto por los participantes.
Figura 2.
Limitaciones contextuales durante el proceso de atención
Los participantes identificaron dos tipos principales de
limitaciones para la atención a víctimas del crimen organizado. Una de ellas
está relacionada con sus propias necesidades como psicólogos para mejorar los
servicios de salud mental que brindan. La mayoría de ellos mencionó la
necesidad de capacitación especializada en atención a víctimas, lo cual no
implica solamente entrenamiento, sino el contar con un protocolo o
procedimiento específico para este tipo de casos.
La mitad de los participantes mencionó la necesidad de contar
con mejores condiciones institucionales para la atención a víctimas, tales como
brindar un espacio privado, un proceso de atención continua e integral, contar
con supervisión y medidas de seguridad por parte de la institución. Dos de los
participantes expresaron la necesidad de capacitación en materia legal.
Varios participantes identificaron barreras para el proceso de
atención. En primer lugar señalan que un sector de las víctimas no busca
atención psicológica, quizá por el estigma hacia la enfermedad mental,
prefieren la autoatención o no se acercan a las
instituciones por falta de confianza. También existen barreras institucionales
que limitan la calidad de la atención, como el proceso de contratación de
personal de salud mental y la verificación de que cumplan con el perfil para
brindar atención; la falta de protocolos de tratamiento o limitaciones del
sistema de atención.
Especialmente los profesionales de instituciones públicas
mencionaron como barrera el hecho de que los pacientes acuden a los centros de
atención por otros motivos, ya que su prioridad son intereses legales o el
regreso de su familiar en caso de secuestro o desaparición, más que un fin
terapéutico. A su vez se mencionó como barrera, la interrupción del proceso
terapéutico por parte de los pacientes, sobre todo cuando deciden mudarse de
domicilio por miedo a que vuelvan a pasar por la misma situación o porque
siguen siendo amenazados por miembros del crimen organizado.
Un participante consideró la situación de inseguridad como otra
barrera para la atención. Vivir en un contexto donde los ciudadanos están
vulnerables ante el crimen organizado, no solo genera en el terapeuta una
sensación de amenaza y temor de sufrir lo mismo que le ocurrió al paciente,
sino que los pacientes pueden recaer porque en el ambiente ocurren sucesos
violentos que le recuerdan la violencia sufrida previamente.
“Las personas que he visto han venido a trabajar
terapéuticamente y yo creo que el 50 % de ellos ha decidido irse de la ciudad,
¿sí? emigrar a otro lado, o sea me lo manifiestan así, me voy a una ciudad
grande, a perderme para que ya no me encuentren” (Participante 1).
Discusión
Los profesionales de salud mental que laboran en contextos con
altos niveles de violencia por parte del crimen organizado, atienden
especialmente a víctimas directas de secuestro y extorsión, y a víctimas
indirectas de homicidio violento y desaparición forzada. Aunque las cifras de
homicidio y desaparición forzada son mayores en Tamaulipas (SESNP, 2017a y 2017b), en el estudio se reportó una
mayor frecuencia de atención a víctimas directas de secuestro. Si bien es
posible que esto se deba a la intensidad de la sintomatología sufrida por la
víctima directa, también puede estar asociado a la desconfianza de los
familiares hacia las instituciones al estar inmersos en un contexto de
impunidad (Navia y Ossa, 2003) y el
temor a vivir represalias por parte del crimen organizado.
Las víctimas atendidas sufren actos de violencia física y
psicológica. Las secuelas principales son el miedo, la ansiedad y la alteración
del sueño, lo cual no solo alude a la vulnerabilidad que experimentan los
pacientes, sino a la pérdida de confianza en el mundo. La tristeza,
desesperanza y depresión corresponde a otro tipo de secuelas que representan
una pérdida de sentido y del placer de vivir, sobre todo sufrida por las
víctimas indirectas cuyo familiar ha muerto o se encuentra desaparecido. Además
experimentan un deterioro de su salud en tales condiciones de malestar
emocional y una alteración de su vida social, tal como se ha reportado en
estudios previos (Alexander y Klein, 2009;
Salgado-Villegas, 2010).
El diagnóstico más común es el de TEP, seguido de trastornos
depresivos y de ansiedad, lo cual concuerda con estudios previos que señalan
una alta prevalencia de este tipo de trastornos en víctimas directas (Favaro et al., 2000)
o indirectas (Heeke et
al., 2015). Sin embargo, es importante señalar la ausencia del
diagnóstico de trastorno por duelo prolongado, especialmente en víctimas
indirectas de homicidio violento, o el abordaje de la desaparición forzada como
una pérdida ambigua, en donde el familiar se encuentra ausente físicamente,
pero presente psicológicamente (Boss, 2016). Aunque se atendían con
mayor frecuencia casos de víctimas directas de secuestro y las víctimas
indirectas, que también pueden presentar sintomatología de TEP, se hizo alusión
con poca frecuencia al trabajo de duelo y no se mencionaron abordajes específicos
para la pérdida ambigua. Esto indica la necesidad de contar con una mayor gama
de herramientas terapéuticas y verificar si el diagnóstico de TEP es el más
pertinente, especialmente en víctimas indirectas de homicidio y desaparición
forzada.
Los psicólogos que participaron en el estudio pueden
clasificarse en dos tipos: generales y especializados en la atención de
situaciones traumáticas. A pesar de las diferencias en su orientación
terapéutica, en el inicio de la atención llevan a cabo prácticas similares:
establecer condiciones para la terapia, evaluación diagnóstica, brindar
contención emocional y facilitar que el paciente pueda narrar su experiencia.
El tratamiento parece estar más dirigido a la disminución de la sintomatología
y la recuperación de la estabilidad emocional. No obstante, Pérez-Sales et al. (2000) han señalado
que un diagnóstico y tratamiento individual ocultan el origen social del
sufrimiento, se oscurece la responsabilidad del Estado y se limitan las
posibilidades de un tratamiento psicosocial que involucre los recursos de la
comunidad.
Durante el proceso de atención, los terapeutas se identifican
con las víctimas. Predomina el miedo, seguido de la tristeza y del coraje.
Prevalecen las reacciones emocionales, sobre los cambios cognitivos y las
alteraciones de la vida social, que mencionan Collins y Long (2003). Por ello realizan
un trabajo para mantener la estabilidad emocional ante el paciente durante las
sesiones y emplean estrategias como asistir con un terapeuta, no llevar los
casos a su vida personal y técnicas de autocuidado en términos de ejercicio,
distracción, relajación y reducción de la carga de trabajo. Estos hallazgos son
similares a los reportados por Cohen y Collens (2013), aunque en su metasíntesis
identificaron reacciones somáticas y malestar psicológico cambios cognitivos en
la forma de ver el mundo, el sí mismo y la vida cotidiana, así como una gama
amplia de estrategias como el apoyo informal, la espiritualidad y el optimismo.
En otros estudios se ha encontrado la presencia de estrés
postraumático secundario en personal de salud mental que atiende a víctimas de
situaciones traumáticas (Finklestein
et al., 2015; Makadia, Sabin-Farrell y Turpin, 2017), pero en el presente estudio solo uno de
los participantes mencionó experimentar síntomas. Esto puede deberse a las
estrategias empleadas para su cuidado emocional, pero también al hecho de que
la mayoría de los participantes tenía una leve exposición a casos de víctimas
del crimen organizado, y quienes tenían una mayor carga de trabajo contaban con
capacitación especializada para el manejo de este tipo de casos, lo cual
disminuye el riesgo de aparición de sintomatología en el personal de salud (Makadia et al., 2017).
Se identificaron diversas dificultades en el proceso de
atención. Una es que el nivel de sintomatología y el deterioro en la calidad de
vida del paciente favorecen su canalización con el psiquiatra. Otra dificultad
es que los pacientes pueden interrumpir el proceso porque se sienten amenazados
por el contexto de violencia y prefieren mudarse de ciudad. Asimismo, la
presencia continua de sucesos violentos en la localidad impide contar con un
periodo de seguridad, por lo que dichos sucesos pueden precipitar recaídas. En
este contexto, los psicólogos emplean diversas estrategias para protegerse de
la violencia: no pedir detalles, cuidar los horarios de atención y avisar a
otros, sobre todo cuando atienden un caso que implica un riesgo para su
seguridad.
Los participantes, especialmente quienes laboran en
instituciones públicas, refieren necesidades en términos de capacitación y
supervisión, tal como se ha señalado previamente por Priest, Dunn, Hackett y Wills (2011). Podrían beneficiarse de la implementación
de intervenciones grupales en crisis como práctica institucional, ya que tienen
una eficacia moderada en la reducción de sintomatología en el personal (Everly, Boyle y Lating, 1999).
A su vez, mencionaron la necesidad de un apoyo organizacional (Cohen y Collens,
2013): mejorar condiciones de privacidad y seguridad, así como los
procedimientos de atención y asegurar que la atención sea continua e integral.
Algunos participantes indicaron que existen víctimas que no acuden a
tratamiento por diversos motivos: el rechazo a la atención psicológica, la
desconfianza hacia las instituciones del Estado y priorizar aspectos como la
atención jurídica o la recuperación de su familiar.
Una limitación del estudio ha sido el acceso a personal de salud
con una exposición leve a moderada al trabajo con víctimas y que se ha enfocado
a la atención en un contexto urbano. En futuros estudios se recomienda que se
establezcan comparaciones en los procesos de atención de víctimas directas e
indirectas, así como incorporar las voces de los pacientes para ampliar la
mirada sobre el proceso de atención, incluyendo a las víctimas que no asisten a
los servicios de salud mental para comprender sus motivos y estrategias de autoatención disponibles en su contexto sociocultural.
Finalmente, se sugiere que las instituciones de salud brinden condiciones de
trabajo e intervenciones apropiadas para el cuidado de sus profesionales, como
una política institucional más que un esfuerzo aislado e individual de cada
terapeuta.
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