INTERDISCIPLINARIA, 2018, 35, 2, 495-509
Conducta prosocial
Predictores y correlatos del comportamiento prosocial de adolescentes mexicanos*
Predictors and correlates of prosocial behavior of Mexican adolescents
Joaquina Palomar Lever** y Amparo Victorio Estrada***
*Investigación
financiada por el fondo mixto Conacyt-Sedesol No. 91388, concedido a la primera
autora.
**Doctora en Psicología. Profesora investigadora. Departamento de Psicología de
la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.
***Doctora en Ciencias Naturales. Asistente de investigación. Departamento de
Psicología de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. E-mail: victorioconsulting@gmail.com
Universidad Iberoamericana. Ciudad de México, México.
Resumen
La conducta prosocial comprende comportamientos altruistas en favor de otras personas y conlleva un beneficio social mayor como la cooperación y el apoyo y cuidado de los demás. El comportamiento prosocial resulta también en un beneficio personal al tener éste un efecto social positivo para quien lo realiza, asociado a resultados significativos para el ajuste psicosocial de los jóvenes. El objetivo de este estudio fue identificar predictores de la conducta prosocial en adolescentes mexicanos que viven en condiciones de pobreza. Se analizaron los datos de 1093 adolescentes, provenientes de una muestra nacional probabilística de hogares de localidades rurales y urbanas que están inscritos en un programa gubernamental de combate a la pobreza (55.8% hombres, 61% urbanos, edad promedio 14.92 años y escolaridad promedio 8.33 años cursados). No se encontraron diferencias en conducta prosocial por tipo de localidad; pero sí por género en favor de las mujeres, aunque el tamaño del efecto fue pequeño. El modelamiento de ecuaciones estructurales mostró que niveles más elevados de conducta prosocial dependen de mayor competencia social, relaciones positivas con los pares, apoyo social general y de amigos, estilo parental permisivo y soledad; así como de menor oposicionismo y menor cantidad de menores de 12 años en el hogar. El modelo explicó el 60% de la varianza de la conducta prosocial en los adolescentes. Los mejores predictores de la conducta prosocial fueron el comportamiento social y el apoyo percibido: Quienes son socialmente más eficientes, exitosos y más apoyados, tienden a retribuir con mayor altruismo hacia sus pares.
Palabras clave: Conducta prosocial; Habilidades sociales; Adolescentes; Pobreza, México.
Abstract
Prosocial behavior refers to altruistic behavior in favor of other people. Prosocial behavior also results in a personal benefit for those who perform it, because it has a positive social effect and plays a transcendental role in the development of young people and their psychosocial adjustment. The present study analyses some social behaviors of adolescents living in poverty, with the aims of determining the predictors of their prosocial behavior and possible differences in prosocial behavior by gender and by type of place of residence. Two hypotheses were tested: that there are gender differences in the prosocial behavior of adolescents and that the social behavior of adolescents predicts their tendency towards prosocial behavior. No hypothesis was established for the type of locality. In this survey participated 1093 adolescents, 55.8%men, 61% from urban localities, average age of 14.92 (SD = 1.29) years, and average schooling 8.33 (SD = 1.71) years. Access to the national registry of the government's poverty reduction program was attained, from which a probabilistic selection of registered households was obtained, with national representativeness for the rural and urban domains. Households with adolescent children were selected from the national sample of households, to visit them in a second survey to interview the children of the heads of these households. Analyses were conducted to determine differences in prosocial behavior by gender and urbanization. Results showed that male and female scores differed significantly, in favor of females. However, the prosocial behavior scores of rural and urban youths did not differ significantly. To identify potential predictors of prosocial behavior, a structural equation modeling was performed. The model included a latent variable called Socialization, which was made up of scales that measure social competence, positive relationships with peers, social support and support from friends. Permissive parental style, oppositional behavior, loneliness, religiosity, and the number of children under 12 in the household were also tested. The resulting model showed that Socialization was the main predictor of the prosocial behavior of adolescents. Permissive parental style and loneliness were also positive predictors of prosocial behavior; while oppositional behavior and the number of children under the age of 12 in the household predicted it negatively. The tested model reached an adequate fit and explained 61% of the total variance of prosocial behavior. The present data supported the hypotheses of the study since we observed gender differences in the prosocial behavior of adolescents; and the structural equations modeling confirmed the relative importance of indicators of social behavior, grouped into Socialization, in the prediction of prosocial behavior. However, prosocial behavior did not differ by type of residence. The findings confirmed the close relationship between interpersonal relationships, social support, and prosocial behavior; since those who were socially more efficient and successful, and received more support tended to reciprocate with greater altruism towards their peers. Additionally, less oppositional behavior was associated with greater altruism. The positive relationship between loneliness and prosocial behavior indicated that the tendency towards social isolation promotes altruistic behavior. Results also suggested that less disciplinary parental control promotes behavior in favor of others; but not the coexistence with young children. No direct relationship between religiosity and prosocial behavior was found. Among the strengths of this study should be mentioned that the results obtained came from a national probabilistic sample of households and the large size of the sample; as well as some caveats like the cross-sectional design of the survey and the use of self-reports. However, we consider that it is possible to use the present results in the planning of intervention strategies with adolescents, with the purpose of stimulating prosocial behavior in future generations.
Key words: Prosocial behavior; Social skills; Adolescents; Poverty; Mexico.
Introducción
La conducta prosocial se refiere a comportamientos altruistas en favor de otras personas como confortar y ayudar a los demás, así como compartir y donar a los más necesitados. El estudio de la conducta prosocial es relevante ya que ésta forma parte de la convivencia cotidiana entre las diversas personas de una sociedad, facilitando la cohesión del grupo social. Adicionalmente, la conducta prosocial puede coadyuvar a construir un ambiente social más armonioso por ser opuesta al comportamiento agresivo y contribuir al progreso general de una sociedad al apoyar a los más vulnerables del grupo social.
Características del comportamiento prosocial
Dentro de las características
que definen a la conducta prosocial se incluye la de tratarse de un
comportamiento voluntario, con la intención de beneficiar a otras personas, sin
importar si dicho comportamiento le reporta un costo o un beneficio a quien lo
realiza (Allgaier, Zettler, Wagner, Püttmann & Trautwein, 2015). La
conducta prosociales relevante por sí misma porque conlleva un beneficio social
mayor, como la cooperación, el apoyo y el cuidado de los demás, y porque, al
ser altruista, es opuesta al comportamiento agresivo, lo que en conjunto puede
ser considerado como crucial para la armonía social (Lai, Siu, & Shek,
2015). Si se considera que la conducta prosocial está dirigida al beneficio de
otras personas, este comportamiento puede ser descrito como positivo, deseable
y meritorio de auspicio.
En este sentido, la conducta altruista por sí misma tiene una connotación
positiva y existen datos que señalan que el comportamiento prosocial de los
adolescentes está relacionado con características positivas de quienes lo
realizan (Ma, Cheung, & Shek, 2007). Sin embargo, otros aspectos menos
positivos relacionados con la conducta prosocial han recibido atención en la
literatura. Uno de estos aspectos es que la conducta prosocial puede ser
puramente altruista, así como fungir como un mecanismo de validación social
(Eberly-Lewis & Coetzee1, 2015). La literatura ha destacado la posible
relación entre la conducta prosocial y ciertos rasgos como el narcisismo y el
comportamiento manipulativo. Esto se debe a que la conducta prosocial se
relaciona positivamente con una visión positiva de sí mismo y que una
percepción positiva de la propia competencia social se relaciona positivamente
con el narcisismo (Kauten & Barry, 2016). En este sentido, se ha
argumentado que los jóvenes pueden aprovechar las situaciones prosociales como
una oportunidad para el enaltecimiento de sí mismos y obtener validación de su
propia percepción de superioridad sobre los demás (Eberly-Lewis & Coetzeel,
2015), outilizar la conducta prosocial como una estrategia manipulativa para
congraciarse con otros y ganar su favor (Kauten & Barry,2016).
Otros aspectos relevantes en esta discusión son la deseabilidad social y la
inteligencia emocional. La primera consiste precisamente en el manejo de la
impresión para obtener el reconocimiento de los demás; mientras que la segunda
permite a los individuos identificar las necesidades de los otros y cómo
satisfacerlas. En ambos casos se trata de comportamientos que podrían servir al
propósito de manipular la percepción de los demás en beneficio propio y obtener
así admiración y alabaza (Kauten & Barry, 2016), que conceptualiza el
autosacrificio inherente al altruismo como una estrategia de
autoenaltecimiento.
Para aclarar esta relación es conveniente diferenciar entre la conducta
prosocial altruista sin beneficio propio (la ayuda de forma anónima) y la
conducta prosocial pública, de la que la persona puede obtener una ventaja como
el reconocimiento social. Al respecto, los resultados obtenidos por
Eberly-Lewis y Coetzeel (2015) sugieren que la empatía (la habilidad de ponerse
en la situación de otros y de expresar compasión y preocupación por la persona
infortunada) se relaciona positivamente con la tendencia a beneficiar a otros y
negativamente con la tendencia a beneficiarse a sí mismos; mientras, el
narcisismo se relaciona positivamente con tendencias prosociales que conllevan
un beneficio propio. Los resultados de los citados autores también mostraron
que, tanto los rasgos egoístas como la preocupación acerca de la aprobación de
los demás, predicen la conducta prosocial pública y oportunista; mientras que
la empatía predice la conducta prosocial anónima, sin esperar recompensa.
Así también, niveles más altos de conducta prosocial, independientemente de la
obtención de un beneficio propio, están asociados con altos niveles del rasgo
honestidad-humildad; mientras que niveles bajos de este rasgo se asocian con
conducta prosocial ligada a la obtención de un beneficio y a conducta
antisocial (e.g., explotación) relacionada con la posibilidad de impunidad
(Allgaier et al., 2015). Otros resultados añaden más información sobre esta
diferenciación entre altruismo interesado y desinteresado, y revelan que la
deseabilidad social no está asociada con la conducta prosocial autoreportada o
reportada por terceros, ni modera la relación entre narcisismo y conducta
prosocial (Barry, Lui, & Anderson, 2017). En este sentido, la conducta
prosocial puede ser considerada como un comportamiento válido en sí mismo y no
como un artificio debido a la deseabilidad social (Jensen-Campbell, Knack,
& Gomez, 2010).
En relación a la evolución de la conducta prosocial, la investigación previa
revela que mientras algunos resultados han documentado que la conducta
prosocial se mantiene estable desde la mitad de la niñez hasta la adolescencia
tardía (Flynn, Ehrenreich, Beron, & Underwood, 2015); otros estudios
señalan que la conducta prosocial disminuye en la adolescencia temprana para
después aumentar en la adolescencia tardía (Carlo, Padilla-Walker, &
Nielson, 2015; Lai et al., 2015; Malti et al., 2015; Wray-Lake, Syvertsen,
& Flanagan, 2016). Adicionalmente se ha encontrado que a nivel
intraindividual se observa durante la adolescencia el decremento y aumento
subsecuente en los niveles de conducta prosocial previamente mencionados;
mientras que a nivel interindividual las diferencias personales en conducta
prosocial permanecen relativamente estables durante dicho periodo (Carlo,
Crockett, Randall, & Roesch, 2007). Es decir, la conducta prosocial fluctúa
intraindividualmente, pero las diferencias interindividuales se mantienen.
Respecto a las diferencias de género en la conducta prosocial, la literatura ha
mostrado resultados divergentes. Algunos datos muestran diferencias en conducta
prosocial en favor de las mujeres (Brittian & Humphries, 2015); mientras
que otros resultados muestran niveles equiparables de conducta prosocial entre
hombres y mujeres (Guevara, Cabrera, Gonzalez, & Devis, 2015) y niveles más
altos en los hombres que en las mujeres (Lai et al., 2015). También se han
determinado diferencias culturales consistentes en una mayor tendencia a
manifestar conducta prosocial hacia quienes comparten el mismo trasfondo
cultural (Brittian & Humphries, 2015).
Predictores del comportamiento prosocial
La mencionada disminución y
aumento subsecuente entre la mitad y final de la adolescencia en los niveles de
conducta prosocial concuerda con la evolución de otros procesos que pueden
estar relacionados con ésta. Por ejemplo, coincide con que los valores de
responsabilidad social disminuyen entre la niñez tardía y la adolescencia
intermedia, para luego aumentar y estabilizarse en la adolescencia tardía
(Wray-Lake et al., 2016). Asímismo, la evolución de la conducta prosocial
coincide con que el razonamiento moral se vuelve más complejo y sofisticado en
el transcurso de la niñez a la adolescencia, hasta alcanzar una orientación
empática (i.e.,expresión de preocupación compasiva por los otros) en la
adolescencia tardía y adultez temprana (Lai et al., 2015). Sin embargo, los
factores familiares y escolares de influencia social (e.g., padres, pares) son
predictores más fuertes que los factores de competencia individual como la empatía
y razonamiento moral (Lai et al., 2015).
El mencionado aumento en la conducta social en la adolescencia tardía coincide
también con el aumento en la importancia de la influencia de los pares en el
comportamiento de los adolescentes, la cual es importante porque la
socialización y el fomento de normas y conductas altruistas influyen en el
comportamiento prosocial de los jóvenes (Lai et al., 2015). En este sentido,
los pares afectan la conducta prosocial de los adolescentes, tanto positiva
como negativamente, a través de procesos de reforzamiento social, por lo que la
influencia de los pares juega un rol trascendental en la transmisión de normas
sociales del grupo e influye en el desarrollo prosocial y en elajuste social de
los adolescentes (van Hoorn, van Dijk, Meuwese, Rieffe, & Crone, 2016).
Esta influencia se refleja en la asociación positiva de la conducta prosocial
con la interacción e influencia positivas de los pares y en la asociación
negativa del comportamiento prosocial con la influencia negativa y la conducta
delincuente de aquellos (Ma et al., 2007).
Tanto la popularidad (el grado con el que son admirados por sus pares) como la
aceptación (el grado con el que son apreciados por sus pares) se asocian
positivamente con la conducta prosocial en los adolescentes (Closson &
Hymel, 2016; Laninga-Wijnen, Harakeh, Dijkstra, Veenstra, & Vollebergh,
2016) y en los varones y mujeres entre la adolescencia tardía y la adultez
temprana (Ruschoff, Dijkstraa, Veenstra, & Lindenberg, 2015). La conducta
prosocial funge también como factor protector contra la victimización por
acoso, ya que promueve la vinculación con los pares y contrarresta el rechazo
por parte de éstos, tanto en mujeres como en varones (Wang et al., 2015).
Otro aspecto relacionado con la conducta prosocial es la percepción de apoyo
social por parte de los pares, ya que los jóvenes que experimentan mayor apoyo
social muestran también más conducta prosocial (Plenty, Östberg, & Modin,
2015). Esta asociación puede estar relacionada con que en el periodo entre la
mitad y el final de la adolescencia se desarrolla un sentido de reciprocidad
respecto a los vínculos sociales, de tal manera que las decisiones de los
jóvenes respecto a la inversión de recursos personales en beneficio de sus
pares está determinada por sus sentimientos recíprocos de amistad (Burnett
Heyes et al., 2015). Al respecto, los resultados obtenidos por van Rijsewijk,
Dijkstra, Pattiselanno, Steglich y Veenstra (2016) documentan una falta de
reciprocidad en el intercambio de ayuda entre pares a favor de los adolescentes
más rechazados y con menor rendimiento académico. Esto sugiere la posibilidad
de que la compasión juegue un papel importante en la relación positiva entre la
vinculación con los pares y la conducta prosocial (Padilla-Walker, Fraser,
Black, & Bean, 2015).
Una fuente de influencia social relacionada con el altruismo y la compasión es
la religiosidad, debido a que estos valores con frecuencia son avalados por los
grupos religiosos. La literatura documenta la relación positiva entre
religiosidad y conducta prosocial tanto auto-reportada (Brittian &
Humphries, 2015; Li & Chow, 2015), como reportada por terceros (Saroglou,
Pichon, Trompette, Verschueren, & Dernelle, 2005). Estos autores sugieren
que la conducta prosocial de las personas con altos niveles de religiosidad, no
es producto de un artificio debido a la deseabilidad social, ni a otros
factores como el género, el apego, la empatía o la honestidad, sino que se
trata de una relación genuina (Saroglou et al., 2005). Sin embargo, esta
relación es compleja, ya que los resultados de Li y Chow (2015) muestran que la
relación entre religiosidad y conducta prosocial es curvilínea (niveles más
altos y más bajos de religiosidad reportan mayor conducta prosocial, pero no
los niveles medios), lo que sugiere la necesidad de mayor investigación para
esclarecer este punto.
Los padres como agentes de socialización tienen un efecto importante en la
conducta prosocial de sus hijos que se ve reflejado en que un buen ambiente
social familiar aumenta el comportamiento prosocial (Ma et al., 2007) y que el
apoyo parental influye positivamente en la conducta prosocial hacia los
familiares y pares (Mesurado & Richaud, 2016). En contraste, las prácticas
parentales de control psicológico (Padilla-Walker et al., 2015), así como los
estilos maternos inconsistentes de disciplina (Chaparro & Grusec, 2016) se
relacionaron negativamente con la conducta prosocial de los adolescentes. Un
aspecto importante es que se ha observado que la relación entre las prácticas
parentales y la conducta prosocial de los adolescentes es bidireccional; ésto
significa que la conducta prosocial de los adolescentes influye en las
prácticas parentales subsecuentes y viceversa (Padilla-Walker, Carlo,
Christensen, & Yorgason, 2012). Así también, niveles más altos de conducta
prosocial en la niñez tardía aumentan la calidad de la relación entre madres e
hijos a mediano plazo, resultado que ha sido observado en diferentes países con
una extensa variedad de condiciones sociodemográficas y características
psicológicas (Pastorelli et al., 2016). Dentro de los aspectos familiares que
también pueden influir en el comportamiento prosocial se ha estudiado la
relación fraternal que existe en el hogar. En cuanto a la relevancia de un ambiente
social positivo, se ha encontrado que el afecto fraternal entre hermanos está
positivamente asociado con el comportamiento futuro de compasión y conducta
prosocial de los adolescentes (Harper, Padilla-Walker, & Jensen, 2016).
Presente estudio
El comportamiento prosocial es
intrínsecamente positivo, ya que la característica que lo define es que está
dirigido al beneficio de otras personas y, por ello, es por sí mismo deseable.
Sin embargo, la conducta prosocial resulta también en un beneficio personal al
tener ésta un efecto social positivo para quien la realiza. Dentro de estos
efectos benéficos cabe señalar relaciones interpersonales más satisfactorias,
mayor competencia social y mayor bienestar personal (Jensen-Campbell et al.,
2010; Lai et al., 2015), mejor calidad en la relación entre madres e hijos
(Pastorelli et al., 2016) y, además, reducir el rechazo de los pares, promover
la vinculación con éstos y disminuir la victimización relacional por parte de
los pares (Wang et al., 2015). Además, la conducta prosocial está asociada a
varios aspectos positivos como el éxito académico y la satisfacción con el
logro personal (Lai et al., 2015), así como menor consumo de sustancias (Carlo,
Crockett, Wilkinson, & Beal, 2011), menos síntomas externalizantes en varones
y menos síntomas internalizantes en mujeres (Flynn et al., 2015). En este
sentido, la conducta prosocial puede ser considerada como instrumental en la
consecución de relaciones interpersonales duraderas, felicidad, éxito y
bienestar (Jensen-Campbell et al., 2010). De tal manera que, independientemente
de su valor social general, el comportamiento prosocial juega un papel
trascendental en el desarrollo de los jóvenes, porque está asociado a
resultados significativos para su ajuste psicosocial y se ubica por ello dentro
del denominado desarrollo positivo de los adolescentes (Lai et al., 2015;
Ruschoff et al., 2015).
Como futuros adultos, los adolescentes forman un grupo de interés, ya que en
ellos reside la posibilidad de crear un ambiente social ulterior más solidario
y armonioso. Esta posibilidad hace relevante estudiar los predictores de la
conducta prosocial en una época de la vida, en la que el comportamiento puede
ser más susceptible al cambio y más responsivo a estrategias de influencia
social. Por otra parte, la conducta prosocial adquiere mayor relevancia en
contextos de pobreza extrema, en los que las necesidades superan por mucho los
recursos económicos y en los que la ayuda disponible usualmente consiste en el
apoyo de otros en términos de tiempo y labor, más que en términos pecuniarios.
La literatura revisada sugiere que la promoción de la conducta prosocial en los
adolescentes es una meta socialmente deseable, por lo que estudiar sus
determinantes es importante para identificar los factores que deben ser
considerados en el planteamiento de intervenciones psicosociales que la
promuevan. A partir de los resultados revisados con antelación, el
comportamiento social de los adolescentes, en términos de su interacción con
otras personas, se perfila como un factor importante en la determinación de los
niveles de conducta prosocial. Así también, otros factores como los estilos de
crianza y la religiosidad merecen ser considerados.
El presente estudio aborda el análisis de dichos factores con el objetivo de
determinar qué elementos pueden predecir la conducta prosocial en adolescentes
que viven en condiciones de pobreza. Adicionalmente, este estudio analiza
posibles diferencias de género y por tipo de localidad de residencia respecto a
los niveles de comportamiento prosocial reportado. Se sometieron a prueba dos
hipótesis: la primera estipula que existen diferencias de género en el
comportamiento prosocial de los adolescentes y la segunda establece que el
comportamiento social de los adolescentes predice su tendencia hacia la
conducta prosocial. No se estableció una hipótesis para el tipo de localidad,
debido a la carencia de información respectiva en la literatura.
Método
Participantes
Hijos. En esta encuesta
participaron 1093 adolescentes, 55.8% hombres, con una edad promedio de 14.92
años (DE = 1.29) y 8.33 años (DE = 1.71), de escolaridad promedio. El 61% de
los adolescentes provinieron de localidades urbanas.
Muestreo. Se obtuvo acceso al padrón nacional del programa gubernamental de
combate a la pobreza, del cual se obtuvo una selección probabilística de los
hogares registrados. Se seleccionó la muestra de hogares para los dominios
rural y urbano por separado a través de un muestreo bietápico: en la primera
etapa se seleccionaron las localidades mediante probabilidad proporcional al
tamaño y en la segunda etapa se seleccionaron los hogares dentro de las
localidades por muestreo aleatorio simple. La selección excluyó a los hogares sin
datos económicos y provenientes de localidades indígenas (no hispanoparlantes)
y menores de 45 hogares. Este procedimiento resultó en una muestra de 2012
hogares encuestados, con representatividad nacional para los dominios rural y
urbano. De esta muestra nacional de hogares se seleccionaron los hogares con
hijos adolescentes, para visitarlos en una segunda encuesta y entrevistar a los
hijos de los titulares de estos hogares. De esta segunda encuesta proceden los
datos de los 1093 adolescentes aquí analizados.
Instrumentos
Todas las escalas utilizadas en
este estudio fueron validadas previamente en adolescentes mexicanos (Palomar,
2015).
Conducta prosocial. Mide la tendencia hacia la empatía y el altruismo orientado
hacia los demás. La escala consta de nueve ítems, que proceden de otros
instrumentos (Caprara & Pastorelli, 1993; Davis, 1980) (confiabilidad α =
.88, rango: 1-4, M = 3.02, DE = .63).
Competencia social. Mide la percepción de capacidad y aptitud en situaciones de
interacción social en el ámbito escolar. La escala consta de cinco ítems
procedentes de otro instrumento (Gresham & Elliot, 1990) (confiabilidad α =
.82, rango: 1-4, M =3.21, DE = .59).
Relación con pares. Mide el grado en el que la persona se percibe como sociable
y popular entre sus pares; consta de siete ítems provenientes de otro
instrumento (DuBois, Felner, Brand, Phillips, & Lease, 1996) (confiabilidad
α = .83, rango: 1-4, M = 3.12, DE = .60).
Apoyo. Los ítems proceden de otro instrumento (Zimet, Dahlem, Zimet, &
Farley, 1998) y están agrupados en dos subescalas: Apoyo social (12 ítems,
confiabilidad α = .93,rango: 1-4, M = 3.28, DE = .64) y Apoyo de amigos (tres
ítems, confiabilidad α = .77, rango: 1-4, M = 2.98, DE = .77). Las subescalas
miden la percepción de disponibilidad de personas que aportan apoyo y
comprensión en general y por parte del círculo de amistades, respectivamente.
Soledad. Los ítems provienen de otro instrumento (de Jong Gierveld & van
Tilburg, 1999). La escala mide la tendencia al aislamiento social y consta de
tres ítems (confiabilidad α = .57, rango: 1-4, M = 1.66, DE = .63).
Oposicionismo. Mide la tendencia al comportamiento antagónico y retador, en
especial contra los adultos. La escala consta de ocho ítems provenientes de
otro instrumento (Pelham, Gnagy, Greenslade, & Milich, 1992) (confiabilidad
α = .85, rango: 1-4, M = 1.51, DE = .51).
Religiosidad. Mide la tendencia a tener convicciones religiosas fuertes y un
mayor compromiso con los preceptos religiosos. La escala consta de 27 ítems
(confiabilidad α = .95, rango: 1-4, M = 3.06, DE = .58). Los ítems provienen de
otros instrumentos (Grulke et al., 2003; Koenig, Pargament, Perez, & Smith,
1998).
Estilo parental permisivo. Mide la tendencia parental hacia la omisión de
prácticas disciplinarias o a su aplicación inconsistente. Los ítems provienen
de otros instrumentos (Arnold, O'Leary, Wolff, & Acker, 1993; Robinson,
Mandelco, Frost, & Hart, 1995). La escala consta de seis ítems
(confiabilidad α = .57, rango: 1-4, M = 1.94, DE = .56). Adicionalmente se obtuvo
información acerca de la cantidad de niños menores de 12 años viviendo en el
hogar.
Procedimiento
Los hogares de la muestra nacional con hijos adolescentes fueron visitados de nuevo para encuestar al hijo del beneficiario principal encuestado en la primera encuesta. Las entrevistas se realizaron en el hogar del entrevistado, previo permiso y consentimiento informado del progenitor. Los participantes contestaron individualmente los cuestionarios en un lugar apartado de su hogar. A los respondientes se les informó que la encuesta tenía el propósito de conocer mejor algunos aspectos de su vida y que su participación era voluntaria e independiente de su adscripciónal programa. También se les aseguró la confidencialidad de sus datos.
Análisis de datos
Con el propósito de determinar la existencia de diferencias en el comportamiento prosocial por género y tipo de urbanización se realizaron pruebas t para muestras independientes. Adicionalmente se realizó un modelamiento de ecuaciones estructurales con el objetivo de identificar los predictores más significativos del comportamiento prosocial en adolescentes.
Resultados
Los resultados de las pruebas t
de los puntajes del comportamiento prosocial por género y urbanización
mostraron que los puntajes de los hombres (n = 610, M = 2.94, DE = .64) y de
las mujeres (n = 483, M = 3.11, DE = .60) difieren significativamente en favor
de las mujeres: t(1091 )= -4.64, p < .001, d de Cohen: .27. Sin embargo, los
puntajes de conducta prosocial de jóvenes rurales (n = 426, M = 2.97, DE = .63)
y urbanos (n = 667, M = 3.04, DE = .63) no se diferenciaron significativamente:
t(1091) = -1.82, p = .07, d de Cohen: .11.
Se propuso un modelo para explicar la conducta prosocial que se sometió a
prueba a través de modelamiento de ecuaciones estructurales. El modelo
propuesto incluyó como predictores una variable latente denominada Socialización,
la cual estuvo conformada por las escalas que miden competencia social,
relaciones positivas con los pares, apoyo social y apoyo de amigos. También se
probaron otras variables como estilo parental permisivo, oposicionismo, soledad
y religiosidad; así como el número de niños menores de 12 años en el hogar.
El modelo resultante mostró que la variable latente Socialización (competencia
social, relaciones positivas con los pares, apoyo social y apoyo de amigos) fue
la principal predictora de la conducta prosocial de los adolescentes y que la
predice en forma positiva. Es decir, puntajes más altos de conducta prosocial
se corresponden con niveles más altos de la variable latente Socialización.
Adicionalmente el estilo parental permisivo y la soledad fueron predictores
positivos de la conducta prosocial. Es decir, a mayor nivel autoreportado de
estilo parental permisivo y de soledad, mayor nivel de conducta prosocial. En
contraposición, el oposicionismo y la cantidad de niños menores de 12 años en
el hogar la predijeron en forma negativa. Es decir, puntajes más altos de
conducta prosocial dependen de puntajes más bajos de oposicionismo y de menor
convivencia con niños menores de 12 años en su hogar.
Además de los predictores directos de la conducta prosocial, se observaron
efectos indirectos debidos a las interrelaciones entre las variables:
Religiosidad influye la conducta prosocial de manera indirecta a través de su
correlación positiva con Socialización. Es decir, mayor religiosidad concurre
con mayores niveles de la variable latente Socialización, que es un predictor
positivo de conducta prosocial. Adicionalmente a su influencia directa,
oposicionismo, influye la conducta prosocial, también de manera indirecta a
través de su correlación positiva con estilo parental permisivo, soledad y
número de menores de 12 años en el hogar; éstos son predictores negativos de la
conducta prosocial, así como a través de su correlación negativa con
Socialización, que es su predictor positivo. Es decir, aquellos con niveles más
altos de oposicionismo tienden a reportar niveles más altos de estilo parental
permisivo, soledad y convivencia con menores y niveles más bajos de
Socialización, todos los cuales concurren con niveles más bajos de conducta
prosocial.
También se observó una correlación positiva entre estilo parental permisivo y
soledad; es decir, niveles más altos de estilo parental permisivo se relacionan
con mayor soledad. Así como una correlación negativa entre oposicionismo y
religiosidad, indica que a mayor oposicionismo, menos religiosidad. El modelo
probado obtuvo un ajuste adecuado (χ2(29) = 95.82, p <
.001, CFI = .977, TLI = .956, RMSEA = .046, pclose = .729) y explicó el 61% de
la varianza total de la conducta prosocial. En la Figura 1
se muestran las interrelaciones entre las variables.
Figura 1. Determinantes de la
conducta prosocial en adolescentes
Discusión
El presente estudio tuvo como
objetivos identificar predictores de la conducta prosocial de adolescentes
mexicanos que viven en condiciones de pobreza y determinar diferencias de
género y por urbanización en el comportamiento prosocial de estos jóvenes. No
se observaron diferencias por tipo de localidad de residencia. Sin embargo, los
datos apoyaron las hipótesis del estudio ya que se observaron diferencias de género
en el comportamiento prosocial de los adolescentes, y el modelamiento de
ecuaciones estructurales confirmó la importancia relativa de los indicadores
del comportamiento social, agrupados en la variable latente Socialización
(relaciones positivas con los pares, competencia social, apoyo social y apoyo
de amigos), en la predicción de la conducta prosocial. De hecho, estos
indicadores constituyeron el predictor más importante de la conducta prosocial,
mientras que los otros indicadores contribuyeron en menor medida a su
explicación.
Las diferencias de género en comportamiento prosocial en favor de las mujeres
son consistentes con las encontradas por Brittian y Humphries (2015) y difieren
de la ausencia de diferencias reportadas por Guevara et al. (2015) y de las
diferencias a favor de los varones reportadas por Lai et al. (2015). Cabe
acotar que el tamaño del efecto de este resultado sugiere que estas diferencias
son pequeñas, lo que explica parcialmente la inconsistencia de los resultados
previamente reportados. Al ser ésta una muestra grande, permite la
identificación de efectos pequeños. Por otra parte, los datos mostraron que los
niveles de comportamiento prosocial son similares en los jóvenes que viven en
ambientes rurales y urbanos.
El resultado en cuanto a que los mejores predictores de la conducta prosocial
son el comportamiento social positivo y el apoyo percibido confirma la estrecha
relación entre las relaciones interpersonales, el apoyo social y la conducta
prosocial, en una especie de intercambio social, en el que quienes son
socialmente más eficientes y exitosos y más apoyados, tienden a retribuir con
mayor altruismo hacia sus pares. Los resultados obtenidos son afines a otros
que subrayan la relación positiva entre el comportamiento prosocial y la
popularidad y aceptación entre pares (Closson & Hymel, 2016;
Jensen-Campbell et al., 2010; Laninga-Wijnen et al., 2016; Ruschoff et al.,
2015); y entre la conducta prosocial y el apoyo de otros (Plenty et al., 2015).
Conforme también con esta relación sinérgica positiva, el comportamiento social
eficiente es un predictor de variables relevantes como las expectativas
laborales positivas (Palomar & Victorio, 2016).
También coherente con la relación negativa entre conducta hostil y
comportamiento prosocial reportada previamente (Lai et al., 2015), menor
oposicionismo se relacionó con mayor altruismo. En contraposición, la relación
positiva entre soledad y comportamiento prosocial es intrigante, ya que indica
que la tendencia hacia el aislamiento social promueve el comportamiento
altruista. Ésto puede estar relacionado con esfuerzos activos de los jóvenes
que se sienten aislados a acercarse a los demás a través de comportamientos
altruistas, en consonancia con otros resultados que han evidenciado que la conducta
prosocial puede ser una estrategia para congraciarse con otros (Kauten &
Barry, 2016) y que tiene un efecto protector contra el rechazo social (Wang et
al., 2015). Cabe también la posibilidad de que los jóvenes que se sienten
aislados sientan también mayor empatía y compasión, que expresan en
comportamientos altruistas (Eberly-Lewis & Coetzeel, 2015; Padilla-Walker
et al., 2015).
Al respecto se ha encontrado que el altruismo está relacionado con valores de
responsabilidad social como la compasión, la solidaridad y la vinculación con
los demás (Wray-Lake et al., 2016); y que existe una interrelación entre
compasión y conducta prosocial a lo largo de la adolescencia (Carlo et al.,
2015). De tal manera, la empatía promueve la conducta prosocial (Mesurado &
Richaud, 2016). Mayor investigación podría dilucidar si la empatía media la
relación entre soledad y comportamiento prosocial o si el comportamiento
prosociales una estrategia social de vinculación de quienes se sienten
aislados. Por ejemplo, la empatía se relaciona con comportamientos de mayor
habilidad social (Oros & Fontana, 2015).
Otro resultado intrigante es el efecto negativo de la cantidad de niños menores
de 12 años. Este resultado sugiere que la convivencia con niños pequeños no
impulsa el comportamiento prosocial de los adolescentes. Cabe mencionar que la
investigación sobre la conducta prosocial señala consistentemente que ésta se
mantiene en niveles relativamente bajos en la niñez y aumenta sólo hasta la
adolescencia tardía (Carlo et al., 2015; Lai et al., 2015; Malti et al., 2015;
Wray-Lake et al., 2016). Una explicación posible del resultado obtenido es que
los niños menores muestran menos conducta prosocial en casa debido a su edad y
que esto permea el comportamiento de los adolescentes, al transmitir el mensaje
de que menos altruismo es la normativa. La correlación positiva entre número de
menores de 12 años en el hogar y oposicionismo refuerza esta suposición, ya que
sugiere que la influencia de los menores está más orientada hacia el comportamiento
antagónico.
Otros predictores revelan una relación más difícil de explicar, como el que un
estilo parental más permisivo sea precursor de la conducta prosocial. Este
resultado sugiere que menos control parental disciplinario promueve comportamientos
en favor de los demás; lo cual es contrario a otros resultados que subrayan el
impacto negativo de las prácticas parentales permisivas (Chaparro & Grusec,
2016) en el comportamiento prosocial de los hijos. La relación positiva entre
estilo parental permisivo y oposicionismo sugiere que este estilo auspicia el
comportamiento antagónico; ésto hace improbable que la relación positiva entre
comportamiento prosocial y estilo permisivo, se deba a que este último propicie
un clima social positivo proclive a la conducta prosocial.
También contrario a lo reportado en la literatura (Brittian & Humphries,
2015; Li & Chow, 2015; Saroglou et al., 2005), los datos no apoyan una
relación directa entre la religiosidad y la conducta prosocial, aunque sí se
observó una relación indirecta debida a la covariación de la religiosidad con
comportamientos sociales efectivos y positivos. Es decir, los más religiosos
tienden a ser más hábiles socialmente, con más relaciones interpersonales
positivas, reciben más apoyo y son menos hostiles, y, por lo tanto, quienes
tienen estas características son más altruistas.
Además de su influencia directa sobre la conducta prosocial, tanto
oposicionismo como estilo parental permisivo mostraron también efectos
indirectos por su correlación con predictores directos de la conducta
prosocial. Tal es el caso de oposicionismo con Socialización, soledad y número
de menores de 12 años, y de estilo parental permisivo con soledad y
oposicionismo. Es conveniente puntualizar que, si bien existe una relación
positiva considerable (r = .45) entre soledad y oposicionismo, que indica que
los adolescentes que tienden a aislarse también tienden a mostrar mayor
antagonismo, el oposicionismo es un predictor negativo de la conducta
prosocial, mientras que soledad es un predictor positivo.
Los jóvenes que crecen en ambientes de pobreza constituyen una población
vulnerable que enfrenta no sólo carencias materiales, sino también las
desventajas sociales y educativas características de la desigualdad social. La
conducta prosocial puede ser instrumental en la acotación de los efectos de la
pobreza extrema porque al coadyuvar a aumentar el capital social disponible
para la comunidad, aumentan también las posibilidades de progreso de ésta. Es
este comportamiento social relevante para el futuro de una población poco
estudiada.
El presente estudio tiene como fortaleza principal que los resultados obtenidos
provienen de una muestra nacional probabilística de hogares que viven en
condiciones de pobreza, lo que genera confianza para extrapolar los datos a los
adolescentes mexicanos que viven en condiciones similares. También el tamaño de
la muestra es una fortaleza, ya que al ser grande permite reducir el sesgo del
error estándar. Sin embargo, el estudio tiene algunas debilidades como el
diseño transversal de la encuesta, que imposibilita determinar relaciones
causales entre las variables. Además los datos provienen de autoreportes, lo
que no permite excluir sesgos de memoria o de deseabilidad social, por lo que
es conveniente tomar en consideración estas características del estudio para
interpretar sus resultados. A pesar de esta precaución, consideramos que es
posible utilizar los presentes resultados en la planeación de estrategias de
intervención con adolescentes, con el propósito de incentivar la conducta
prosocial en las generaciones futuras.
En conclusión, los resultados
mostraron que puntajes más altos en Socialización, estilo parental permisivo y
soledad, así como puntajes más bajos en oposicionismo y menor número de niños
menores de 12 años en el hogar predijeron puntajes más altos en conducta
prosocial. Los resultados son congruentes con la noción general de que un
ambiente de compasión, solidaridad, vinculación y confianza es importante en la
promoción del desarrollo de valores de responsabilidad social (Wray-Lake et
al., 2016). Posibles investigaciones futuras podrían dilucidar si estos
predictores difieren en poblaciones de otro nivel socioeconómico e identificar
predictores específicos de la conducta prosocial para poblaciones provenientes
de distintos estratos sociales.
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Recibido: 23 de febrero de 2017
Aceptado: 22
de agosto de 2018
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