Artículos
Incidencia de
competencias parentales en el desarrollo de habilidades sociales en hijos
únicos
Incidence
of parental competences in the development of social skills in kids from single
children families
Magaly Pacheco Marimon magaly.pacheco@uniminuto.edu
Corporación
Universitaria Minuto de Dios, Colombia
Gloria Yanet Osorno Álvarez gloriaosorno04@gmail.com
Investigadora
independiente, Colombia
Incidencia
de competencias parentales en el desarrollo de habilidades sociales en hijos
únicos
Interdisciplinaria, vol. 38, núm. 1, pp. 101-116, 2021
Centro
Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias Afines
Esta obra está bajo una Licencia Creative
Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Recepción: 05 Mayo 2019
Aprobación: 19 Octubre 2020
Financiamiento
Fuente: El presente artículo da cuenta de
la investigación “Incidencia de las pautas de crianza moderna en el desarrollo
de las habilidades sociales, de niños y niñas de 3 a 5 años, hijos únicos, en
el Centro Infantil Castillo de Sueños, Municipio de Apartadó”. La entidad
financiadora de la misma fue la Corporación Universitaria Minuto de Dios.
Código del proyecto: 520-IN-1-16-018.
Nº de contrato: Código
del proyecto: 520-IN-1-16-018.
Resumen:
Múltiples investigaciones han demostrado que los estilos de
crianza influyen en el desarrollo socioemocional durante la infancia, en la
cual se considera a la familia como el primer ente socializador. El objetivo de
esta investigación fue analizar la incidencia de las competencias parentales en
el desarrollo de las habilidades sociales de hijos únicos, con edades entre
tres y cinco años, teniendo en cuenta cuatro áreas: vinculares, formativas,
protectoras y reflexivas. Con respecto a las habilidades sociales se analizaron
seis actitudes comportamentales: habilidades sociales básicas; hacer amigos;
conversacionales; sentimientos y emociones; capacidad de afrontar y resolver
problemas, y la forma de relacionarse con los adultos. Es una investigación
cuantitativa, realizada con un método correlacional donde la muestra
correspondió a 36 niños y 61 padres de familia. Se utilizaron las siguientes
pruebas: Escala de parentalidad positiva y Escala de habilidades sociales.
Los hallazgos de esta investigación no coinciden con lo que teóricamente se podría esperar; resulta paradójico que los niños que tienen habilidades sociales medias posean padres con competencias parentales óptimas, mientras que niños con habilidades sociales altas, presentan padres de familia cuyas competencias parentales que se ubican en cualquiera de los tres rangos (en riesgo, en monitoreo y óptimas). Otro hallazgo se relaciona con los niños que presentaron habilidades sociales altas en las seis áreas; a su vez, sus padres registraron competencias parentales protectoras en zona de monitoreo, lo que conlleva a pensar, que existen otros factores diferentes de las competencias parentales que pueden incidir en el desarrollo de las habilidades sociales de los menores.
Palabras
clave: habilidades
sociales, competencia parental, pautas de crianza, familia, hijos únicos.
Abstract: Multiple researches have
shown that parenting styles influence socio-emotional development during
childhood, in which the family is considered the first socializing entity. The
objective of this research was to analyze the incidence of parental
competencies in the development of the social skills of single children aged
between three and five years, taking into account four areas: linkage,
formative, protective and reflexive. Regarding social skills, six behavioral
attitudes were analyzed: basic social skills; making new friends;
conversational; feelings and emotions; ability to face and solve problems; and
way of relating to adults. It is a quantitative research, correlational method
where the sample corresponded to 36 children and 61 parents. Two tests were
applied: Positive Parentally Scale and Social Skills Scale. Pearson Chi-square
was used to analyze the information, using Statistica software. The Pearson
Chi-square test is a non-parametric test, which aims to determine the existence
or not of a significant relationship between two variables.
The Parental Competence scale is a very simple questionnaire that applies to the parents or caregivers of a child or adolescent, whose objective is to determine the degree of development of parental competencies that adults use to establish a relationship with the child in care, either as a parent or as a caregiver. The scale groups these competences into four areas: Link, training, protection and reflection. This scale defines three zones to determine the level of competence of the parents: the risk zone, where the parents whose scores are below the reference sample are located; subsequently, the monitoring area is located, where the parents who present scores with percentiles between 30 and 40 are located according to the reference sample. Finally, the optimal zone is defined, where the parents with high scores are located.
The social skills
scale of Lacunza is a questionnaire that must be applied by parents or
caregivers to children between 3 and 5 years old, which measure observable
behaviors, which account for the child's social performance during the last
three months. This questionnaire is based on other instruments that measure
social skills, but makes an adaptation according to the developmental stages of
development in preschool children, perfecting three questionnaires according to
age: for 3 years the scale presents a composite questionnaire for 12 items; At
the age of 4 years, the evaluation is carried out through the development of 12
questions, while for the age of 5 the questionnaire is made up of a total of 15
items.
The findings of this
research do not match what theoretically would be expected. It is paradoxical
that children who have medium social skills have parents with optimal parental
skills, while children with high social skills, have parents whose parental
skills are located in any of the three ranges (at risk, monitoring and
optimal). Another finding is related to children who presented high social
skills in the six areas, in turn, their parents registered protective parental
competencies in the monitoring area, which leads us to think that there are other
factors that can affect in the development of the social skills of minors.
Keywords: social skills, parental competence, parenting guidelines,
family, single children.
Introducción
La familia es el primer contexto social para la transmisión de
normas, valores y modelos de comportamiento Permite que el niño aprenda formas
de socialización a partir de la interiorización de elementos básicos de su
cultura (Muñoz, 2009). Se considera
que la familia es el primer agente formador, tiene influencia directa sobre el
desarrollo socioafectivo, además de la adquisición de normas, valores y
habilidades. Es en el contexto familiar en el cual se dan las primeras pautas
que permiten el desarrollo de las conductas que influirán en la relación e
interacción social del niño fuera de su núcleo familiar. En la misma línea,
diferentes investigadores ratifican la importancia de la familia y adecuadas
relaciones parentales en el desarrollo social, afectivo, cognitivo y emocional
de cualquier sujeto durante su vida, en especial durante la infancia (Bronfenbrenner y Evans, 2000; Muñoz Silva, 2005, Vargas Rubilar, Lemos y Richaud, 2017).
The World Family Map del Social Trends Institute
(2014) afirma que la familia es una institución fundamental para la
educación infantil en la cual se fomenta el desarrollo positivo en los niños.
Además, aduce que los índices de natalidad en Centro y Sur América han
disminuido de manera significativa durante las últimas décadas y se ha
incrementado el crecimiento de hogares con hijos únicos. Frente al fenómeno del
hijo único existen diferentes posiciones. Por una parte, están quienes
consideran que ellos pueden desarrollar mayores competencias emocionales y sociales
que en una familia con más de un hijo. Otros sostienen que son personas
emocionalmente inmaduras con dificultad para afrontar la frustración. Pero más
allá de estas impresiones subjetivas, la familia es un factor determinante en
el desarrollo de la personalidad. Teniendo en cuenta lo anterior, es importante
analizar cómo las competencias parentales o pautas de crianza modernas inciden
en la adquisición de las habilidades sociales en los niños, específicamente en
los hijos únicos.
Competencias parentales
La crianza hace referencia a la educación y formación que
reciben los niños de sus padres y cuidadores. En este sentido, la crianza
implica tres procesos psicosociales: pautas, prácticas y creencias acerca de la
crianza. Por un lado, las pautas se transmiten de generación en generación y se
relacionan con la normatividad que siguen los padres frente al comportamiento
de los hijos y son portadoras de significaciones sociales. Las prácticas de
crianza se asocian con las condiciones propias de cada familia, en la cual los
padres son los principales encargados de educar a sus hijos de acuerdo con sus
propias creencias y vivencias, que generalmente están relacionadas con la
crianza que recibieron de sus padres. Por último, las creencias de crianza
están relacionadas con los conocimientos que tienen los padres sobre cómo se
deben criar los hijos (Izzedin y Pachajoa,
2009). Por otro lado, Barudy y
Dantagnan (2005) exponen que las relaciones parentales sanas provista de
buen trato, afecto, comunicación asertiva procura a los infantes recursos que
le permiten enfrentar los desafíos del crecimiento, desarrollar actitud de
resiliencia frente a las adversidades de la vida y resolver problemas en el
momento indicado.
Las condiciones psicosociales inciden en el desarrollo de las
competencias parentales. Así lo estiman (Rodrigo
López, Martín Quintana, Cabrera Casimiro y Máiquez Chaves, 2009) cuando
afirman que la monoparentalidad, el nivel educativo de los padres, las
condiciones económicas, el contexto de vida y otros factores convierten el rol
de ser padres en una actividad muy compleja. Si los padres contribuyen a
potenciar la autoestima de sus hijos, se puede aminorar los efectos negativos
de contextos de riesgo que pueden enfrentar los hijos e hijas en un futuro no
lejano.
Durante la evolución de la humanidad se pueden identificar
cambios en los sistemas de educación parental y cada vez se evidencia mayor
involucramiento emocional en las relaciones entre padres e hijos. Este aspecto
crucial del proceso de crecimiento se relaciona con los cambios legislativos
que dan lugar al reconocimiento del niño como sujeto de derechos, lo cual ha
propiciado cambios sociales y culturales que propenden al bienestar integral
del menor. De allí que los padres y cuidadores reflexionen y adapten sus
estilos de crianza procurando favorecer un adecuado desarrollo socioemocional
de los niños.
Aunque la crianza y la forma en la que se ejerce existe desde
siempre, es posible afirmar que las pautas de crianza son un término acuñado a
partir de la década de 1960. Su primera abanderada fue la psicóloga Diana
Baumrind y así lo corroboran Torio, Peña y
Rodríguez (2008), quienes consideran que los estudios de la mencionada
psicóloga demuestran que la manera en la cual se dan las relaciones de
autoridad entre padres e hijos, influye en el proceso de socialización de los
infantes. Estos autores mencionan, asimismo, las tres tipologías de padres
identificadas por Baumrind: 1) Padres autoritarios: son controladores e
inflexibles, exigentes en cuanto a las acciones de sus hijos y poco afectivos.
La relación padres e hijos se da de manera jerárquica y el padre ejerce toda la
autoridad, desconociendo así las necesidades y derechos del niño. Este tipo de
educación puede generar baja autoestima, dependencia y comportamientos
agresivos en los niños. 2) Padres democráticos: buscan enseñar a sus hijos
normas y valores mediante el razonamiento y la negociación. Suelen dirigir las
acciones de sus hijos de manera racional, reflexionan acerca de los derechos y
deberes que cada miembro familiar tiene con respecto al otro y hay reciprocidad
jerárquica. Este estilo de crianza se caracteriza por la comunicación entre
padres e hijos y hace énfasis en la responsabilidad social de las acciones y el
desarrollo de la autonomía e independencia en el hijo. Dicho estilo produce, en
general, efectos positivos como el desarrollo de competencias sociales, altos
índices de autoestima y bienestar psicológico y menor frecuencia de conflictos
entre padres e hijos. 3) Padres permisivos: proporcionan gran autonomía al
hijo, se comportan de manera flexible y aceptan sus acciones e impulsos. Evitan
controlar e imponer autoridad, no marcan límites y son poco exigentes en cuanto
a las expectativas de responsabilidad de sus hijos. Aparentemente, este tipo de
padres forman niños alegres y vitales, pero dependientes, con altos niveles de
conductas antisociales y bajo nivel de madurez y éxito personal (Torío, Peña y Rodríguez, 2008).
Se entiende por competencias parentales la adquisición y
continua evolución de conocimientos, actitudes y destrezas para conducir el
comportamiento parental propio, a través de diversas situaciones de la vida
familiar, la crianza y en las distintas dimensiones y necesidades (física,
cognitiva, comunicativa, socioemocional) del desarrollo del niño, con la
finalidad última de garantizar su bienestar y el ejercicio pleno de sus
derechos humanos (Gómez y Muñoz, 2015).
Partiendo de dicha afirmación, Gómez y
Muñoz (2015) identifican cuatro áreas que hacen parte de las competencias
parentales. La primera competencia parental es vincular y se define como la
capacidad de promover un estilo de apego seguro y un adecuado desarrollo
socioemocional de los niños mediante la sensibilización, el involucramiento y
la calidez emocional en la relación padres e hijos. La segunda competencia es
formativa, favorece el desarrollo, aprendizaje y socialización de los niños
mediante la estimulación del aprendizaje, la incorporación de normas y hábitos,
además de la promoción de las relaciones sociales. La tercera competencia es
protectora, se dirige al cuidado y protección adecuada de los hijos, mediante
la cual se resguardan sus necesidades en cuanto a desarrollo humano, se garantizan
sus derechos y se favorece su integridad física, emocional y sexual. Por
último, se encuentra la competencia parental reflexiva que es aquella que
permite pensar acerca de las influencias y trayectorias de la propia
parentalidad, monitorear las prácticas y evaluar el curso del desarrollo del
hijo para retroalimentar las otras áreas de competencia parental.
Habilidades sociales
Dada la importancia de las relaciones sociales en el desarrollo
psicoemocional del individuo, el estudio de las habilidades sociales ha cobrado
relevancia en las últimas décadas. Sin embargo, no existe unanimidad en el
concepto, pues algunas características comunes en su definición establecen que
son comportamientos aprendidos del contexto de cada individuo, no son un rasgo
de la personalidad y están sujetas a las respuestas específicas del individuo
ante situaciones concretas. Son muchos los autores y definiciones de
habilidades sociales. Así lo ratifica De
Miguel (2014) cuando aduce que:
Las habilidades sociales son el conjunto de conductas emitidas
por un individuo en un contexto interpersonal, que expresa y recibe opiniones,
sentimientos y deseos, que conversa, que defiende y respeta los derechos
personales de un modo adecuado, aumentando la probabilidad de problemas en las
interacciones sociales. (p. 18).
Diversas investigaciones demuestran que las habilidades sociales
inciden en la autoestima, en la adopción de roles, en la autorregulación del
comportamiento y en el rendimiento académico, tanto en la infancia como en la
adultez (Monjas Casares, 2002; Ovejero Bernal, 1998). Caballo (2007) complementa lo anterior al
corroborar que las habilidades sociales son conductas que le permiten al
individuo expresar sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de un
modo adecuado de acuerdo con la situación.
Por otro lado y de acuerdo con Monjas Casares (2002), Caballo define
seis áreas para la evaluación y desarrollo de las habilidades sociales: 1)
habilidades básicas de interacción social, asociadas con conductas como
sonreír, saludar, presentarse, despedirse, entre otras, y que son necesarias y
básicas en el niño para que se relacione con cualquier individuo, sea uno de
sus pares o un adulto; 2) habilidades para hacer amigos, necesarias para el
inicio, desarrollo y mantenimiento de interacciones sociales positivas con sus
pares. Para ello, se requiere del reforzamiento de los otros, iniciaciones
sociales, unirse al juego con otros y la cooperación; 3) habilidades
conversacionales, que permiten al niño iniciar, mantener y finalizar
conversaciones con otras personas y comprender habilidades como comenzar y
terminar conversaciones tanto de manera individual como grupal; 4) la cuarta
habilidad está relacionada con los sentimientos, emociones y opiniones, se
relaciona con la asertividad, para lo cual es necesario desarrollar la
habilidad de expresar y reconocer las emociones, tanto propias como las ajenas,
además de defender los propios derechos sin desconocer los del otro; 5)
habilidades de solución de problemas, que corresponden a la capacidad del niño
para solucionar de manera adecuada, y por sí mismo, los problemas
interpersonales que se le presentan con otros niños; y 6) habilidades para
relacionarse con los adultos, que comprende la relación con personas de estatus
superior, entendiendo que la relación del niño con el adulto es distinta a la
que se da con otros niños y abarca las habilidades del niño para relacionarse
con el adulto mediante conversación, cortesía, peticiones, refuerzo y solución
de problemas.
Para Lacunza y González
(2009), el desarrollo de las habilidades sociales se asocia con la
evolución, pues consideran que la infancia y la adolescencia son etapas muy
favorables para la adquisición y afianzamiento de habilidades. Durante la
primera infancia se consideran primordiales las aptitudes del niño para iniciar
y mantener el juego, y en la medida que el niño avanza en la adquisición del
lenguaje, toman relevancia las habilidades verbales y de interacción con sus
pares. Posteriormente, en la etapa preescolar, las habilidades sociales
requieren de la interacción con pares, lo que se da principalmente mediante el
juego, y así , el niño pasa de un juego solitario al juego grupal. Es entonces
cuando la cooperación y la ayuda se observa como las primeras manifestaciones
prosociales del individuo. Finalmente, Lacunza
y González (2009) destacan lo conductual y cognitivo como ejes principales
para la descripción de habilidades sociales. No obstante, es muy importante
considerar los contextos situacionales y culturales del individuo.
Método
Esta investigación se realizó bajo un enfoque mixto. Se
utilizaron técnicas de encuesta y observación. En todo el proceso estadístico
se utilizó el software
Statistica que posibilitó explicar las relaciones entre las pautas
de crianza y las habilidades sociales de hijos únicos. La investigación no fue
experimental en tanto que no se modificaron las variables y solo se observaron
las características de la muestra, sin ningún tipo de control o manipulación
por parte de las investigadoras.
Población y muestra
La población objeto de estudio la conformó un grupo de 44
familias cuyos hijos acuden al Centro Infantil Castillo de Sueños del municipio
de Apartadó, Antioquia (Colombia) con hijos únicos de edades entre los 3 y 5
años. Se tomó una muestra de 36 niños que corresponde al 52 % de la población
total de la institución. La escolaridad corresponde a párvulos, prejardín y
jardín; asimismo se trabajó con 61 padres y madres de familia para cuya
selección se tomó como criterio la voluntad de los padres para participar en la
investigación. Estas familias presentaban buena calidad de vida, el 100 % eran
profesionales de nivel socioeconómico alto.
Instrumentos
La Escala de Parentalidad Positiva (Gómez y Muñoz, 2015) es un cuestionario
sencillo que responde un adulto responsable de la crianza de un niño. Su
objetivo es identificar aquellas competencias parentales que los adultos
encuestados utilizan al relacionarse con el niño a su cargo y se agrupa en
cuatro áreas: vínculo, formación, protección y reflexión. El cuestionario
consta de 54 preguntas y da cuenta de los comportamientos cotidianos de crianza
que refleja el despliegue de la competencia parental en estas cuatro áreas. Su
respuesta presenta cuatro opciones: casi nunca, a veces, casi siempre y
siempre. Este instrumento se sustenta en las siguientes teorías: la de
resiliencia humana de Gómez y Kotliarenco
(2010), la del apego de Bowlby (1969)
y Ainsworth, Blehar, Waters y Wall (1978)
y la de ecosistema del desarrollo humano de Bronfenbrenner
y Evans (2000).
La escala de habilidades sociales de Lacunza y González (2009) es un
cuestionario que aplican los padres y/o cuidadores a niños con edades de 3 a 5
años. Su objetivo es medir los comportamientos observables y da cuenta del
desempeño social del menor durante los últimos tres meses. Este cuestionario
tiene como base otros instrumentos que miden las habilidades sociales, pero
hace una adaptación de acuerdo a las etapas evolutivas del desarrollo en
menores preescolares y genera así tres cuestionarios de acuerdo con la edad.
Para los menores que tienen 3 y 4 años la escala tiene un cuestionario de 12
ítems, mientras que para aquellos con 5 años de edad, el cuestionario está
conformado por 15 ítems. Cada pregunta ofrece tres opciones de respuesta y un
valor para cada una de ellas: nunca (N) 1 punto, algunas veces (A/V) 2 puntos y
frecuentemente (F) 3 puntos. A mayor puntuación, más alto será el desarrollo de
las habilidades sociales del menor.
Resultados
La población de la presente investigación estuvo conformada por
35 madres y 26 padres de familia con edades entre 24 y 53 años. En relación con
la educación, el 90 % eran profesionales de diferentes áreas disciplinares,
empleados en diversas instituciones gubernamentales y privadas.
Al comparar el total de las competencias parentales y el género,
se encontró la única relación significativa entre estas variables (Chi-cuadrado
de Pearson: 6.64707; gl = 2; p = .03603). En la Figura 1 se observa
que las competencias parentales óptimas, en ambos géneros, presentan un
comportamiento muy similar; sin embargo, se evidencia una gran diferencia entre
géneros en la zona de monitoreo[1], en la cual
las mujeres presentan un alto porcentaje (37.37 %) en comparación con los
hombres (22.53 %). En la zona de riesgo, los padres presentan un alto porcentaje
(19.31 %) en comparación con las madres (2.38 %). Este resultado indica que el
género incide en las competencias parentales de los padres.
Por otra parte, no se encontró una relación significativa al
comparar el total de las competencias parentales con la edad (Chi-cuadrado:
1.983984; gl = 4; p = .73870). Sin embargo, se evidencia una tendencia al
aumento en los porcentajes de las competencias en zona óptima y lo contrario en
la zona de riesgo, a mayor edad, disminuye la zona de monitoreo entre los padres
encuestados.
Figura 1.
Elaboración
propia.
Al analizar la Figura 2, se identifica una
relación significativa entre la percepción de las competencias parentales
protectoras y el género de los padres encuestados (Chi-cuadrado: 9.519352; gl =
2; p = .00857). Las mujeres obtuvieron puntajes más altos en la zona óptima
(37.14 %) y en la zona de monitoreo (51.43 %). En tanto los hombres presentaron
altos porcentajes en la zona de riesgo (46.15 %).
En cuanto a las competencias parentales vinculares y el género,
las mujeres presentan porcentajes más altos en la zona óptima (51.43 %) en
comparación con los hombres (38.46 %), en tanto que los padres presentan
mayores porcentajes en la zona de riesgo (38.46 %) con respecto al de las
madres (14.29 %) (Chi-cuadrado: 4.72742; gl = 2; p = .09407).
Figura 2.
Elaboración
propia.
Al analizar la percepción de competencia parental, se encontró
que no existen diferencias significativas entre padres y madres objetos de
estudio sobre sí mismos. Por el contrario, en las competencias parentales
formativas y reflexivas hubo diferencias dependiendo de género y edad. Se
hallaron datos importantes con respecto al comportamiento de las competencias
vinculares (Chi-cuadrado: 4.72742; gl = 2; p = .09407) y protectoras de acuerdo
al género (Chi-cuadrado: 9.519352; gl = 2; p = .00857).
Así pues, en el análisis de las competencias parentales se
identificó que existen diferencias entre mujeres y hombres, lo cual se hace
evidente al encontrar que en la zona óptima, ambos géneros se encuentran en
porcentajes muy similares: 60.25 % mujeres y 58.16 % hombres. Sin embargo, es
interesante que las mujeres (37.37 %) se encuentran en la zona de monitoreo en
mayor medida que los hombres (22.53 %), mientras que los padres (19.31 %)
presentan índices más altos que las madres (2.38 %) en la zona de riesgo. Se
podría decir que al sobre exigirse con los hijos para desempeñar su rol biológico
y social de cuidadoras, las madres se ocupan de organizar la vida cotidiana y
ofrecer contextos que generen seguridad al menor, lo cual fortalece sus
competencias para protegerlos y proporcionarles bienestar. Sin embargo, al
asumir labores fuera del hogar, pueden llegar a ser más flexibles con respecto
a algunas condiciones de cuidado y vinculación emocional con sus hijos, lo cual
conlleva que sus competencias se encuentren en la zona de monitoreo. En la
contraparte, los hombres siguen ejerciendo su rol de proveedores con
responsabilidades limitadas en la crianza y pueden llegar a ser evasivos y/o
negligentes con respecto a sus deberes de protección y vinculación con sus
hijos.
Asimismo, si se toma en consideración que el primer vínculo
afectivo se establece con la madre y que el sentimiento maternal proporciona
afecto e intimidad a los hijos, mientras que el padre suele asociarse más a la
disciplina y la independencia, se podría deducir que es más fácil para las
mujeres desarrollar competencias parentales vinculares, las cuales están
relacionadas con el adecuado desarrollo emocional del niño en cuestión.
Al comparar el desarrollo de las competencias de acuerdo con la
edad, no se evidenciaron diferencias significativas entre los padres y madres
que hicieron parte de la investigación. Sin embargo, sí se halló un leve
aumento en la frecuencia con la que los padres con mayor edad clasificaban
dentro de la zona óptima y una disminución en la zona de monitoreo, tal vez
como consecuencia de la madurez emocional, la mengua de la impulsividad, mayor
estabilidad económica y compromiso, y deseo de tener hijos. Se podría afirmar
que, a mayor edad, los padres se adaptan más a la crianza de los hijos, se
centran en situaciones y condiciones relevantes y logran así desarrollar de
manera más adecuada sus competencias en el rol de padres. Con respecto al
comportamiento de la muestra en la categoría de edad de 43 a 54 años, se halló
que el porcentaje de padres en zona de riesgo es mayor que en los otros grupos
de edad. Se considera que este fenómeno está más relacionado con el género que
con la edad, siendo que el 80 % de este grupo lo constituyen hombres, solo 20 %
son mujeres.
Habilidades sociales
En la investigación participaron 36 menores: el 50 % (18) niñas
y la otra mitad niños, distribuidos así: 17 niños/niñas de 3 años; 15 infantes
entre niñas y niños de 4 años y 4 niños de 4 años. Un detalle significativo es
la ausencia de niñas de cinco años. Como se sabe, en el periodo entre los tres
y cinco años, de acuerdo a Lacunza, Castro
y Contini (2009) se desarrollan las capacidades sociales, lo que le
permitirá su incorporación al mundo social de una forma amplia y segura. En
concordancia, Monjas (2002) ratifica
que, durante los primeros años de vida, la figura de apego representada en la
familia es determinante para el comportamiento del infante. Esto se debe a que
la familia es el contexto principal donde vive y se desarrolla el niño, le
proporciona las oportunidades sociales, seguridad, afecto, nutrición, educación
y posibilita la incorporación a otros contextos, fortaleciendo así sus
habilidades para interactuar socialmente.
Frente a los resultados, al comparar la habilidad para
relacionarse con adultos y el género se identificó que el 88.89 % de las niñas
demostraron mayor habilidad en esta área, en comparación con el 61.11 % de los
niños. Con el análisis estadístico se encontró que edad y género no inciden
sustancialmente en el desarrollo de las habilidades sociales en los niños y
niñas objeto de investigación (Chi-cuadrado: 3.703704; gl = 1; p = .05429).
Con respecto a las habilidades para relacionarse con los adultos
y la edad, se encontró una relación significativa (Chi-cuadrado: 14.70850; gl =
2; p = .00064). Además, se evidenció que la población de 4 años presenta el
porcentaje más alto de desarrollo de esta habilidad (93.33 %) y la población de
5 años presentó un 100 % en puntuación media (Figura 3). Es
importante resaltar que el 60 % de la población de 4 años de la presente
investigación estuvo integrada por niñas, mientras que el 100 % de la población
de 5 años eran niños.
Figura 3.
Elaboración
propia.
Los datos estadísticos evidencian una relación significativa
entre la edad y la habilidad para resolver y afrontar problemas (Chi-cuadrado:
6.000257; gl = 2; p = .04978). El 86.67 % de la población de 4 años obtuvo un
puntaje alto en esta habilidad, mientras que en el grupo que tenía 5 años, el
75 % presentó habilidad media, lo cual evidencia menor desarrollo de esta
habilidad en comparación con los niños de 3 y 4 años (Figura 4).
Figura 4.
Elaboración
propia.
Al comparar las habilidades para expresar emociones y
sentimientos en relación con la edad, se evidenció una relación significativa
(Chi-cuadrado: 24.47033; gl = 4; p = .00006), la edad incide ostensiblemente a
la hora de expresar emociones y sentimientos. Además, se observó que la
población de 4 años presentó el porcentaje más alto de desarrollo de esta
habilidad (86.67 %), la población de 5 años obtuvo 50 % una puntuación media y
el resto con puntuación baja. Se demuestra por tanto que, a mayor edad, menor
habilidad para expresar emociones y sentimientos, al comparar con la población
de 3 y 4 años. De acuerdo con el análisis de los datos estadísticos, se
encuentra mayor habilidad en las niñas en la mayoría de las áreas (habilidades
básicas, habilidades para expresar emociones, habilidades para resolver
problemas, habilidades para relacionarse con los adultos). Sin embargo, en las
habilidades para hacer amigos se evidencia un mayor desarrollo en los niños y
ante esto, se podría tomar en consideración el rol que culturalmente se la
atribuye a la mujer desde pequeña en la asignación de responsabilidades por
parte de los padres, puesto que tradicionalmente se protege más a las niñas,
pero a partir de los tres años se les empieza a exigir colaborar con las madres
o cuidadores en labores simples del hogar, lo cual las obliga a resolver pequeños
problemas cotidianos. Esto podría ser un factor determinante para el desarrollo
de sus habilidades.
En cuanto a la diferencia que se da con respecto a las
habilidades para hacer amigos, se pueden formular varias interpretaciones: en
estas edades, los menores, en general, tienden a la relacionarse en mayor
medida con su mismo género; a medida que van creciendo, las niñas se van
volviendo menos abiertas con los varones y privilegian la compañía del mismo
género. Si bien la investigación también muestra que se privilegian las
relaciones entre niñas, esas relaciones no están exentas de una marcada
rivalidad.
La experiencia muestra que se establecen relaciones muy intensas
desde el afecto en las niñas, pero muy cargadas también de un aspecto negativo
que anida en una díada amor-odio muy significativo. Esta rivalidad podría estar
asociada con la explicación que la escuela psicoanalítica da a ciertos
comportamientos femeninos en esta edad, y tiene que ver con el complejo de
Electra, por el cual la niña se percibe incompleta (ausencia de pene) y percibe
que su madre comparte esta condición. Esto puede marcar el inicio de una
rivalidad compleja entre madre e hija por el amor del padre y por su atención,
que puede afectar la capacidad de la niña para iniciar y mantener relaciones de
amistad entre sus iguales, y la niña trata de resolver buscando complemento en
el amor del padre. Una interpretación, desde lo filogenético, podría sugerir
que biológicamente la niña se repliega en relaciones más íntimas porque en la adultez
va a requerir cuidar de la familia y esto la va a sustraer parcialmente de lo
social, lo que ha sido un rol histórico en la cultura occidental. En dicho
contexto, el varón se sobreexige en las relaciones sociales porque necesita esa
habilidad para triunfar en el mundo externo y llegar a ser un buen proveedor
para la familia.
Otro dato interesante recolectado en esta investigación se
relaciona con la disminución de todas las habilidades en la población de 5
años. No obstante, cabe acotar que la población de 5 años solo representa el
11.11 % del total de la población encuestada y que, además, el 100 % de los
participantes con edad de 5 años eran de género masculino. Esta preponderancia
se podría considerar como una variable fantasma que justifique la disminución
en la habilidad a los 5 años, pues no tiene sentido, desde el sustento teórico,
que los niños y niñas lograran el pico más alto en la habilidad a los 4 años y
lo perdieran drásticamente a los 5 años. Se considera que es más un asunto de
género que de edad, lo cual deja abiertas muchas preguntas para futuras
investigaciones.
Competencias parentales y habilidades sociales
Se encontró una relación significativa entre las competencias
parentales vinculares y las habilidades sociales totales (Chi-cuadrado:
9.349579; gl = 2; p = .00933). El análisis indica que los padres con
competencias vinculares óptimas tienen hijos con habilidades sociales medias,
mientras que los niños con habilidades sociales altas tienen padres cuyos
porcentajes son similares en las tres áreas de evaluación de las competencias
vinculares.
Los resultados demostraron una fuerte dependencia entre las
competencias parentales vinculares y las habilidades de los niños para
relacionarse con adultos (Chi-cuadrado: 6.444201; gl = 2; p = .03987). Los
padres con competencias vinculares óptimas tienen hijos con habilidades para
relacionarse con los adultos en un puntaje medio, mientras que aquellos niños
con mayor desarrollo de esta habilidad tienen padres que presentan porcentajes
similares en las tres zonas de evaluación.
Con respecto a la relación de las competencias parentales
vinculares con las habilidades para hacer amigos no se presentó una correlación
fuerte (Chi-cuadrado: 5.480318; gl = 2; p = .06456). Se nota que los niños con
altas habilidades para hacer amigos tienen padres con similares puntajes en la
zona óptima (39.02 %) y de monitoreo (39.02 %), mientras que los padres de los
niños cuyas habilidades para hacer amigos clasificaron en el rango medio,
presentan un alto porcentaje de competencias vinculares óptimas (60 %) y un
incremento de las competencias vinculares en zona de riesgo (30 %).
No se halló una relación significativa entre las competencias
parentales vinculares y las habilidades básicas, es decir que dichas variables
no se influyen entre sí (Chi-cuadrado: 4.321177; gl = 2; p = .11526). El
análisis de estas variables muestra que los padres con competencias vinculares
óptimas se correlacionan con hijos que presentan habilidades básicas con
puntuación media. Entre tanto, los padres de los niños con habilidades básicas
altas presentan porcentajes de puntuación similares en las zonas de monitoreo
(37.21 %) y la zona óptima (39.53 %) de evaluación de las competencias
vinculares.
Del mismo modo, no se observa relación significativa entre las
competencias parentales protectoras y las habilidades de los niños para
relacionarse con adultos (Chi-cuadrado: 8.567535; gl = 2; p = .65157). Se puede
evidenciar que los niños obtuvieron mayor puntaje en el desarrollo de esta
habilidad, lo cual se relaciona con padres con competencias parentales
protectoras en zona de monitoreo (44.44 %), por encima de los padres con
competencias en zona óptima (31.11 %). Pero, los padres de los menores con estas
habilidades en puntuación media obtuvieron porcentajes muy similares en las
tres zonas de evaluación de las competencias protectoras, siendo mayor el
porcentaje de padres en zona óptima (37.50 %).
Los resultados obtenidos al correlacionar las competencias
parentales protectoras y las habilidades para resolver y afrontar problemas
entre padres e hijos, no muestran una influencia ostensible (Chi-cuadrado:
4.523970; gl = 2; p = .10414). Sin embargo, es importante resaltar que los
niños con puntajes altos en las habilidades para resolver y afrontar problemas
tienen padres que se encuentran en mayor proporción en la zona de monitoreo
(48.84 %), presentan porcentajes iguales en la zona de riesgo (25.58 %) y la
zona óptima (25.58 %). El análisis de las competencias protectoras y su
relación con las habilidades para expresar emociones y sentimientos muestra que
no existe una relación significativa entre estas variables (Chi-cuadrado:
5.055976; gl = 4; p = .28160).
Fue posible identificar datos importantes acerca del
comportamiento de las competencias parentales protectoras y el desarrollo de
las habilidades para expresar emociones y sentimientos. Al igual que en los
casos anteriores, se halló que los niños que más habían desarrollado
habilidades para expresar emociones provienen de padres con un alto porcentaje
en la zona de monitoreo de competencias protectoras (48.48 %). Entre tanto, los
niños que presentaron puntajes medios provienen de padres que se encuentran en
las tres zonas de evaluación de las competencias, en porcentajes muy similares.
Como caso excepcional, se observó que en la habilidad para expresar emociones y
sentimientos había niños con desempeño bajo cuyos padres obtuvieron un alto
porcentaje en zona de riesgo en cuanto a competencias protectoras (66.67 %),
mientras que el resto (33.33 %) se ubicó en la zona de monitoreo.
No se encontró una afectación sustancial de las habilidades de
los niños para relacionarse con adultos, en contraste con las competencias
parentales protectoras (Chi-cuadrado: 8.567535; gl = 2; p = .65157). Como
consecuencia, se puede observar que los niños que mostraron mayor puntaje en el
desarrollo de esta habilidad se correlacionan con padres cuyas competencias
parentales protectoras se ubican en la zona de monitoreo (44.44 %), por encima
de los padres con competencias en zona óptima (31.11 %). Entre tanto, los
padres de los menores con estas habilidades en puntuación media, presentan
porcentajes muy similares en las tres zonas de evaluación de las competencias
protectoras, siendo mayor el porcentaje de padres en zona óptima (37.50 %).
La relación entre las competencias parentales protectoras y las
habilidades de los menores para resolver y afrontar problemas no es
significativa (Chi-cuadrado: 4.523970; gl = 2; p = .10414). Sin embargo, es
importante conocer que los padres de los niños que obtuvieron puntajes altos en
las habilidades para resolver y afrontar problemas, se ubicaron en mayor medida
en la zona de monitoreo (48.84 %), y presentaron porcentajes iguales en la zona
de riesgo (25.58 %) y la zona óptima (25.58 %).
En el análisis de las competencias protectoras y su correlación
con habilidades de los niños para expresar emociones y sentimientos, se
ratificó que no existe una relación significativa (Chi-cuadrado: 5.055976; gl =
4; p = .28160). Allí emergen datos importantes al respecto. Al igual que en los
casos anteriores, se observó que los niños con mayor habilidad para expresar
emociones provienen de padres situados en la zona de monitoreo (48.48 %) con
respecto a las competencias protectoras. Los menores que obtuvieron una
evaluación media provienen de padres que se encuentran en las tres zonas de
evaluación de las competencias y en porcentajes muy similares. Como caso único,
se observó que para la habilidad de expresar emociones y sentimientos había
niños con un desempeño bajo provenientes de padres con un alto porcentaje en
zona de riesgo (66.67 %) de sus competencias protectoras, el resto (33.33 %) se
ubicó en la zona de monitoreo.
En cuanto a la relación de las competencias parentales
protectoras con las habilidades conversacionales no se encontró una influencia
significativa (Chi-cuadrado: 4.523970; gl = 2; p = .10414). No obstante, es
importante considerar la continuidad en el comportamiento de la relación entre
estas dos variables, puesto que se puede observar que los niños con puntajes
altos en las habilidades conversacionales se asocian a padres cuya competencia
protectora se encuentran en mayor porcentaje en la zona de monitoreo (45.45 %).
No se encontró influencia de las competencias parentales
protectoras en las habilidades para hacer amigos (Chi-cuadrado: .9194634; gl =
2; p = .63145). Se observó que los niños con más alto puntaje en el desarrollo
de esta habilidad contaban con padres cuyas competencias parentales protectoras
se ubicaban en la zona de monitoreo (41.46 %), mientras que los menores que
obtuvieron una puntuación media para estas habilidades se asociaban a padres
con porcentajes iguales en la zona óptima y la zona de monitoreo (40 %).
En la relación de las competencias parentales protectoras con
las habilidades básicas se identificó que los niños con mayor desarrollo de
esta habilidad presentaban vínculo con padres, en su mayoría, situados en la
zona de monitoreo de sus competencias protectoras (48.84 %). Los niños que
presentaron puntuación media en esta habilidad provenían de padres con iguales
porcentajes tanto en la zona óptima como en la de riesgo (38.89 %) y, a su vez,
una menor representación en la zona de monitoreo (22.22 %). El análisis
estadístico de esta relación no resultó ser significativa (Chi-cuadrado:
4.043221; gl = 2; p = .13244).
Se encontraron características particulares con respecto a la
relación estadística entre las competencias parentales y las habilidades
sociales de los menores en la asociación de las competencias vinculares y las
competencias protectoras con las habilidades sociales de los niños.
Al momento de asociar las competencias vinculares con las
habilidades sociales se hallaron datos interesantes acerca de su influencia en
las habilidades sociales de los menores Se encontró que los niños que
presentaron habilidades sociales altas provenían de padres con porcentajes muy
similares en las tres áreas de evaluación de las competencias parentales (zona
óptima, de monitoreo y de riesgo). En cambio, los niños con habilidades de
puntajes medios provenían de padres con competencias vinculares óptimas en un
alto porcentaje.
Al evaluar la correlación de las competencias protectoras con
las seis áreas de las habilidades sociales, los niños con habilidades altas se
asocian a padres con un alto porcentaje en la zona de monitoreo. Los menores
que presentaron habilidades sociales medias se vinculan a padres con
porcentajes muy similares en las tres zonas de evaluación de las competencias
parentales.
Otro hallazgo se relaciona con la habilidad para expresar
emociones y sentimientos: la única habilidad en los niños presentó un puntaje
bajo y se asocia a padres con un alto porcentaje de competencias protectoras en
zona de riesgo (66.67 %); el resto (33.33 %) se ubica en zona de monitoreo.
Los hallazgos de esta investigación no coinciden con lo que en
teoría se podría esperar, ya que no tiene sentido que niños que tienen
habilidades sociales medias tengan padres con competencias parentales óptimas,
mientras que niños con habilidades sociales altas tengan padres que se pueden
ubicar en cualquiera de los tres rangos de competencia. El otro hallazgo
inesperado es que los niños que presentaron habilidades sociales altas en las
seis áreas, se asocian a padres con competencias parentales protectoras en zona
de monitoreo.
Discusión
Durante el desarrollo de la investigación fue posible determinar
que no existe una correlación significativa entre el desarrollo de competencias
parentales de los padres con su género o edad. Frente al género, se observaron
algunas diferencias en los resultados de la evaluación de las competencias
protectoras y vinculares. Mediante el análisis de las competencias protectoras
se estableció que las madres se ubicaban principalmente en zona de monitoreo,
mientras que los padres tuvieron mayores puntajes en la zona de riesgo. Al
evaluar las competencias vinculares con respecto al género, los hallazgos
indicaron que las mujeres presentan altos porcentajes en zona óptima, seguido
por la zona de monitoreo, entre tanto los hombres presentan porcentajes muy
similares entre los puntajes de la zona óptima y la zona de riesgo. Estos datos
permiten deducir que las mujeres desarrollan mayores competencias que los
hombres para la crianza de los hijos.
Aunque los resultados no arrojan diferencias significativas en
el desarrollo total de las habilidades sociales en menores que conciernan a su
género y edad, se evidencia que, en las habilidades de relacionarse con los
adultos, las niñas presentan puntajes más altos que los niños, mientras que, en
la habilidad para hacer amigos, los niños muestran mayor destreza.
Por otra parte, al comparar la edad con la habilidad para
relacionarse con los adultos, el puntaje más bajo de desarrollo en la habilidad
para resolver y afrontar problemas y expresar emociones y sentimientos, se
encontró en la población de 5 años, mientras que los puntajes más altos se
encontraron en la población de 4 años. Es importante resaltar que, en esta
investigación, el 60 % de la población de 4 años en la investigación estuvo
integrado por niñas, mientras que el 100 % de la población de los 5 años eran
niños. Esta preponderancia en uno y otro grupo puede haberse convertido en una
variable interviniente que justifique las diferencias halladas, especialmente
en los casos en los que no coinciden con la experiencia clínica documentada en
informes científicos de psicología.
Asimismo, se identificó una relación entre algunas competencias
parentales y las habilidades sociales de los menores. Aun cuando no se halló
correlación significativa entre las competencias formativas y reflexivas de los
adultos y las habilidades sociales de los niños, al evaluar las habilidades
sociales y las competencias vinculares, se estableció que los niños con habilidades
medias tienen padres con puntajes de competencias en zona óptima. Al mismo
tiempo, los niños con habilidades altas provienen de padres con valores muy
similares en las tres zonas de evaluación de las competencias vinculares.
Además, se encontró que al vincular las competencias protectoras
de los adultos con el desarrollo de las habilidades sociales en los menores, se
determinó que los niños con habilidades sociales altas se asocian a padres con
competencias protectoras que clasifican, principalmente, en la zona de
monitoreo. Estos hallazgos generan ciertos interrogantes al no coincidir con
los resultados proyectados, pues se esperaría que los niños con habilidades
sociales altas proviniesen de padres con competencias protectoras óptimas.
Las herramientas aplicadas tanto a padres como a hijos no
resultan suficientes para determinar si realmente existe una incidencia
preponderante de las competencias parentales en el desarrollo de habilidades
sociales de los niños. Sin embargo, ofrecen una aproximación a las competencias
parentales positivas, las cuales están relacionadas con pautas de crianza
adecuadas y además permiten analizar algunas de las conductas sociales de los
niños objeto de estudio.
Asimismo, los datos de la investigación aportan información
importante acerca de la percepción que tienen los padres con respecto a sus
competencias parentales. Al tratar las habilidades sociales de los niños, se
observan puntajes altos, pero al evaluar las competencias de los padres, se
encuentran valores correspondientes a las zonas de monitoreo y de riesgo,
principalmente en las competencias protectoras y vinculares. Sin embargo, es
importante mencionar que la investigación se llevó a cabo en el marco de
condiciones que pueden haber interferido en los resultados. Una de ellas es que
la evaluación de las competencias parentales se realizó con un cuestionario
autoadministrado, respondido desde la subjetividad de cada padre, que pudo
conllevar a un sesgo en la información recolectada debido a que, al realizar el
análisis de la información, algunos patrones de comportamiento no coincidían
con lo observado previamente en la población de la muestra. Se considera por
tanto que la investigación se vio limitada al aplicarse a población adulta con
un nivel socioeconómico alto y –mayoritariamente– con formación profesional,
por lo que es posible plantear que, debido a sus ocupaciones, los padres
dedican un tiempo limitado a la crianza de sus hijos y que, en muchas
ocasiones, esta queda a la merced de los cuidadores, quienes finalmente
terminan impartiendo los patrones de crianza en los menores. Así pues, se
podría pensar que aplicar dichos instrumentos en otros contextos
socioeconómicos y culturales podría arrojar datos más significativos sobre la
relación entre las competencias en la crianza y el desarrollo de las
habilidades sociales de menores en otro ámbito.
Finalmente, se concluye que no hay criterios que indiquen una
relación significativa entre las competencias parentales positivas y el
desarrollo de las habilidades sociales de los padres e hijos únicos con edades
entre 3 y 5 años del Centro Infantil Castillo de Sueños. Además, se encontró
que los padres presentan mayor desarrollo de las competencias vinculares, lo
cual permite generar un tipo de apego seguro y un adecuado desarrollo
socioemocional del menor. Asimismo, los padres parecen tener menos
desarrolladas las competencias protectoras dirigidas a cuidar y proteger a sus
hijos. Por último, se afirma que la población investigada posee un buen
promedio de habilidades de interacción social. Sin embargo, para Gómez y Muñoz (2015) quedan desafíos en el
desarrollo del instrumento, aunque se evidencia la validez de la escala de
parentalidad positiva (E2P) como mecanismo confiable para analizar las
relaciones familiares y su desarrollo en las habilidades sociales tanto de
infantes como adolescentes, por lo que queda pendiente que se aplique en
diversos y representativos grupos de la región de Urabá, teniendo en cuenta
factores como “la curva de ROC, análisis IRT o de respuesta al ítem, estudio de
validez predictiva, y otros” (p. 30).
Por otro lado, tratando de incentivar el debate a los
resultados, Lacunza, Solano y Contini
(2009) expresan que a las habilidades sociales las influyen las
características del entorno, donde las malas condiciones de vida pueden generar
impacto negativo en el desarrollo de las habilidades sociales. Esta afirmación
cobra sentido si se tiene en cuenta que la pobreza y las condiciones precarias
de vida pueden generar incertidumbre en el futuro, aumenta los estados
emocionales negativos, depresión, diversas enfermedades, circunstancias que
pueden afectar el desarrollo infantil como las capacidades cognitivas, sociales
y emocionales.
En la investigación, la población objeto presenta aceptables
condiciones de vida, los padres tienen buen status social, profesionales y con
actividades laborales seguras, garantizando así calidad de vida a la familia y
obviamente a los infantes. Lo paradójico es que los resultados demuestran que
muchos padres presentar competencias parentales vinculares y protectoras en
zona de monitoreo y riesgo, mientras sus hijos presentan buen promedio de
habilidades de interacción social adecuadas según la edad.
Quedan preguntas para futuras investigaciones: ¿por qué los
niños con habilidades sociales altas se correlacionaron con padres cuyas
competencias parentales protectoras se ubicaron en la zona de monitoreo, cuando
se esperaría que fueran hijos de padres con competencias óptimas? ¿Depende el
desarrollo de las habilidades sociales de los hijos únicos en mayor medida de
otros factores que no están asociados a las competencias de sus padres?
Agradecimientos
El presente artículo da cuenta de la investigación “Incidencia
de las pautas de crianza moderna en el desarrollo de las habilidades sociales,
de niños y niñas de 3 a 5 años, hijos únicos, en el Centro Infantil Castillo de
Sueños, Municipio de Apartadó”. La entidad financiadora de la misma fue la
Corporación Universitaria Minuto de Dios. Código del proyecto: 520-IN-1-16-018.
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Notas
[1] La Escala de
Parentalidad Positiva define tres zonas: La primera es la zona de riesgo, donde
se ubica a los padres cuyos puntajes están por debajo de la muestra de
referencia. La segunda hace alusión a la zona de monitoreo, en la que se ubica
a los padres que presentan puntajes con porcentajes entre 30 y 40 % de acuerdo
con la muestra de referencia de la tabla. Por último, se define la zona óptima,
en la cual se ubica a los padres con puntajes altos.
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