Vida comunitaria
percibida por jóvenes de una región en transición agrícola-industrial
Community
life perceived by young people in a region in agricultural-industrial
transition
Minerva Ante-Lezama lezamamine@gmail.com
Universidad Nacional Autónoma de México, México
Marina González-Villanueva marina.gonzalezvillanueva@wits.ac.za
Universidad del Witwatersrand, Sudáfrica
Vida comunitaria percibida por jóvenes de una región en
transición agrícola-industrial
Interdisciplinaria, vol. 39, núm. 2, pp. 281-296, 2022
Centro Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias
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La revista
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Esta obra está bajo una Licencia Creative
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Recepción:
09 Octubre 2020
Aprobación:
25 Marzo 2022
Resumen:
Desde la lógica de la modernidad capitalista, distintas formas
de reproducción de la vida son pensadas como comunidades atrasadas que hay que
modernizar. Ciertas regiones de México, como El Bajío (Centronorte-Occidente),
representan territorios en transición con una importante actividad industrial
creciente, con uno de los mayores aumentos del producto interno bruto (PIB) y
efectos importantes en las relaciones comunitarias. El objetivo de este estudio
fue conocer la percepción de las juventudes sobre las dinámicas en sus
relaciones laborales, comunitarias y de género en el contexto de la transición
agrícola-industrial de sus localidades, debido a la inserción del Parque
Tecnoindustrial Castro del Río (de aquí en adelante PTCR). Se realizó un
estudio mixto concurrente, a lo largo de tres meses, mediante la aplicación de
un cuestionario, grupos de discusión y entrevistas semiestructuradas. Entre los
principales hallazgos: (1) se detectó un cambio de paradigma en cuanto a la
perspectiva del trabajo en los jóvenes de menor edad, aunque persiste la
memoria de formas productivas comunitarias previas; así como percepciones
importantes sobre derechos laborales y agencia en lo que respecta al trabajo
formal y asalariado; (2) se identificó una relevancia notoria de las fiestas
patronales y los escasos espacios comunes como sitios significativos de
interacción, colaboración comunitaria y sentido del lugar, y (3) se percibieron
tensiones en las relaciones de género, debido a la inserción de la mujer en el
ámbito laboral industrial y a expresiones diversas de autonomía que se
contraponen a las creencias y expectativas sexistas por parte de los hombres de
mayor edad.
Palabras clave: juventudes, comunidades, desarrollo comunitario,
industrialización, relaciones de género.
Abstract: From a capitalist point of
view, pre-industrial communities are a rich source of cheap labour and
resources, which could be put to profitable use if industrialised. This is
normally presented politically as bringing the modern world’s quality of life
improvements to impoverished and struggling communities, or more crudely as
modernising “backward” modes of societies. Certain regions of Mexico, such as
El Bajío (Central North-West of Mexico) represent territories in transition
from an agricultural to industrial economy; with an important growing
automotive sector among others; one of the largest increases in Gross Domestic
Product (GDP) and important effects on community relations. The Bajío represents
a region characterized by a significant number of sources of employment in the
industry, tax incentives from the State, low wages and the absence of strikes.
The Castro del Río Tecnoindustrial Park (PTCR) was built more than a decade
ago, during the boom of the automotive industry in the region, and, as
indicated by its official website, it houses 72 companies from 6 different
countries, has a “young and abundant workforce: more than 700 thousand
inhabitants in a radius of 20 kilometres", and a "Public Training
Institute for technicians through the CONALEP Castro del Río campus, located
within the park". Most of the communities affected by this technological
development have incipient urban development, with limited access to basic
services such as drainage or drinking water, no or limited common spaces for
social interaction, recreation and sports, and little or no health, education
and cultural equipment. The inhabitants of these communities work in the
fields, construction, or as labourers in the PTCR companies. The aim of this
study was to examine the perception of youth about the labor, community and
gender relational dynamics in the context of the agricultural-industrial
transition of their localities, due to the insertion of the PTCR. A concurrent
mixed study was carried out over three months by applying a questionnaire,
discussion groups and semi-structured interviews. Among the main findings, the
following stand out: 1) A paradigm shift was detected in terms of the
perspective of work in young people, although the memory of previous community
productive forms persists; Likewise, important perceptions about labor rights
and agency are detected in relation to formal and salaried work and an
awareness of the notorious forms of labor abuse in factories; 2) A relevance of
the management holidays and common spaces was identified, which in some
communities are scarce, as significant spaces for interaction, collaboration
community and sense of place; 3) Tensions are perceived in gender relations due
to the entry of women in to the industrial work environment and diverse
expressions of their autonomy that are opposed to sexist beliefs and
expectations on the part of older men. Young women’s career, work, and
recreational expectations are viewed as negative and undesirable. The reported
study made it possible to visualise the perceptions of youth about the
relationships affected by the agricultural-industrial transition of their
communities. Some limitations identified are related to the short time available
to the team to carry out the study, the unsafe conditions in the area derived
from organised crime. It is relevant to continue this study and delve into the
aspects analysed. It is viewed as a prospective investigation to return to the
communities and carry out a new study to analyse the three types of
relationships and the role played by ICTs, the increasingly widespread
pro-gender equality discourse, as well as the changes that appear in
perspectives 3 years after the first study.
Keywords: youth, communities, community development, industrialisation,
gender relationships.
Introducción
Desde la lógica de la modernidad capitalista, distintas formas
de reproducción de la vida en colectivo, como el ejido, son pensadas como
comunidades atrasadas a modernizar (Gutiérrez,
2021). Echeverría (2009) definió
la modernidad como el “conjunto de comportamientos que estaría en proceso de
sustituir a esa constitución tradicional, después de ponerla en evidencia como
obsoleta, es decir, como inconsistente e ineficaz” (p. 8), y planteó que el
proyecto de modernidad del siglo pasado, con sus valores ligados al progreso
social traducido en desarrollo económico y tecnológico, terminó por volcarse
hacia prácticas individualistas, excluyentes y desposeedoras. Gravano (2005) identifica que, desde la
década de los cincuenta del siglo XX, como herencia de las ideas de Weber y
Talcott Parsons, en los estudios urbanos y antropológicos hubo una fuerte
tendencia a abordar el análisi de comunidades urbanas y rurales en términos de
la pérdida de lo rural en tanto vida tranquila, tradicional y con un sentido de
lo comunitario. Con ello, afirma, “se dará lugar en esta época a la
concepción del atraso de lo no-urbano, con un sentido netamente
evolutivo-mecanicista, que conducirá directamente a las tesis desarrollistas
de auge en los años sesenta” (Gravano,
2005, p.75). Para el autor, estos enfoques desarrollistas han provisto una
imagen estereotipada de estos sectores y sus formas de acceso a la ciudad: se
sigue concibiendo a los sujetos no urbanos como seres con comportamientos no
adecuados cuando migran a las ciudades, pero también cuando se resisten a una
urbanización impulsada velozmente en sus territorios.
En ese contexto, surgen los planteamientos de Lefebvre (2017) quien, en su amplio
análisis sobre la configuración de las sociedades urbanas, encuentra dinámicas
asincrónicas de industrialización en las distintas regiones del mundo. Sobre la
situación en Latinoamérica, este autor enuncia:
“(…) las antiguas estructuras agrarias se disuelven y los
campesinos desposeídos o arruinados huyen a las ciudades en busca de trabajo y
subsistencia (...) proceden de sistemas de explotación destinados a desaparecer
(…) depende estrechamente de los países y [polos de crecimiento] industriales”
(2017, p. 30).
Más adelante, Harvey (2019)
y Sassen (2003) vinculan tales
planteamientos con los procesos de globalización del mercado en el siglo XXI.
Dichos autores apuntan a que el mercado global, en coalición con los gobiernos
deslocalizan el trabajo, generan continuamente nuevas lógicas para abaratar la
mano de obra y llevan al territorio a un nivel de explotación insostenible.
México es parte de ese fenómeno y, dada su extensión territorial y su
diversidad sociocultural, presenta zonas contrastantes en cuanto a formas de
productividad y desarrollo social. La incorporación de mano de obra femenina y
de una población cada vez más joven así como los daños medioambientales severos
son características de tales procesos.
Los procesos de industrialización en comunidades previamente
agrícolas muchas veces, provocan conflictos. Diversos estudios en las ciencias
sociales han señalado que la incursión de industrias (como la minera, la
automotriz o la hidroeléctrica, entre otras) en la población rural o periurbana
concluyen casi de manera inevitable en conflictos entre la población y las
industrias debido al intolerable cambio en la forma de vida de dichas poblaciones
(Bebbington et al., 2008; Bury y Kolff, 2002; Hinojosa, 2013; Panfichi y Coronel, 2011). Debido a ello,
se ha identificado un aumento en el consumo de sustancias en comunidades
rurales mineras vinculado al aislamiento y la introducción de jornadas de
trabajo irregulares y extensas, problema que se agrava en la población juvenil
y en las mujeres (Gay et al., 2018).
Los procesos de urbanización de las comunidades rurales pueden
ser parte de formas de gestión de lo común más democráticas y simbióticas: “la
ciudad no es tanto un universo que sustituye al campo como el lugar en que se
mezclan y reelaboran las culturas” (Gravano,
2005, p. 95). Las sociedades agrícolas conservan y reconstruyen saberes
importantes para la vida. Gutiérrez (2021)
pone en relevancia que estas sociedades tienen una enorme capacidad para la
gestión de los comunes, al tiempo que afirma que no son sociedades atrasadas ni
congeladas en el tiempo, sino que conservan pautas añejas que son readaptadas
toda vez que adoptan cuestiones externas y que ello tiene un importante
carácter político vinculado, no necesariamente con el gobierno, pero sí con la
tarea de gobernar.
Resulta de suma relevancia explorar cómo se dan estos procesos
de readaptación y adopción en las comunidades en transición, así como cuáles
son los cambios que se perciben y las tensiones que se producen. La experiencia
de transición puede activar profundos cambios en los modelos culturales y en la
subjetivación psicológica de ciertos valores e ideologías. También puede
provocar conflictos de distinta índole: generacionales, al contar la población
más joven con nuevos referentes de vida y con acceso a comunidades virtuales o
discursos de la globalización de las tecnologías de la información y la
comunicación; de género, al producirse una crisis y una ausencia de
representación femenina en el trabajo de reproducción, que no es remunerado ni
valorado e impuesto como mandato a las mujeres (Federici, 2018, 2013); medioambientales, debido a las
distintas perspectivas en la forma de hacer uso de los recursos naturales en
tanto comunes (Gutiérrez, 2021) y, por
último, en la dinámica de las relaciones comunitarias en general y en las
relaciones laborales, toda vez que se transforma, de manera importante, el
horizonte de posibilidades de productividad y empleo. Estos procesos de
urbanización se asocian con un incremento del individualismo, la valoración de
la independencia, la autosuficiencia y la equidad de género (Esteban-Guitart et al., 2018), y con el
aumento de las expectativas laborales formales entre los adolescentes (Palomar y Estrada, 2016).
Las juventudes representan uno de los sectores más afectados por
la transición de una sociedad agrícola a una industrial, pues son quienes
tendrán como experiencia laboral posible la que imponga dicha transición. En el
contexto mexicano, resulta particularmente relevante observar los efectos de
los proyectos y las políticas de industrialización en comunidades rurales, en
lo concerniente al futuro laboral de las juventudes. Los indicadores de
bienestar relativos a la educación, los ingresos y el balance vida-trabajo se
encuentra entre los más bajos de los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE,
2018). Aunado a ello, diversos estudiosos y organismos internacionales dan
cuenta de la realidad salarial en México como una de las más precarizadas y con
un sindicalismo en crisis que obstaculiza la organización colectiva para las
mejoras de las y los trabajadores. Ruvalcaba,
Uribe y Gutiérrez (2011), al analizar diversos estudios, concluyen que la
identidad profesional es un asunto central en la vida de los jóvenes. Entre los
españoles, se ha observado incertidumbre, inestabilidad, insatisfacción o
precariedad laborales, lo cual puede estar incidiendo en percepciones de
bloqueo, desencanto o marginación por parte de los jóvenes. Una noción que
ayuda a comprender la vivencia de lo laboral en las juventudes, que de forma
parcial se aborda en este análisis, es la de identidad laboral. Esta representa
la percepción que el individuo tiene de sí mismo respecto de sus habilidades y
actitudes aplicadas al ámbito productivo y laboral (Soto, Stecher y Valenzuela, 2017), así
como la relación que establece entre sus capacidades y las demandas del mercado
laboral, su conocimiento de los derechos laborales y su capacidad de generar
recursos económicos para satisfacer sus necesidades básicas y contribuir al
desarrollo de su comunidad. Según Agulló
(1998), “la identidad se construye, en gran medida, en/a través del
desempeño de un trabajo” (p.156), y Soto
el al. (2017) explica que “la sociedad forma para un trabajo, los
identifica con la actividad laboral y se otorgan roles a partir de ella”.
La transición de lo agrícola a lo industrial, con los cambios en
las alternativas laborales posibles, también puede tener un impacto en la
construcción o reconstrucción del sentido psicológico de comunidad, que es “el
sentimiento de que uno pertenece a, y es parte significativa de, una
colectividad mayor” (Sarason, 1974, citado por Esteban-Guitart y Sánchez Vidal, 2012, p.
41). Krause (2001) apunta a tres
componentes estructurales mínimos: (1) la pertenencia, aspecto subjetivo que
implica que el miembro de la comunidad sienta que comparte con otros miembros
ciertos valores, ideas, problemáticas, propósitos o metas de la comunidad; (b)
la interrelación que implica la comunicación (interdependencia e influencia
mutua), y (c) la cultura común que consiste en la existencia de significados
compartidos y, en alguna medida, una interpretación de la vida cotidiana, así
como ciertas conductas, ritos u objetos de significado cultural. Este
sentimiento comunitario es constitutivo del sujeto y tiene una dimensión
territorial importante.
La comunidad en tanto relación se constituye en torno al
espacio, es decir, el espacio físico y social están imbricados. Para Lefebvre
“no hay relación social sin soporte” (2013,
p. 431); la materia y la ideología son interdependientes y son afectadas por
los procesos históricos. Un concepto abordado por la geografía humana es el
sentido del lugar, que le concede una cualidad central en la experiencia humana
y que en estudios recientes se apuntala como particularmente importante entre
los jóvenes, lo cual indica que este sector presenta un alto sentido del lugar
íntimamente ligado a sus experiencias pasadas y a sus expectativas (Farrugia, Smyth y Harrison, 2014; Prince, 2014). Ramos y Feria (2016) señalan que el
individuo “accede a las estructuras que van conformando su identidad, les da
forma y se apropia de ellas. En consecuencia, va construyendo sentidos, entre
ellos, el de lugar” (p. 84); asimismo, ponen de manifiesto la liga de los
lugares con la historia y el significado vividos y atribuidos desde la
experiencia personal y colectiva. Pérez y
Gregorio (2020) plantean la importancia de la posibilidad de generar
afectos en los lugares como parte del derecho a la ciudad, entendido como el
derecho a la vida urbana y al territorio, es decir, más allá de las ciudades.
Tanto el sentido de comunidad como el sentido del lugar pueden verse afectados
por el avance en la urbanización o la industrialización de las comunidades.
Finalmente, la transición de comunidades agrícolas a
industriales afecta la dinámica de las relaciones en términos políticos. La
cultura política se adquiere en el mundo social en el que el individuo se
desenvuelve, se subjetiviza y se incorpora a la experiencia individual. Esta
experiencia individual:
“(...) está basada en el contexto en el que hemos nacido y en el
que nos desarrollamos como ciudadanos o residentes a partir del lugar que
ocupamos en la jerarquía social y, por ende, en relación con las instancias de
poder; es la que da sustento a la construcción de la identidad política que, a
su vez, nos permite distinguirnos de los ‘otros’; una vez lograda dicha
distinción, entablamos relaciones del tipo ‘ellos’ versus ‘nosotros’ y, consecuentemente,
el conflicto y la posibilidad de negociación según sea el caso” (Almada, 2005, p. 127).
La identidad política implica la construcción del sujeto
político y su capacidad organizativa en el marco de una comunidad o sociedad,
es decir, a su noción de ser sujeto de derechos, de incidir en las decisiones
que afectan a su comunidad y de sentirse capaz de negociar aspectos como los
derechos laborales, las relaciones de género o la producción de la vida en común.
Se puede construir a partir de la relación que se establece desde y con las
instituciones políticas y gubernamentales, o desde las relaciones que se dan
entre los grupos sociales con los que se interactúa (Almada, 2005).
El objetivo de este estudio fue conocer la percepción de las
juventudes sobre las dinámicas relacionales laborales, comunitarias y de género
en el contexto de la transición agrícola-industrial de sus comunidades, debido
a la inserción de un parque industrial en la zona.
Contexto de la investigación y justificación
Esta investigación se realizó a petición del Instituto Irapuato
y la Fundación Comunitaria del Bajío en el contexto de un estudio mayor cuya
finalidad fue identificar obstáculos a la productividad del Parque
Tecnoindustrial Castro del Río (PTCR), en la región de El Bajío, México. La
solicitud hecha a las investigadoras implicó la necesidad de explorar la
relación de las juventudes con el PTCR y generar información que dé cuenta de
su realidad y percepción. Las investigadoras tuvieron la libertad de abordar el
análisis desde la perspectiva que desearan y decidieron abordarla desde una
perspectiva crítica y con mirada de género. La recolección de datos se llevó a
cabo entre abril y julio de 2018 en seis comunidades rurales o periurbanas que,
de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL, 2013) de México, cuentan con
entre 198 y 4 665 habitantes: La Calera, Taretán, Lo de Juárez, Ex Hacienda de
Márquez, Purísima del Progreso y Peñitas. Todas ellas se encuentran a una
distancia de entre 1 y 7 km del PTCR.
Esta región, que ha experimentado un notorio crecimiento
económico, está caracterizada por una importante cantidad de fuentes de empleo
en la industria —principalmente automotriz—, incentivos fiscales por parte del
Estado, salarios bajos y ausencia de huelgas (Fariza, 2018). El PTCR fue construido
hace más de una década, durante el auge de la industria automotriz en la
región, y, como lo indica su sitio web oficial, alberga a 72 empresas de seis
países diferentes, cuenta con “mano de obra joven y abundante: más de 700 mil
habitantes en un radio de 20 kilómetros” (Marabis
desarrolladora, 2014), y un “Instituto Público de Capacitación para
técnicos a través del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica
(CONALEP) campus Castro del Río, localizado dentro del parque” (Marabis desarrolladora, 2014).
La mayoría de las comunidades afectadas por este desarrollo
tecnológico cuenta con un incipiente desarrollo urbano o está en proceso de
transición agrícola-industrial, con un limitado acceso a servicios básicos como
el drenaje o agua potable, con nulos o limitados espacios comunes para la
interacción social, la recreación y el deporte, con escaso o inexistente
equipamiento de salud, educación y cultura, con fiestas comunitarias
tradicionales y con una creciente conectividad a internet. Los habitantes de
estas comunidades trabajan en el campo, la construcción o como obreros en las
empresas del PTCR.
Método
Se realizó un estudio exploratorio mixto para conocer la
percepción que tienen los y las jóvenes de la dinámica sobre las relaciones y
de la producción de la vida en común en las seis comunidades más próximas al
PTCR, a partir de la experiencia vivida en relación con él. Se recurrió a
jóvenes en los espacios comunes, pero también a los que asistían a las cuatro
escuelas que se encontraban en funcionamiento durante la investigación y el
CONALEP. Este último representa el único sitio de estudios de nivel medio
superior en la zona y el paso previo a la inserción en la industria. También se
consultó a algunos jóvenes y adultos que resultan clave en la comunidad por su
involucramiento y liderazgo en actividades colectivas y porque han visto la
transición de forma más prolongada. Para llegar a ellos, el vínculo fue la
Fundación Comunitaria del Bajío, a la que se le solicitó el contacto con
actores y actrices con perspectivas diversas que tuvieran un involucramiento
notorio en la comunidad (directores de las escuelas, delegados, representantes
comunales, profesores, líderes, madres o padres de familia activos en los
procesos escolares). Se emplearon herramientas cualitativas y cuantitativas, y
un diseño de análisis concurrente.
Instrumentos y técnicas de recolección de datos
Se implementaron tres técnicas que implicaron el diseño de
instrumentos ad hoc:
(1) encuesta (cuestionario); (2) grupos de discusión (guía), y (3) entrevista
semiestructurada (guía).
El cuestionario de autopercepción y dinámicas relacionales,
aplicado a las juventudes, se diseñó siguiendo los preceptos para el diseño de
instrumentos de medición recomendados por Kerlinger
(2002) y Clark-Carter (2004).
Consta de 58 reactivos con opción de respuesta tipo Likert, o dicotómica, y 24
preguntas abiertas. La primera parte indaga aspectos relacionados con: (1)
cualidades personales referentes a la autonomía, la autoestima y diversas
habilidades autopercibidas; (2) identificación con la comunidad y mecanismos de
comunicación y satisfacción con esta; (3) percepción del empleo, capacidades
relacionadas, importancia atribuida a trabajar, salario, crecimiento personal,
horarios, ambiente laboral, cercanía a casa, tiempo libre, seguridad y trato de
los jefes, y (4) participación en la toma de decisiones comunitarias. La
segunda parte explora, mediante preguntas abiertas, el autoconcepto, los
valores, el uso del tiempo libre, el gusto y la práctica de actividades
creativas y deportivas, lo que les gusta y disgusta de sus comunidades, los
lugares especiales (sentido del lugar), la influencia de los otros, los
valores, los ritos y los símbolos compartidos, la dinámica de las relaciones,
la importancia del trabajo, el conocimiento de los derechos laborales, las
habilidades y las fortalezas laborales, y el involucramiento en la solución de
problemas comunitarios.
Para los grupos de discusión se elaboró una guía que abordó los
siguientes temas: (1) la comunidad; (2) la escuela; (3) el trabajo; (4) la
salud; (5) el dinero; (6) la seguridad, y (7) el futuro.
Las entrevistas semiestructuradas fueron realizadas con actores
clave. Se diseñó una guía de entrevista ad hoc a los objetivos. Los
aspectos abordados fueron: (1) la comunidad; (2) la comunicación y la
influencia mutua entre los miembros de la comunidad; (3) los efectos del PTCR
en las comunidades; (4) los jóvenes en las comunidades y sus actividades
productivas; (5) la toma de decisiones y la solución de problemas, y (6) las
diferencias de género.
Participantes
Encuesta: 136 jóvenes de entre 15 y 27 años, M = 19 (DE = 2.85),
44.6 % hombres y 53.2 % mujeres; 60.8 % estudiantes, 28 % trabajadores, 4.9 %
estudiantes y trabajadores, y .7 % amas de casa; 20.1 % con secundaria
terminada, 43.2 % con preparatoria o bachillerato, y 12.9 % con licenciatura
terminada; 9.4 % padres o madres; 45 % trabajadores activos en el PTCR (el
resto estudiando o trabajando en otro sitio). Un 10.8 % reportó haber trabajado
en el pasado en el PTCR y el 32.4 %, nunca haberlo hecho; de los que reportaron
haber trabajado allí, el 17.9 % lo hizo menos de un año, el 14.4 %, entre 1 y 2
años, el 11.4 %, más de 2 años. Muestreo: intencional, el cuestionario se
aplicó dentro del CONALEP Campus Castro del Río, en escuelas públicas de las
comunidades y en espacios públicos. Se seleccionaron a todos los jóvenes que
quisieran participar de manera voluntaria y que se encontraran dentro del rango
de edad muestreado.
Grupos de discusión: Se llevaron a cabo dos grupos de jóvenes en
los que participaron 14 jóvenes de las seis comunidades distribuidos de la siguiente
manera: (1) Estudiantes mujeres del CONALEP (7), M = 17.85 años (DE = .34), con
experiencia como practicantes en el PTCR; (2) Estudiantes hombres del CONALEP
(7), M = 18.14 años (DE = .64), con experiencia como practicantes en el PTCR o
con otros empleos. Se realizaron también tres grupos, con 15 miembros de la
comunidad, considerados actores y actrices clave: (1) Madres de familia (4), M
= 30.5 años (DE = 6.53) de la comunidad de Lo de Juárez, con o sin experiencia
en el PTCR; (2) Hombres y una mujer (6), M = 20.83 años (DE = 3.80) de la
comunidad Ex Hacienda de Márquez, integrantes de un colectivo de grafiti, con y
sin experiencia como trabajadores en el PTCR; (3) Hombres (5), M = 31.4 años
(DE = 4.12) de la comunidad Purísima del Progreso con experiencia como
trabajadores en el PTCR.
Entrevistas: participaron 11 jóvenes y adultos, siete hombres y
cuatro mujeres, edad media de 40.9 (DE = 8.7), tres de ellos con estudios
profesionales y ocho con educación básica. El muestreo fue intencional, pues se
consideró que fueran actores clave diversos.
Procedimiento
El equipo de investigación estuvo inmerso durante un periodo de
tres meses (abril a julio de 2018), en diferentes actividades de las seis
comunidades estudiadas, se llevaron a cabo diversas visitas, se convivió en las
casas de algunas familias y se recibió, incluso, hospedaje en dos comunidades,
se asistió a algunas actividades sociales y culturales para establecer rapport y
compartir con algunos miembros de la comunidad la intención de realizar la
recolección de datos para la investigación y sus objetivos. Las diversas
técnicas fueron aplicadas conforme a las recomendaciones metodológicas y éticas
correspondientes, en espacios educativos y plazas o espacios públicos de las
comunidades. Toda participación fue realizada con consentimiento informado
verbal de parte de los miembros de la comunidad.
El análisis de la información captada mediante los grupos de
discusión, las entrevistas semiestructuradas y las preguntas abiertas del
cuestionario se realizaron de manera conjunta y se integraron los datos en una
matriz común. Se realizó un análisis de categorías con la participación de tres
jueces que constituían el equipo de investigación quienes, posteriormente,
integraron los resultados y las interpretaciones consensuadas y tomaron como
referencia el modelo de análisis narrativo de Lieblich et al. (1998) y de Sparkes y Devís (2018).
Los datos cuantitativos obtenidos por medio del cuestionario se
cargaron al paquete estadístico SPSS 21 para Mac. Se realizaron los análisis
descriptivos de frecuencias, medias, desviaciones estándar y comparación de
medias mediante la prueba t de Student. Posteriormente, se realizó un
procedimiento de triangulación de los hallazgos de las distintas fases para
generar conclusiones comunes a partir de las directrices generales planteadas
por Denzin y Lincoln (2005) y del
análisis concurrente (Creswell, 2011).
Resultados
Los resultados se presentan en tres apartados en los que se
reportan los principales hallazgos organizados de la siguiente manera: (1) las
relaciones productivas; (2) las relaciones comunitarias, y (3) las relaciones
de género.
Las relaciones productivas
En las juventudes fue notoria la referencia al parque como
prospectiva de futuro, así como la referencia a la transición de la
predominancia en el pasado de la agricultura y la migración a nuevos trabajos
de distinta índole, pero todos relacionados con el parque. En todos los grupos
de discusión se hizo referencia a él como la fuente de empleo más importante.
De manera general, se identificó una autopercepción positiva en
las juventudes que, en lo tocante a habilidades para el trabajo, se resume en
tres categorías principales: (1) el aprender con facilidad/rapidez; (2) la
rápida adaptación a los cambios; y (3) la responsabilidad.
El 96.4 % de las juventudes afirmó que sí es importante
trabajar. Al indagar el motivo, se hizo referencia, principalmente, a los
ingresos (aproximadamente tres cuartas partes de los encuestados), alrededor de
una cuarta parte hizo referencia al crecimiento personal, el aprendizaje y a
ciertos valores. Se solicitó evaluar distintos aspectos a la hora de elegir un
empleo y el salario fue uno de los más destacados. Al preguntarles sobre sus
derechos laborales, el primero que se mencionó fue el derecho a recibir un
salario justo, seguido de recibir las prestaciones de ley y, por último, el
derecho al trato digno y la no explotación.
La relevancia que se le da al ingreso económico se relaciona
estrechamente con la valoración que los entrevistados dieron al estudio, pues
se menciona que el parque industrial tiene ofertas de trabajo que no están
siendo aprovechadas debido a la falta de capacitación: “Son trabajos buenos, no
sé si la gente los aprovecha. Principalmente Castro de Río tiene un sinfín de
empresas y trabajo, que falte gente pues es porque no está capacitada ni
preparada para el puesto” (hombre, 20 años). Los jóvenes también reportaron de
forma consistente que el CONALEP instalado en el interior del parque es la vía
para incorporarse al trabajo en el PTCR y la única institución de acceso a
educación media superior disponible en la zona.
Los jóvenes que tenían experiencias previas de trabajo dentro
del PTCR reportaron situaciones como las jornadas muy largas, los salarios
bajos, las exigencias de capacitación que no pueden cumplir o los malos tratos:
“Hay mucho trabajo, pero a nuestro juicio está un poco mal pagado” (hombre, 18
años). “Trabajaba en una empresa de limpieza, según eso iba a ir el muy mero de
Alemania y nos pusieron a limpiar, y nos dijeron que mañana íbamos a limpiar
igual, pero que luego nos encerraron en una bodega porque no querían vernos”
(hombre, 27 años).
Los actores clave reportaron de manera consistente que para
acceder a un empleo con un buen salario se ven en la necesidad de incorporar
conocimientos tecnológicos que no tienen y que, para muchos de ellos, son
inaccesibles. Enunciaron la diversidad y complejidad de las tareas agrícolas
que sí saben hacer y fueron la opción laboral en el pasado.
Se entrecruzan en los discursos de los actores clave aspectos
como las tecnologías y el mandato sexo-genérico ligados a la transición
agrícola-rural: “Estamos dejando de ser (...) una sociedad de campesinos
primarios y tratamos de ser una sociedad tecnificada (…) nos estamos
enfrentando a una mini revolución industrial (…) eso abonado a las antiguas
creencias de que estudiar era para jotos [homosexuales], todavía se pensaba así hace unos diez
o quince años atrás, apenas se está quitando. Gracias al CONALEP un chamaco
puede mantener a una familia y el que es joto es el que no mantiene una
familia” (hombre, 36 años).
Los actores clave reportaron la disminución de los procesos
migratorios derivada de la transición. Coincidentemente, tanto jóvenes como
actores clave reportaron percibir al PTCR no solo como una fuente de trabajo,
sino como productor de contaminación ambiental: “Llegaron las fábricas y pues
sí, sí ha habido más empleo, antes se iban a Estados Unidos, ahora está el
trabajo aquí de volada, pero llegaron a perjudicar, tan solo hay aquí unos
sembradíos y los ha afectado. Toda la madrugada sueltan el humo y los
sembradíos pues se marchitan (…)” (hombre, 27 años).“(…) aquí las empresas como
ayudan han dañado, tan solo me fijé en el agua, en los ríos, ahorita la gente
ya no se siente confiada para darle a sus animales, el agua huele mal, sale de
un color (…). La salud del agua ha sufrido de ese daño (…) ya no te sientes
confiado, antes la gente se bañaba y todo el pedo. El aire, ha habido empresas
que dejan salir un vapor y la gente no podía ni dormir por ese vapor, uno que
vive más cerca sí lo ha vivido (…)” (hombre, 19 años).
Las preocupaciones por la contaminación producida por las
empresas se suman a las preocupaciones por falta de drenaje y de servicio de
recolección de basura. Aunado a ello, se hizo referencia al hecho de no contar
con servicios de salud adecuados pues, a decir de los informantes, tanto
jóvenes como actores clave, solo existe un pequeño centro de salud mal equipado
en la zona.
Un aspecto destacado en algunos discursos de actores clave es el
que se refiere a la producción de la vida en común, en la que se imbrica el
cambio de actividades productivas hacia formas que inciden en su noción de lo
público y lo privado y lo que denominaron la parte humana de la vida
productiva: “Antes, no importa en dónde estuvieras, todo era tuyo, aunque
tuviera dueño podían pasar por allí, ahora no, ahora ya no puedes caminar por
donde siempre habías caminado” (hombre, 38 años). “O sea la cuestión aquí es
que es un abandono, no económico porque sea como sea Castro del Río, sí alcanza
a cubrir lo esencial para decir ‘no me muero de hambre’ (...). La parte humana
ya está olvidada aquí, por eso es que tenemos una situación de violencia muy
fuerte aquí, porque la parte humana ya se olvidó. Lo que interesa es el dinero
y no importa de dónde lo saques (…). El chiste es que tengas dinero” (hombre,
36 años).
Las relaciones comunitarias
Los valores y las características con los que se identifican los
jóvenes presentan aspectos centrados en las relaciones sociales. Ante la
pregunta “¿Cómo eres?”, los adjetivos más empleados fueron: responsable,
alegre, respetuoso(a) y honesto(a); seguidos de: amable, trabajador(a), buena
persona, hábil para convivir, sociable o amistoso(a). Reportaron
mayoritariamente que los valores que los definen son: respeto, honestidad,
honradez, y solidaridad. Al describir a su comunidad destacaron la unión, la
solidaridad y la tranquilidad. Reportaron una identificación con su comunidad
con una media de 6.9, en una escala del 0 al 10 en donde 10 representa el mayor
nivel de identificación. Aproximadamente el 10 % respondió que no le gusta
“nada” de su comunidad.
Las relaciones familiares y de amistad fueron reportadas como
las más significativas y en las que se percibe un sentido de comunidad
notoriamente positivo y fuerte. Las relaciones vecinales fueron valoradas de
manera negativa en una proporción importante y usaron calificativos como:
“mal”, “no tan bien”, “no somos muy unidos”, “casi ni me hablan”, “no tengo
contacto con ellos”, “no estamos muy relacionados”, “no les hablo”. No
obstante, fue claro que representan un vínculo cotidiano intenso. Lo que menos
les gusta de su comunidad, tanto a las juventudes como a los actores clave, es
la inseguridad y la violencia, seguidas por las carencias en infraestructura (particularmente
las calles en mal estado), los conflictos entre los habitantes o con las
autoridades y la contaminación.
Tanto los jóvenes como los actores clave reportaron que lo que
más los representa en cuanto a valores, ritos y símbolos compartidos son las
fiestas patronales, que también es uno de los aspectos que más les gusta de su
comunidad. Sin embargo, los actores clave mencionaron que estas tradiciones se
han visto amenazadas por el aumento de grupos religiosos no católicos, que no
apoyan la organización de estas fiestas. Entre los jóvenes, lo anterior no
figura en sus respuestas, pero sí representan un gusto y motivación por la
oportunidad de una interacción durante dichas fiestas.
Al indagar sobre el sentido del lugar mediante las preguntas
“¿Qué lugares especiales hay en tu comunidad?” y “¿Qué los hace especiales?”,
las juventudes respondieron de manera consistente y contundente “el jardín”,
seguido en frecuencia por el templo o la capilla, la escuela, la plaza o el
kiosco, el campo —(refiriéndose a los campos y sembradíos—, la cancha de
fútbol y la biblioteca. Cabe destacar que no en todas las comunidades existen
esos espacios comunes. De manera más marginal se hizo referencia a otros
espacios como la hacienda, las ruinas y el jardiín comunitario. Al explorar el
motivo por el que consideran especiales esos lugares, las respuestas caben en
tres categorías: (1) las características inherentes al espacio y las relaciones
que se dan ahí (“tranquilo”, “seguro”, “fresco”, “uno se siente a gusto ahí”);
(2) su función como espacios de encuentro y convivencia, y (3) su valor
histórico.
Un notorio efecto de la inserción del PTCR sobre la vida
comunitaria, reportado por juventudes y actores clave, es el incremento en el
abuso de sustancias psicoactivas, principalmente metanfetaminas y anfetaminas
(mayoritario entre hombres, pero en aumento entre las mujeres), asociado a las
jornadas extenuantes de los trabajadores del parque y a la normalización del
consumo: “Porque se está cayendo en la normalización del consumo de drogas, que
ya es normal, ya nos está pegando de alguna forma la tontería de pensar que es
normal que los hombres consuman droga, ahorita lo que nos está haciendo
escándalo es que las niñas también están consumiendo drogas, que no debería ser,
debería ser de los dos, pero sí nos está escandalizando que las niñas estén
consumiendo, curiosamente hasta mamás, ya ha habido casos en los que las mamás
caen en eso, también para cumplir las jornadas de trabajo, las jornadas son
largas, empiezan a consumir drogas y se quedan enganchadas, y ya después andan
en unos problemas que ah…” (hombre, 36 años).
Las juventudes se perciben nada o poco incluidas en los
mecanismos formales e informales de participación política. Al preguntarles qué
tan incluidos(as) se sienten en la toma de decisiones en sus comunidades, el
30.9 % respondió “Nada”, el 52.5 %, “Poco”, y el 14.4 % respondió “Muy
incluido(a)”.
Al preguntarles de qué manera contribuyen a mejorar las
condiciones de vida en su comunidad, una proporción importante respondió
“nada”, “casi nada”, “no me meto”, “casi no participo”. En una proporción menor
expresaron contribuir mediante actitudes y comportamientos prosociales, para
apoyar las ideas o aportándolas. Lo anterior se confirmó con las distintas técnicas
y la siguiente cita da cuenta de ello: “Nada, la verdad, porque soy invisible y
no me harían caso” (hombre, 18 años).
Al explorar cómo resuelven los problemas comunitarios, se
observó un consenso al expresar que mediante asambleas o reuniones. Otros grupos
de respuestas fueron: (1) “no me meto”, “no me mantengo al tanto” o “nunca me
entero”, y (2) a golpes o con peleas.
Entre los actores clave fueron visibles posturas antagónicas al
respecto de la participación y el ejercicio político. Fue preponderante un
discurso negativo al respecto de los liderazgos oficiales y una omisión en sus
discursos de las juventudes: “(...) los delegados están tomando las decisiones
sin considerar a la comunidad, ahorita ellos son los que están tomando las
decisiones por todos, hasta ahorita no he sabido que hagan juntas (…)” (hombre,
46 años). Se reportó que en las asambleas de las comunidades se excluye a las
mujeres, excepto cuando se trata de resolver un problema de agua potable, y
solo una de las seis personas que ocupan el puesto de delegado en las
comunidades es mujer.
Las relaciones de género
Las mujeres jóvenes se perciben como menos alegres y manifiestan
una mayor cantidad de tristeza en sus vidas en comparación con los hombres.
Reportaron menos autonomía (t = 1.90, gl = 128, p = .059), peor salud (t =
2.66, gl = 134, p = .009) y menor habilidad para los deportes (t = 2.71, gl =
134, p = .007). Se identificó que las mujeres presentan un menor nivel de
identificación con la comunidad (t = 3.49, gl = 132, p = .001). También
reportaron menor satisfacción laboral que los hombres y se valoraron menos
capaces para conseguir un buen empleo; si bien las diferencias no fueron
estadísticamente significativas, resultan relevantes a la luz de los discursos.
En el discurso de los actores clave, se hizo referencia a
cambios paulatinos en los roles de género con énfasis en el conflicto que esto
conlleva. Por un lado, las mujeres se ven impulsadas a dejar el rol tradicional
dentro del hogar, ya sea por una necesidad económica latente o por el deseo de
superación. Por el otro, se ven confrontadas por las creencias sexistas de sus
padres y familiares cercanos, y fueron explícitas las diferencias
generacionales a ese respecto en voz de las juventudes. Se reportó que los
padres y familiares, sobre todo hombres, desdeñan el estudio y el trabajo en el
proyecto de vida de las mujeres jóvenes: “Mi papá no me deja, dice que mientras
él esté, las mujeres en casa no trabajan” (mujer, 16 años). “(…) mi familia me
decía ‘para qué estudias si de todas maneras te vas a casar’… Mi papá a veces
se porta machista… Mis tíos y abuelos se enteraron de que quiero seguir
estudiando, siempre te ven como que te vas a casar y que solo sirves para tener
hijos y estar en su casa” (mujer, 16 años).
Al mismo tiempo, las mujeres son señaladas por los actores clave
como causantes de conflictos intrafamiliares debido al creciente nivel de
independencia que van adquiriendo al contar con sus propios ingresos: “Ahorita
ya como hombres y mujeres se están yendo a trabajar, como la mujer gana su
dinero, también algunos matrimonios han tronado (…). La mujer dice ‘Si yo ya
gano dinero este cabrón se pone sus moños’ en cuestión de que la cela o de que
le está quitando” (hombre, 54 años).
Se hizo referencia a las tensiones derivadas de que la mujer ya
no tenga como responsabilidad única la crianza de los hijos: “para las
comunidades, el que la mamá estuviera en la casa, sea como sea nos tenían
alineaditos, ahorita ya no hay mamá, ni papá, bueno, papá, la figura paterna
aquí pos es muuuy, eeeeh, efímera, que se iba al norte…” (hombre, 36 años). Se
hizo referencia de igual manera a la ausencia de los padres tanto en los
tiempos predominantemente agrícolas, en los que también se presentaban procesos
migratorios masculinos, como en el momento en el que se realizó el estudio.
Como se mencionó previamente, un motivo de tensión en las
relaciones de género se ubica en distintas expresiones de autonomía de las
mujeres como la mayor incidencia de empleo femenino, el aumento en el consumo
de alcohol y otras sustancias adictivas, y las aspiraciones vocacionales.
En los recorridos realizados en las comunidades para la
recolección de datos, se observó que los espacios comunes y públicos estaban
ocupados o transitados predominantemente por hombres. En las entrevistas a
actores clave, se hizo referencia a la percepción de inseguridad relacionada
con el hecho que las mujeres salieran a la calle, solas o a partir de cierta
hora,implica un miedo ligado a la victimización sexual.
Discusión
El estudio reportado permitió visualizar percepciones de las
juventudes en torno a las relaciones afectadas por la transición
agrícola-industrial de sus comunidades. En los discursos se destacaron aspectos
consonantes con lo que señaló Gravano (2005) como “la perspectiva de las
pérdidas”. También se identificaron aspectos que pueden interpretarse como
positivos o referentes a mayor igualdad y libertad, como las expresiones de
mayor autonomía de las mujeres y a mayores expectativas laborales, consonante
con lo planteado por Esteban-Guitart et
al. (2018) y Palomar y Estrada (2016).
De manera contundente, se apreció un cambio en el paradigma de
la noción de trabajo y productividad. Los relatos, sobre todo de las juventudes
y los adultos que experimentaron en carne propia los cambios más abruptos en
sus comunidades, permitieron observar la transición de formas de productividad
más comunitarias y no monetizadas a una economía altamente monetizada y basada
en la especialización, ligada a la industria automotriz y basada en el empleo
formal asalariado globalizado. Lo anterior es consonante con la tensión
expresada por los teóricos al respecto de perspectivas que buscan modernizar lo
atrasado y anular formas de reproducción de la vida en común, más cercanas a
las comunidades indígenas y ejidatarias, entre otras, resaltadas por Gutiérrez (2021). Se identificó que en
los discursos de tiempos pasados, la comunidad como red de apoyo aportaba
bienes no monetarios y formas de economía social que posibilitaban en alguna
medida el autoconsumo y el trabajo entre familiares y amigos. En los discursos
de los más jóvenes, lo anterior se percibe como una anécdota del pasado y que
ahora se identifica como único horizonte el trabajo en el PTCR.
La trasmisión de experiencias ligadas a condiciones inaceptables
en materia de derechos laborales permitió observar que la noción de lo político
en los jóvenes está ligada fuertemente a los derechos y las relaciones
laborales formales. Agulló (1998)
plantea que la intermitencia y la discontinuidad de la mayor parte de trabajos
que llevan a cabo los jóvenes, y la incertidumbre y la vulnerabilidad
psicosocial que ello genera, poseen un efecto totalmente negativo y
desestructurador de la percepción de sí mismos y de todo lo que se refiere al
proceso cristalizador de sus identidades. No obstante, en las juventudes
encuestadas se observó una significación de las experiencias laborales no tan
desestructuradoras como lo apunta Agulló, a pesar de los abusos reportados;
probablemente ello se deba a las redes de apoyo familiares y comunitarias. Si
bien no se atisba una teoría del trabajo en los discursos, más allá de su
función instrumental para la obtención de ingresos, en la mayoría de los casos
se observó un amplio repertorio para describir el sistema de valores propio en
torno al trabajo. Ruvalcaba, Uribe y
Gutiérrez (2011) explican que esto ocurre debido a las lógicas productivas
típicas del capitalismo laboral y globalizado; es decir, frente a la urgencia
de incorporarse al sector industrial, las juventudes no tienen la oportunidad
de elaborar su perspectiva propia sobre el trabajo y se ven forzados a incorporar
valores promovidos por las empresas.
El salario fungió como protagonista en cuanto a noción de
derechos laborales y de problemas percibidos. De igual manera, las condiciones
de injusticia y violencia fueron resaltadas como un aspecto problemático en
cuanto al vínculo con el PTCR. Esto da cuenta de una conciencia de ser sujetos
políticos en lo concerniente al trabajo, aunque no pareciera ser tan viable en
cuanto a la toma de decisiones comunitarias. Un aspecto a tener en cuenta
podría ser que las juventudes se perciben más competentes en la gestión y
negociación de sus relaciones en el ámbito laboral que en el ámbito
comunitario. Ello resultaría relevante para contrastar los problemas tan
notorios en México, respecto de los bajos salarios y el bajo balance vida-trabajo
reportado por la OCDE (2018), que
destaca la fuerte noción de lo social, empleado por las juventudes para
autodefinirse y valorarse, y su autopercepción positiva. No obstante, la
experiencia emocional negativa reportada, aunada a los problemas sentidos
relacionados con el consumo de sustancias adictivas y la valoración
significativamente menor de la salud en las mujeres, da cuenta de lo que
algunos estudios reportan: los hombres tienden a padecer de problemas como la
dependencia a sustancias adictivas o la violencia debido a un mal manejo de las
emociones negativas, mientras que las mujeres tienen más problemas de salud
ligadas a la internalización de emociones negativas, como la depresión (Astbury, 2001). Sin embargo, tanto hombres
como mujeres manifiestan un creciente consumo de sustancias adictivas,
vinculado a las condiciones laborales en el parque, lo cual es coincidente con
los hallazgos de la literatura revisada y reportada en la introducción.
Resulta relevante la diferencia entre hombres y mujeres en
cuanto a la valoración de la autonomía. Al igual que han señalado otros
estudios, cuando las mujeres se encuentran en contextos rurales que transitan a
urbanos, aumenta su deseo de autonomía e igualdad de género (Esteban-Guitart et al., 2018) y enfrentan
una lucha por construir su identidad en el sistema productivo, al que tuvieron
acceso más recientemente que los hombres; las más jóvenes comentan que se les
dificulta que las personas de su comunidad y su familia acepten que ellas
también pueden emplearse. El que las mujeres estén reportando menos autonomía
en las comunidades puede estar dando cuenta de menor agencia personal y, por
ende, mayor dificultad para el empoderamiento (Pick, et al., 2007). No obstante, sus
discursos mostraban clara conciencia del sexismo en sus comunidades, lo cual
podría posibilitar la acción individual o colectiva.
Se observó una fuerte filiación de las juventudes a sus vínculos
familiares y de amistad, no así a los vínculos vecinales. Por un lado, esto da
cuenta de lo que Díaz Guerrero (2006)
señalaba respecto a la preponderancia de la familia en tanto sistema
identitario de los mexicanos. Aunado a ello, llama la atención una mayor
identificación de los hombres con su comunidad que las mujeres, que podría
estar dando cuenta de un modelo cultural profundamente patriarcal que implica
barreras y restricciones al desarrollo y expresión de las mujeres en los
espacios públicos, así como la apropiación y explotación de su trabajo relativo
a la reproducción de la vida. Resulta destacable que 1 de cada 10 jóvenes en la
comunidad expresó que no le gusta nada. Esto implica un fuerte rechazo a la
comunidad que habría que explorar con mayor atención.
Resulta relevante explorar el porqué de la valoración negativa
de las relaciones vecinales. Los estudios sobre el conflicto intergrupal
originados por Tajfel y Turner (1986)
y Sherif (1966) podrían representar un
marco de referencia para futuros estudios (Scandroglio,
López y San José, 2008). Si la familia fue ponderada tan positivamente, se
podría encontrar lógicas de categorización social de los otros en el seno
familiar que estén siendo aprendidas y reproducidas por las hijas y los hijos,
lo cual representaría una barrera para la cohesión social y la organización
comunitaria frente a los problemas comunes a resolver. Asimismo, se podría
estar manifestando una tensión entre los valores culturales ligados a formas de
vida de producción colectiva de lo común y los valores culturales ligados a
formas de vida tendientes al consumismo y al individualismo globalizado.
Es notoria la ponderación tan positiva de los espacios comunes
por parte de los jóvenes, particularmente del jardín, espacio con el que no
todas las comunidades estudiadas cuentan. Llamó la atención un sentido del
lugar ligado al espacio público urbanizado tanto como al campo (campos de
siembra) en el contexto de una estructura espacial en la que, por un lado, cada
vez se va transformando el ambiente natural en un ambiente urbano e industrial,
mientras que, por otro, no se logra una urbanización con los elementos mínimos
de infraestructura básica y complementaria de calidad. Aunado a ello, fue
notoria la relevancia atribuida a las fiestas patronales como espacios
simbólicos de fortalecimiento de la comunidad, aunque con una significación
generacionalmente distinta.
Se puede afirmar que las juventudes de las comunidades próximas
al PTCR son agentes activos de negociación permanente de su derecho a la ciudad
y al territorio, en términos de Lefebvre
(2017), tanto como actores potenciales de una gestión de la vida en común,
como lo plantea Gutiérrez (2021),
constantemente amenazada por un intenso proceso de industrialización
globalizada.
Algunas limitaciones del estudio fueron: (1) el corto tiempo del
que disponía el equipo para realizar el estudio permitió observar, de una forma
incipiente, los distintos aspectos, además de que tampoco se contaba con
antecedentes de estudios similares en la zona; (2) las condiciones de
inseguridad, derivadas de la delincuencia organizada, limitaron los tiempos y
horarios de recorrido e implementación de técnicas por parte de las
investigadoras; (3) en los discursos de los entrevistados surgió una pluralidad
de temas y cuestiones que superaba las experiencias investigativas de las
investigadoras, por lo que hubo que hacer un esfuerzo de integración en el
análisis y ajustes al marco teórico y a la interpretación de resultados en
varios momentos, con lo que se constató la importancia de romper las barreras
disciplinarias.
Resulta relevante dar continuidad a este estudio y profundizar
en los aspectos analizados. Se visualiza como prospectiva investigativa volver
a las comunidades y realizar un nuevo estudio para profundizar en los tres
tipos de relaciones y en el papel que juegan las TIC, los discursos a favor de
la igualdad de género cada vez más difundidos, así como los cambios que se van
presentando en las perspectivas a tres años del primer acercamiento.
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