Vida comunitaria percibida por jóvenes de una región en transición agrícola-industrial

Vida comunitaria percibida por jóvenes de una región en transición agrícola-industrial

Community life perceived by young people in a region in agricultural-industrial transition

Minerva Ante-Lezama

Universidad Nacional Autónoma de México, México

Marina González-Villanueva

Universidad del Witwatersrand, Sudáfrica

Vida comunitaria percibida por jóvenes de una región en transición agrícola-industrial

Interdisciplinaria, vol. 39, núm. 2, pp. 281-296, 2022

Centro Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias Afines

La revista Interdisciplinaria se publica bajo una licencia Creative Commons BY-NC-SA 4.0

Recepción: 09 Octubre 2020

Aprobación: 25 Marzo 2022

Resumen: Desde la lógica de la modernidad capitalista, distintas formas de reproducción de la vida son pensadas como comunidades atrasadas que hay que modernizar. Ciertas regiones de México, como El Bajío (Centronorte-Occidente), representan territorios en transición con una importante actividad industrial creciente, con uno de los mayores aumentos del producto interno bruto (PIB) y efectos importantes en las relaciones comunitarias. El objetivo de este estudio fue conocer la percepción de las juventudes sobre las dinámicas en sus relaciones laborales, comunitarias y de género en el contexto de la transición agrícola-industrial de sus localidades, debido a la inserción del Parque Tecnoindustrial Castro del Río (de aquí en adelante PTCR). Se realizó un estudio mixto concurrente, a lo largo de tres meses, mediante la aplicación de un cuestionario, grupos de discusión y entrevistas semiestructuradas. Entre los principales hallazgos: (1) se detectó un cambio de paradigma en cuanto a la perspectiva del trabajo en los jóvenes de menor edad, aunque persiste la memoria de formas productivas comunitarias previas; así como percepciones importantes sobre derechos laborales y agencia en lo que respecta al trabajo formal y asalariado; (2) se identificó una relevancia notoria de las fiestas patronales y los escasos espacios comunes como sitios significativos de interacción, colaboración comunitaria y sentido del lugar, y (3) se percibieron tensiones en las relaciones de género, debido a la inserción de la mujer en el ámbito laboral industrial y a expresiones diversas de autonomía que se contraponen a las creencias y expectativas sexistas por parte de los hombres de mayor edad.

Palabras clave: juventudes, comunidades, desarrollo comunitario, industrialización, relaciones de género.

Abstract: From a capitalist point of view, pre-industrial communities are a rich source of cheap labour and resources, which could be put to profitable use if industrialised. This is normally presented politically as bringing the modern world’s quality of life improvements to impoverished and struggling communities, or more crudely as modernising “backward” modes of societies. Certain regions of Mexico, such as El Bajío (Central North-West of Mexico) represent territories in transition from an agricultural to industrial economy; with an important growing automotive sector among others; one of the largest increases in Gross Domestic Product (GDP) and important effects on community relations. The Bajío represents a region characterized by a significant number of sources of employment in the industry, tax incentives from the State, low wages and the absence of strikes. The Castro del Río Tecnoindustrial Park (PTCR) was built more than a decade ago, during the boom of the automotive industry in the region, and, as indicated by its official website, it houses 72 companies from 6 different countries, has a “young and abundant workforce: more than 700 thousand inhabitants in a radius of 20 kilometres", and a "Public Training Institute for technicians through the CONALEP Castro del Río campus, located within the park". Most of the communities affected by this technological development have incipient urban development, with limited access to basic services such as drainage or drinking water, no or limited common spaces for social interaction, recreation and sports, and little or no health, education and cultural equipment. The inhabitants of these communities work in the fields, construction, or as labourers in the PTCR companies. The aim of this study was to examine the perception of youth about the labor, community and gender relational dynamics in the context of the agricultural-industrial transition of their localities, due to the insertion of the PTCR. A concurrent mixed study was carried out over three months by applying a questionnaire, discussion groups and semi-structured interviews. Among the main findings, the following stand out: 1) A paradigm shift was detected in terms of the perspective of work in young people, although the memory of previous community productive forms persists; Likewise, important perceptions about labor rights and agency are detected in relation to formal and salaried work and an awareness of the notorious forms of labor abuse in factories; 2) A relevance of the management holidays and common spaces was identified, which in some communities are scarce, as significant spaces for interaction, collaboration community and sense of place; 3) Tensions are perceived in gender relations due to the entry of women in to the industrial work environment and diverse expressions of their autonomy that are opposed to sexist beliefs and expectations on the part of older men. Young women’s career, work, and recreational expectations are viewed as negative and undesirable. The reported study made it possible to visualise the perceptions of youth about the relationships affected by the agricultural-industrial transition of their communities. Some limitations identified are related to the short time available to the team to carry out the study, the unsafe conditions in the area derived from organised crime. It is relevant to continue this study and delve into the aspects analysed. It is viewed as a prospective investigation to return to the communities and carry out a new study to analyse the three types of relationships and the role played by ICTs, the increasingly widespread pro-gender equality discourse, as well as the changes that appear in perspectives 3 years after the first study.

Keywords: youth, communities, community development, industrialisation, gender relationships.

Introducción

Desde la lógica de la modernidad capitalista, distintas formas de reproducción de la vida en colectivo, como el ejido, son pensadas como comunidades atrasadas a modernizar (Gutiérrez, 2021). Echeverría (2009) definió la modernidad como el “conjunto de comportamientos que estaría en proceso de sustituir a esa constitución tradicional, después de ponerla en evidencia como obsoleta, es decir, como inconsistente e ineficaz” (p. 8), y planteó que el proyecto de modernidad del siglo pasado, con sus valores ligados al progreso social traducido en desarrollo económico y tecnológico, terminó por volcarse hacia prácticas individualistas, excluyentes y desposeedoras. Gravano (2005) identifica que, desde la década de los cincuenta del siglo XX, como herencia de las ideas de Weber y Talcott Parsons, en los estudios urbanos y antropológicos hubo una fuerte tendencia a abordar el análisi de comunidades urbanas y rurales en términos de la pérdida de lo rural en tanto vida tranquila, tradicional y con un sentido de lo comunitario. Con ello, afirma, “se dará lugar en esta época a la concepción del atraso de lo no-urbano, con un sentido netamente evolutivo-mecanicista, que conducirá directamente a las tesis desarrollistas de auge en los años sesenta” (Gravano, 2005, p.75). Para el autor, estos enfoques desarrollistas han provisto una imagen estereotipada de estos sectores y sus formas de acceso a la ciudad: se sigue concibiendo a los sujetos no urbanos como seres con comportamientos no adecuados cuando migran a las ciudades, pero también cuando se resisten a una urbanización impulsada velozmente en sus territorios.

En ese contexto, surgen los planteamientos de Lefebvre (2017) quien, en su amplio análisis sobre la configuración de las sociedades urbanas, encuentra dinámicas asincrónicas de industrialización en las distintas regiones del mundo. Sobre la situación en Latinoamérica, este autor enuncia:

“(…) las antiguas estructuras agrarias se disuelven y los campesinos desposeídos o arruinados huyen a las ciudades en busca de trabajo y subsistencia (...) proceden de sistemas de explotación destinados a desaparecer (…) depende estrechamente de los países y [polos de crecimiento] industriales” (2017, p. 30).

Más adelante, Harvey (2019) y Sassen (2003) vinculan tales planteamientos con los procesos de globalización del mercado en el siglo XXI. Dichos autores apuntan a que el mercado global, en coalición con los gobiernos deslocalizan el trabajo, generan continuamente nuevas lógicas para abaratar la mano de obra y llevan al territorio a un nivel de explotación insostenible. México es parte de ese fenómeno y, dada su extensión territorial y su diversidad sociocultural, presenta zonas contrastantes en cuanto a formas de productividad y desarrollo social. La incorporación de mano de obra femenina y de una población cada vez más joven así como los daños medioambientales severos son características de tales procesos.

Los procesos de industrialización en comunidades previamente agrícolas muchas veces, provocan conflictos. Diversos estudios en las ciencias sociales han señalado que la incursión de industrias (como la minera, la automotriz o la hidroeléctrica, entre otras) en la población rural o periurbana concluyen casi de manera inevitable en conflictos entre la población y las industrias debido al intolerable cambio en la forma de vida de dichas poblaciones (Bebbington et al., 2008; Bury y Kolff, 2002; Hinojosa, 2013; Panfichi y Coronel, 2011). Debido a ello, se ha identificado un aumento en el consumo de sustancias en comunidades rurales mineras vinculado al aislamiento y la introducción de jornadas de trabajo irregulares y extensas, problema que se agrava en la población juvenil y en las mujeres (Gay et al., 2018).

Los procesos de urbanización de las comunidades rurales pueden ser parte de formas de gestión de lo común más democráticas y simbióticas: “la ciudad no es tanto un universo que sustituye al campo como el lugar en que se mezclan y reelaboran las culturas” (Gravano, 2005, p. 95). Las sociedades agrícolas conservan y reconstruyen saberes importantes para la vida. Gutiérrez (2021) pone en relevancia que estas sociedades tienen una enorme capacidad para la gestión de los comunes, al tiempo que afirma que no son sociedades atrasadas ni congeladas en el tiempo, sino que conservan pautas añejas que son readaptadas toda vez que adoptan cuestiones externas y que ello tiene un importante carácter político vinculado, no necesariamente con el gobierno, pero sí con la tarea de gobernar.

Resulta de suma relevancia explorar cómo se dan estos procesos de readaptación y adopción en las comunidades en transición, así como cuáles son los cambios que se perciben y las tensiones que se producen. La experiencia de transición puede activar profundos cambios en los modelos culturales y en la subjetivación psicológica de ciertos valores e ideologías. También puede provocar conflictos de distinta índole: generacionales, al contar la población más joven con nuevos referentes de vida y con acceso a comunidades virtuales o discursos de la globalización de las tecnologías de la información y la comunicación; de género, al producirse una crisis y una ausencia de representación femenina en el trabajo de reproducción, que no es remunerado ni valorado e impuesto como mandato a las mujeres (Federici, 2018, 2013); medioambientales, debido a las distintas perspectivas en la forma de hacer uso de los recursos naturales en tanto comunes (Gutiérrez, 2021) y, por último, en la dinámica de las relaciones comunitarias en general y en las relaciones laborales, toda vez que se transforma, de manera importante, el horizonte de posibilidades de productividad y empleo. Estos procesos de urbanización se asocian con un incremento del individualismo, la valoración de la independencia, la autosuficiencia y la equidad de género (Esteban-Guitart et al., 2018), y con el aumento de las expectativas laborales formales entre los adolescentes (Palomar y Estrada, 2016).

Las juventudes representan uno de los sectores más afectados por la transición de una sociedad agrícola a una industrial, pues son quienes tendrán como experiencia laboral posible la que imponga dicha transición. En el contexto mexicano, resulta particularmente relevante observar los efectos de los proyectos y las políticas de industrialización en comunidades rurales, en lo concerniente al futuro laboral de las juventudes. Los indicadores de bienestar relativos a la educación, los ingresos y el balance vida-trabajo se encuentra entre los más bajos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2018). Aunado a ello, diversos estudiosos y organismos internacionales dan cuenta de la realidad salarial en México como una de las más precarizadas y con un sindicalismo en crisis que obstaculiza la organización colectiva para las mejoras de las y los trabajadores. Ruvalcaba, Uribe y Gutiérrez (2011), al analizar diversos estudios, concluyen que la identidad profesional es un asunto central en la vida de los jóvenes. Entre los españoles, se ha observado incertidumbre, inestabilidad, insatisfacción o precariedad laborales, lo cual puede estar incidiendo en percepciones de bloqueo, desencanto o marginación por parte de los jóvenes. Una noción que ayuda a comprender la vivencia de lo laboral en las juventudes, que de forma parcial se aborda en este análisis, es la de identidad laboral. Esta representa la percepción que el individuo tiene de sí mismo respecto de sus habilidades y actitudes aplicadas al ámbito productivo y laboral (Soto, Stecher y Valenzuela, 2017), así como la relación que establece entre sus capacidades y las demandas del mercado laboral, su conocimiento de los derechos laborales y su capacidad de generar recursos económicos para satisfacer sus necesidades básicas y contribuir al desarrollo de su comunidad. Según Agulló (1998), “la identidad se construye, en gran medida, en/a través del desempeño de un trabajo” (p.156), y Soto el al. (2017) explica que “la sociedad forma para un trabajo, los identifica con la actividad laboral y se otorgan roles a partir de ella”.

La transición de lo agrícola a lo industrial, con los cambios en las alternativas laborales posibles, también puede tener un impacto en la construcción o reconstrucción del sentido psicológico de comunidad, que es “el sentimiento de que uno pertenece a, y es parte significativa de, una colectividad mayor” (Sarason, 1974, citado por Esteban-Guitart y Sánchez Vidal, 2012, p. 41). Krause (2001) apunta a tres componentes estructurales mínimos: (1) la pertenencia, aspecto subjetivo que implica que el miembro de la comunidad sienta que comparte con otros miembros ciertos valores, ideas, problemáticas, propósitos o metas de la comunidad; (b) la interrelación que implica la comunicación (interdependencia e influencia mutua), y (c) la cultura común que consiste en la existencia de significados compartidos y, en alguna medida, una interpretación de la vida cotidiana, así como ciertas conductas, ritos u objetos de significado cultural. Este sentimiento comunitario es constitutivo del sujeto y tiene una dimensión territorial importante.

La comunidad en tanto relación se constituye en torno al espacio, es decir, el espacio físico y social están imbricados. Para Lefebvre “no hay relación social sin soporte” (2013, p. 431); la materia y la ideología son interdependientes y son afectadas por los procesos históricos. Un concepto abordado por la geografía humana es el sentido del lugar, que le concede una cualidad central en la experiencia humana y que en estudios recientes se apuntala como particularmente importante entre los jóvenes, lo cual indica que este sector presenta un alto sentido del lugar íntimamente ligado a sus experiencias pasadas y a sus expectativas (Farrugia, Smyth y Harrison, 2014; Prince, 2014). Ramos y Feria (2016) señalan que el individuo “accede a las estructuras que van conformando su identidad, les da forma y se apropia de ellas. En consecuencia, va construyendo sentidos, entre ellos, el de lugar” (p. 84); asimismo, ponen de manifiesto la liga de los lugares con la historia y el significado vividos y atribuidos desde la experiencia personal y colectiva. Pérez y Gregorio (2020) plantean la importancia de la posibilidad de generar afectos en los lugares como parte del derecho a la ciudad, entendido como el derecho a la vida urbana y al territorio, es decir, más allá de las ciudades. Tanto el sentido de comunidad como el sentido del lugar pueden verse afectados por el avance en la urbanización o la industrialización de las comunidades.

Finalmente, la transición de comunidades agrícolas a industriales afecta la dinámica de las relaciones en términos políticos. La cultura política se adquiere en el mundo social en el que el individuo se desenvuelve, se subjetiviza y se incorpora a la experiencia individual. Esta experiencia individual:

“(...) está basada en el contexto en el que hemos nacido y en el que nos desarrollamos como ciudadanos o residentes a partir del lugar que ocupamos en la jerarquía social y, por ende, en relación con las instancias de poder; es la que da sustento a la construcción de la identidad política que, a su vez, nos permite distinguirnos de los ‘otros’; una vez lograda dicha distinción, entablamos relaciones del tipo ‘ellos’ versus ‘nosotros’ y, consecuentemente, el conflicto y la posibilidad de negociación según sea el caso” (Almada, 2005, p. 127).

La identidad política implica la construcción del sujeto político y su capacidad organizativa en el marco de una comunidad o sociedad, es decir, a su noción de ser sujeto de derechos, de incidir en las decisiones que afectan a su comunidad y de sentirse capaz de negociar aspectos como los derechos laborales, las relaciones de género o la producción de la vida en común. Se puede construir a partir de la relación que se establece desde y con las instituciones políticas y gubernamentales, o desde las relaciones que se dan entre los grupos sociales con los que se interactúa (Almada, 2005).

El objetivo de este estudio fue conocer la percepción de las juventudes sobre las dinámicas relacionales laborales, comunitarias y de género en el contexto de la transición agrícola-industrial de sus comunidades, debido a la inserción de un parque industrial en la zona.

Contexto de la investigación y justificación

Esta investigación se realizó a petición del Instituto Irapuato y la Fundación Comunitaria del Bajío en el contexto de un estudio mayor cuya finalidad fue identificar obstáculos a la productividad del Parque Tecnoindustrial Castro del Río (PTCR), en la región de El Bajío, México. La solicitud hecha a las investigadoras implicó la necesidad de explorar la relación de las juventudes con el PTCR y generar información que dé cuenta de su realidad y percepción. Las investigadoras tuvieron la libertad de abordar el análisis desde la perspectiva que desearan y decidieron abordarla desde una perspectiva crítica y con mirada de género. La recolección de datos se llevó a cabo entre abril y julio de 2018 en seis comunidades rurales o periurbanas que, de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL, 2013) de México, cuentan con entre 198 y 4 665 habitantes: La Calera, Taretán, Lo de Juárez, Ex Hacienda de Márquez, Purísima del Progreso y Peñitas. Todas ellas se encuentran a una distancia de entre 1 y 7 km del PTCR.

Esta región, que ha experimentado un notorio crecimiento económico, está caracterizada por una importante cantidad de fuentes de empleo en la industria —principalmente automotriz—, incentivos fiscales por parte del Estado, salarios bajos y ausencia de huelgas (Fariza, 2018). El PTCR fue construido hace más de una década, durante el auge de la industria automotriz en la región, y, como lo indica su sitio web oficial, alberga a 72 empresas de seis países diferentes, cuenta con “mano de obra joven y abundante: más de 700 mil habitantes en un radio de 20 kilómetros” (Marabis desarrolladora, 2014), y un “Instituto Público de Capacitación para técnicos a través del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (CONALEP) campus Castro del Río, localizado dentro del parque” (Marabis desarrolladora, 2014).

La mayoría de las comunidades afectadas por este desarrollo tecnológico cuenta con un incipiente desarrollo urbano o está en proceso de transición agrícola-industrial, con un limitado acceso a servicios básicos como el drenaje o agua potable, con nulos o limitados espacios comunes para la interacción social, la recreación y el deporte, con escaso o inexistente equipamiento de salud, educación y cultura, con fiestas comunitarias tradicionales y con una creciente conectividad a internet. Los habitantes de estas comunidades trabajan en el campo, la construcción o como obreros en las empresas del PTCR.

Método

Se realizó un estudio exploratorio mixto para conocer la percepción que tienen los y las jóvenes de la dinámica sobre las relaciones y de la producción de la vida en común en las seis comunidades más próximas al PTCR, a partir de la experiencia vivida en relación con él. Se recurrió a jóvenes en los espacios comunes, pero también a los que asistían a las cuatro escuelas que se encontraban en funcionamiento durante la investigación y el CONALEP. Este último representa el único sitio de estudios de nivel medio superior en la zona y el paso previo a la inserción en la industria. También se consultó a algunos jóvenes y adultos que resultan clave en la comunidad por su involucramiento y liderazgo en actividades colectivas y porque han visto la transición de forma más prolongada. Para llegar a ellos, el vínculo fue la Fundación Comunitaria del Bajío, a la que se le solicitó el contacto con actores y actrices con perspectivas diversas que tuvieran un involucramiento notorio en la comunidad (directores de las escuelas, delegados, representantes comunales, profesores, líderes, madres o padres de familia activos en los procesos escolares). Se emplearon herramientas cualitativas y cuantitativas, y un diseño de análisis concurrente.

Instrumentos y técnicas de recolección de datos

Se implementaron tres técnicas que implicaron el diseño de instrumentos ad hoc: (1) encuesta (cuestionario); (2) grupos de discusión (guía), y (3) entrevista semiestructurada (guía).

El cuestionario de autopercepción y dinámicas relacionales, aplicado a las juventudes, se diseñó siguiendo los preceptos para el diseño de instrumentos de medición recomendados por Kerlinger (2002) y Clark-Carter (2004). Consta de 58 reactivos con opción de respuesta tipo Likert, o dicotómica, y 24 preguntas abiertas. La primera parte indaga aspectos relacionados con: (1) cualidades personales referentes a la autonomía, la autoestima y diversas habilidades autopercibidas; (2) identificación con la comunidad y mecanismos de comunicación y satisfacción con esta; (3) percepción del empleo, capacidades relacionadas, importancia atribuida a trabajar, salario, crecimiento personal, horarios, ambiente laboral, cercanía a casa, tiempo libre, seguridad y trato de los jefes, y (4) participación en la toma de decisiones comunitarias. La segunda parte explora, mediante preguntas abiertas, el autoconcepto, los valores, el uso del tiempo libre, el gusto y la práctica de actividades creativas y deportivas, lo que les gusta y disgusta de sus comunidades, los lugares especiales (sentido del lugar), la influencia de los otros, los valores, los ritos y los símbolos compartidos, la dinámica de las relaciones, la importancia del trabajo, el conocimiento de los derechos laborales, las habilidades y las fortalezas laborales, y el involucramiento en la solución de problemas comunitarios.

Para los grupos de discusión se elaboró una guía que abordó los siguientes temas: (1) la comunidad; (2) la escuela; (3) el trabajo; (4) la salud; (5) el dinero; (6) la seguridad, y (7) el futuro.

Las entrevistas semiestructuradas fueron realizadas con actores clave. Se diseñó una guía de entrevista ad hoc a los objetivos. Los aspectos abordados fueron: (1) la comunidad; (2) la comunicación y la influencia mutua entre los miembros de la comunidad; (3) los efectos del PTCR en las comunidades; (4) los jóvenes en las comunidades y sus actividades productivas; (5) la toma de decisiones y la solución de problemas, y (6) las diferencias de género.

Participantes

Encuesta: 136 jóvenes de entre 15 y 27 años, M = 19 (DE = 2.85), 44.6 % hombres y 53.2 % mujeres; 60.8 % estudiantes, 28 % trabajadores, 4.9 % estudiantes y trabajadores, y .7 % amas de casa; 20.1 % con secundaria terminada, 43.2 % con preparatoria o bachillerato, y 12.9 % con licenciatura terminada; 9.4 % padres o madres; 45 % trabajadores activos en el PTCR (el resto estudiando o trabajando en otro sitio). Un 10.8 % reportó haber trabajado en el pasado en el PTCR y el 32.4 %, nunca haberlo hecho; de los que reportaron haber trabajado allí, el 17.9 % lo hizo menos de un año, el 14.4 %, entre 1 y 2 años, el 11.4 %, más de 2 años. Muestreo: intencional, el cuestionario se aplicó dentro del CONALEP Campus Castro del Río, en escuelas públicas de las comunidades y en espacios públicos. Se seleccionaron a todos los jóvenes que quisieran participar de manera voluntaria y que se encontraran dentro del rango de edad muestreado.

Grupos de discusión: Se llevaron a cabo dos grupos de jóvenes en los que participaron 14 jóvenes de las seis comunidades distribuidos de la siguiente manera: (1) Estudiantes mujeres del CONALEP (7), M = 17.85 años (DE = .34), con experiencia como practicantes en el PTCR; (2) Estudiantes hombres del CONALEP (7), M = 18.14 años (DE = .64), con experiencia como practicantes en el PTCR o con otros empleos. Se realizaron también tres grupos, con 15 miembros de la comunidad, considerados actores y actrices clave: (1) Madres de familia (4), M = 30.5 años (DE = 6.53) de la comunidad de Lo de Juárez, con o sin experiencia en el PTCR; (2) Hombres y una mujer (6), M = 20.83 años (DE = 3.80) de la comunidad Ex Hacienda de Márquez, integrantes de un colectivo de grafiti, con y sin experiencia como trabajadores en el PTCR; (3) Hombres (5), M = 31.4 años (DE = 4.12) de la comunidad Purísima del Progreso con experiencia como trabajadores en el PTCR.

Entrevistas: participaron 11 jóvenes y adultos, siete hombres y cuatro mujeres, edad media de 40.9 (DE = 8.7), tres de ellos con estudios profesionales y ocho con educación básica. El muestreo fue intencional, pues se consideró que fueran actores clave diversos.

Procedimiento

El equipo de investigación estuvo inmerso durante un periodo de tres meses (abril a julio de 2018), en diferentes actividades de las seis comunidades estudiadas, se llevaron a cabo diversas visitas, se convivió en las casas de algunas familias y se recibió, incluso, hospedaje en dos comunidades, se asistió a algunas actividades sociales y culturales para establecer rapport y compartir con algunos miembros de la comunidad la intención de realizar la recolección de datos para la investigación y sus objetivos. Las diversas técnicas fueron aplicadas conforme a las recomendaciones metodológicas y éticas correspondientes, en espacios educativos y plazas o espacios públicos de las comunidades. Toda participación fue realizada con consentimiento informado verbal de parte de los miembros de la comunidad.

El análisis de la información captada mediante los grupos de discusión, las entrevistas semiestructuradas y las preguntas abiertas del cuestionario se realizaron de manera conjunta y se integraron los datos en una matriz común. Se realizó un análisis de categorías con la participación de tres jueces que constituían el equipo de investigación quienes, posteriormente, integraron los resultados y las interpretaciones consensuadas y tomaron como referencia el modelo de análisis narrativo de Lieblich et al. (1998) y de Sparkes y Devís (2018).

Los datos cuantitativos obtenidos por medio del cuestionario se cargaron al paquete estadístico SPSS 21 para Mac. Se realizaron los análisis descriptivos de frecuencias, medias, desviaciones estándar y comparación de medias mediante la prueba t de Student. Posteriormente, se realizó un procedimiento de triangulación de los hallazgos de las distintas fases para generar conclusiones comunes a partir de las directrices generales planteadas por Denzin y Lincoln (2005) y del análisis concurrente (Creswell, 2011).

Resultados

Los resultados se presentan en tres apartados en los que se reportan los principales hallazgos organizados de la siguiente manera: (1) las relaciones productivas; (2) las relaciones comunitarias, y (3) las relaciones de género.

Las relaciones productivas

En las juventudes fue notoria la referencia al parque como prospectiva de futuro, así como la referencia a la transición de la predominancia en el pasado de la agricultura y la migración a nuevos trabajos de distinta índole, pero todos relacionados con el parque. En todos los grupos de discusión se hizo referencia a él como la fuente de empleo más importante.

De manera general, se identificó una autopercepción positiva en las juventudes que, en lo tocante a habilidades para el trabajo, se resume en tres categorías principales: (1) el aprender con facilidad/rapidez; (2) la rápida adaptación a los cambios; y (3) la responsabilidad.

El 96.4 % de las juventudes afirmó que sí es importante trabajar. Al indagar el motivo, se hizo referencia, principalmente, a los ingresos (aproximadamente tres cuartas partes de los encuestados), alrededor de una cuarta parte hizo referencia al crecimiento personal, el aprendizaje y a ciertos valores. Se solicitó evaluar distintos aspectos a la hora de elegir un empleo y el salario fue uno de los más destacados. Al preguntarles sobre sus derechos laborales, el primero que se mencionó fue el derecho a recibir un salario justo, seguido de recibir las prestaciones de ley y, por último, el derecho al trato digno y la no explotación.

La relevancia que se le da al ingreso económico se relaciona estrechamente con la valoración que los entrevistados dieron al estudio, pues se menciona que el parque industrial tiene ofertas de trabajo que no están siendo aprovechadas debido a la falta de capacitación: “Son trabajos buenos, no sé si la gente los aprovecha. Principalmente Castro de Río tiene un sinfín de empresas y trabajo, que falte gente pues es porque no está capacitada ni preparada para el puesto” (hombre, 20 años). Los jóvenes también reportaron de forma consistente que el CONALEP instalado en el interior del parque es la vía para incorporarse al trabajo en el PTCR y la única institución de acceso a educación media superior disponible en la zona.

Los jóvenes que tenían experiencias previas de trabajo dentro del PTCR reportaron situaciones como las jornadas muy largas, los salarios bajos, las exigencias de capacitación que no pueden cumplir o los malos tratos: “Hay mucho trabajo, pero a nuestro juicio está un poco mal pagado” (hombre, 18 años). “Trabajaba en una empresa de limpieza, según eso iba a ir el muy mero de Alemania y nos pusieron a limpiar, y nos dijeron que mañana íbamos a limpiar igual, pero que luego nos encerraron en una bodega porque no querían vernos” (hombre, 27 años).

Los actores clave reportaron de manera consistente que para acceder a un empleo con un buen salario se ven en la necesidad de incorporar conocimientos tecnológicos que no tienen y que, para muchos de ellos, son inaccesibles. Enunciaron la diversidad y complejidad de las tareas agrícolas que sí saben hacer y fueron la opción laboral en el pasado.

Se entrecruzan en los discursos de los actores clave aspectos como las tecnologías y el mandato sexo-genérico ligados a la transición agrícola-rural: “Estamos dejando de ser (...) una sociedad de campesinos primarios y tratamos de ser una sociedad tecnificada (…) nos estamos enfrentando a una mini revolución industrial (…) eso abonado a las antiguas creencias de que estudiar era para jotos [homosexuales], todavía se pensaba así hace unos diez o quince años atrás, apenas se está quitando. Gracias al CONALEP un chamaco puede mantener a una familia y el que es joto es el que no mantiene una familia” (hombre, 36 años).

Los actores clave reportaron la disminución de los procesos migratorios derivada de la transición. Coincidentemente, tanto jóvenes como actores clave reportaron percibir al PTCR no solo como una fuente de trabajo, sino como productor de contaminación ambiental: “Llegaron las fábricas y pues sí, sí ha habido más empleo, antes se iban a Estados Unidos, ahora está el trabajo aquí de volada, pero llegaron a perjudicar, tan solo hay aquí unos sembradíos y los ha afectado. Toda la madrugada sueltan el humo y los sembradíos pues se marchitan (…)” (hombre, 27 años).“(…) aquí las empresas como ayudan han dañado, tan solo me fijé en el agua, en los ríos, ahorita la gente ya no se siente confiada para darle a sus animales, el agua huele mal, sale de un color (…). La salud del agua ha sufrido de ese daño (…) ya no te sientes confiado, antes la gente se bañaba y todo el pedo. El aire, ha habido empresas que dejan salir un vapor y la gente no podía ni dormir por ese vapor, uno que vive más cerca sí lo ha vivido (…)” (hombre, 19 años).

Las preocupaciones por la contaminación producida por las empresas se suman a las preocupaciones por falta de drenaje y de servicio de recolección de basura. Aunado a ello, se hizo referencia al hecho de no contar con servicios de salud adecuados pues, a decir de los informantes, tanto jóvenes como actores clave, solo existe un pequeño centro de salud mal equipado en la zona.

Un aspecto destacado en algunos discursos de actores clave es el que se refiere a la producción de la vida en común, en la que se imbrica el cambio de actividades productivas hacia formas que inciden en su noción de lo público y lo privado y lo que denominaron la parte humana de la vida productiva: “Antes, no importa en dónde estuvieras, todo era tuyo, aunque tuviera dueño podían pasar por allí, ahora no, ahora ya no puedes caminar por donde siempre habías caminado” (hombre, 38 años). “O sea la cuestión aquí es que es un abandono, no económico porque sea como sea Castro del Río, sí alcanza a cubrir lo esencial para decir ‘no me muero de hambre’ (...). La parte humana ya está olvidada aquí, por eso es que tenemos una situación de violencia muy fuerte aquí, porque la parte humana ya se olvidó. Lo que interesa es el dinero y no importa de dónde lo saques (…). El chiste es que tengas dinero” (hombre, 36 años).

Las relaciones comunitarias

Los valores y las características con los que se identifican los jóvenes presentan aspectos centrados en las relaciones sociales. Ante la pregunta “¿Cómo eres?”, los adjetivos más empleados fueron: responsable, alegre, respetuoso(a) y honesto(a); seguidos de: amable, trabajador(a), buena persona, hábil para convivir, sociable o amistoso(a). Reportaron mayoritariamente que los valores que los definen son: respeto, honestidad, honradez, y solidaridad. Al describir a su comunidad destacaron la unión, la solidaridad y la tranquilidad. Reportaron una identificación con su comunidad con una media de 6.9, en una escala del 0 al 10 en donde 10 representa el mayor nivel de identificación. Aproximadamente el 10 % respondió que no le gusta “nada” de su comunidad.

Las relaciones familiares y de amistad fueron reportadas como las más significativas y en las que se percibe un sentido de comunidad notoriamente positivo y fuerte. Las relaciones vecinales fueron valoradas de manera negativa en una proporción importante y usaron calificativos como: “mal”, “no tan bien”, “no somos muy unidos”, “casi ni me hablan”, “no tengo contacto con ellos”, “no estamos muy relacionados”, “no les hablo”. No obstante, fue claro que representan un vínculo cotidiano intenso. Lo que menos les gusta de su comunidad, tanto a las juventudes como a los actores clave, es la inseguridad y la violencia, seguidas por las carencias en infraestructura (particularmente las calles en mal estado), los conflictos entre los habitantes o con las autoridades y la contaminación.

Tanto los jóvenes como los actores clave reportaron que lo que más los representa en cuanto a valores, ritos y símbolos compartidos son las fiestas patronales, que también es uno de los aspectos que más les gusta de su comunidad. Sin embargo, los actores clave mencionaron que estas tradiciones se han visto amenazadas por el aumento de grupos religiosos no católicos, que no apoyan la organización de estas fiestas. Entre los jóvenes, lo anterior no figura en sus respuestas, pero sí representan un gusto y motivación por la oportunidad de una interacción durante dichas fiestas.

Al indagar sobre el sentido del lugar mediante las preguntas “¿Qué lugares especiales hay en tu comunidad?” y “¿Qué los hace especiales?”, las juventudes respondieron de manera consistente y contundente “el jardín”, seguido en frecuencia por el templo o la capilla, la escuela, la plaza o el kiosco, el campo —(refiriéndose a los campos y sembradíos—, la cancha de fútbol y la biblioteca. Cabe destacar que no en todas las comunidades existen esos espacios comunes. De manera más marginal se hizo referencia a otros espacios como la hacienda, las ruinas y el jardiín comunitario. Al explorar el motivo por el que consideran especiales esos lugares, las respuestas caben en tres categorías: (1) las características inherentes al espacio y las relaciones que se dan ahí (“tranquilo”, “seguro”, “fresco”, “uno se siente a gusto ahí”); (2) su función como espacios de encuentro y convivencia, y (3) su valor histórico.

Un notorio efecto de la inserción del PTCR sobre la vida comunitaria, reportado por juventudes y actores clave, es el incremento en el abuso de sustancias psicoactivas, principalmente metanfetaminas y anfetaminas (mayoritario entre hombres, pero en aumento entre las mujeres), asociado a las jornadas extenuantes de los trabajadores del parque y a la normalización del consumo: “Porque se está cayendo en la normalización del consumo de drogas, que ya es normal, ya nos está pegando de alguna forma la tontería de pensar que es normal que los hombres consuman droga, ahorita lo que nos está haciendo escándalo es que las niñas también están consumiendo drogas, que no debería ser, debería ser de los dos, pero sí nos está escandalizando que las niñas estén consumiendo, curiosamente hasta mamás, ya ha habido casos en los que las mamás caen en eso, también para cumplir las jornadas de trabajo, las jornadas son largas, empiezan a consumir drogas y se quedan enganchadas, y ya después andan en unos problemas que ah…” (hombre, 36 años).

Las juventudes se perciben nada o poco incluidas en los mecanismos formales e informales de participación política. Al preguntarles qué tan incluidos(as) se sienten en la toma de decisiones en sus comunidades, el 30.9 % respondió “Nada”, el 52.5 %, “Poco”, y el 14.4 % respondió “Muy incluido(a)”.

Al preguntarles de qué manera contribuyen a mejorar las condiciones de vida en su comunidad, una proporción importante respondió “nada”, “casi nada”, “no me meto”, “casi no participo”. En una proporción menor expresaron contribuir mediante actitudes y comportamientos prosociales, para apoyar las ideas o aportándolas. Lo anterior se confirmó con las distintas técnicas y la siguiente cita da cuenta de ello: “Nada, la verdad, porque soy invisible y no me harían caso” (hombre, 18 años).

Al explorar cómo resuelven los problemas comunitarios, se observó un consenso al expresar que mediante asambleas o reuniones. Otros grupos de respuestas fueron: (1) “no me meto”, “no me mantengo al tanto” o “nunca me entero”, y (2) a golpes o con peleas.

Entre los actores clave fueron visibles posturas antagónicas al respecto de la participación y el ejercicio político. Fue preponderante un discurso negativo al respecto de los liderazgos oficiales y una omisión en sus discursos de las juventudes: “(...) los delegados están tomando las decisiones sin considerar a la comunidad, ahorita ellos son los que están tomando las decisiones por todos, hasta ahorita no he sabido que hagan juntas (…)” (hombre, 46 años). Se reportó que en las asambleas de las comunidades se excluye a las mujeres, excepto cuando se trata de resolver un problema de agua potable, y solo una de las seis personas que ocupan el puesto de delegado en las comunidades es mujer.

Las relaciones de género

Las mujeres jóvenes se perciben como menos alegres y manifiestan una mayor cantidad de tristeza en sus vidas en comparación con los hombres. Reportaron menos autonomía (t = 1.90, gl = 128, p = .059), peor salud (t = 2.66, gl = 134, p = .009) y menor habilidad para los deportes (t = 2.71, gl = 134, p = .007). Se identificó que las mujeres presentan un menor nivel de identificación con la comunidad (t = 3.49, gl = 132, p = .001). También reportaron menor satisfacción laboral que los hombres y se valoraron menos capaces para conseguir un buen empleo; si bien las diferencias no fueron estadísticamente significativas, resultan relevantes a la luz de los discursos.

En el discurso de los actores clave, se hizo referencia a cambios paulatinos en los roles de género con énfasis en el conflicto que esto conlleva. Por un lado, las mujeres se ven impulsadas a dejar el rol tradicional dentro del hogar, ya sea por una necesidad económica latente o por el deseo de superación. Por el otro, se ven confrontadas por las creencias sexistas de sus padres y familiares cercanos, y fueron explícitas las diferencias generacionales a ese respecto en voz de las juventudes. Se reportó que los padres y familiares, sobre todo hombres, desdeñan el estudio y el trabajo en el proyecto de vida de las mujeres jóvenes: “Mi papá no me deja, dice que mientras él esté, las mujeres en casa no trabajan” (mujer, 16 años). “(…) mi familia me decía ‘para qué estudias si de todas maneras te vas a casar’… Mi papá a veces se porta machista… Mis tíos y abuelos se enteraron de que quiero seguir estudiando, siempre te ven como que te vas a casar y que solo sirves para tener hijos y estar en su casa” (mujer, 16 años).

Al mismo tiempo, las mujeres son señaladas por los actores clave como causantes de conflictos intrafamiliares debido al creciente nivel de independencia que van adquiriendo al contar con sus propios ingresos: “Ahorita ya como hombres y mujeres se están yendo a trabajar, como la mujer gana su dinero, también algunos matrimonios han tronado (…). La mujer dice ‘Si yo ya gano dinero este cabrón se pone sus moños’ en cuestión de que la cela o de que le está quitando” (hombre, 54 años).

Se hizo referencia a las tensiones derivadas de que la mujer ya no tenga como responsabilidad única la crianza de los hijos: “para las comunidades, el que la mamá estuviera en la casa, sea como sea nos tenían alineaditos, ahorita ya no hay mamá, ni papá, bueno, papá, la figura paterna aquí pos es muuuy, eeeeh, efímera, que se iba al norte…” (hombre, 36 años). Se hizo referencia de igual manera a la ausencia de los padres tanto en los tiempos predominantemente agrícolas, en los que también se presentaban procesos migratorios masculinos, como en el momento en el que se realizó el estudio.

Como se mencionó previamente, un motivo de tensión en las relaciones de género se ubica en distintas expresiones de autonomía de las mujeres como la mayor incidencia de empleo femenino, el aumento en el consumo de alcohol y otras sustancias adictivas, y las aspiraciones vocacionales.

En los recorridos realizados en las comunidades para la recolección de datos, se observó que los espacios comunes y públicos estaban ocupados o transitados predominantemente por hombres. En las entrevistas a actores clave, se hizo referencia a la percepción de inseguridad relacionada con el hecho que las mujeres salieran a la calle, solas o a partir de cierta hora,implica un miedo ligado a la victimización sexual.

Discusión

El estudio reportado permitió visualizar percepciones de las juventudes en torno a las relaciones afectadas por la transición agrícola-industrial de sus comunidades. En los discursos se destacaron aspectos consonantes con lo que señaló Gravano (2005) como “la perspectiva de las pérdidas”. También se identificaron aspectos que pueden interpretarse como positivos o referentes a mayor igualdad y libertad, como las expresiones de mayor autonomía de las mujeres y a mayores expectativas laborales, consonante con lo planteado por Esteban-Guitart et al. (2018) y Palomar y Estrada (2016).

De manera contundente, se apreció un cambio en el paradigma de la noción de trabajo y productividad. Los relatos, sobre todo de las juventudes y los adultos que experimentaron en carne propia los cambios más abruptos en sus comunidades, permitieron observar la transición de formas de productividad más comunitarias y no monetizadas a una economía altamente monetizada y basada en la especialización, ligada a la industria automotriz y basada en el empleo formal asalariado globalizado. Lo anterior es consonante con la tensión expresada por los teóricos al respecto de perspectivas que buscan modernizar lo atrasado y anular formas de reproducción de la vida en común, más cercanas a las comunidades indígenas y ejidatarias, entre otras, resaltadas por Gutiérrez (2021). Se identificó que en los discursos de tiempos pasados, la comunidad como red de apoyo aportaba bienes no monetarios y formas de economía social que posibilitaban en alguna medida el autoconsumo y el trabajo entre familiares y amigos. En los discursos de los más jóvenes, lo anterior se percibe como una anécdota del pasado y que ahora se identifica como único horizonte el trabajo en el PTCR.

La trasmisión de experiencias ligadas a condiciones inaceptables en materia de derechos laborales permitió observar que la noción de lo político en los jóvenes está ligada fuertemente a los derechos y las relaciones laborales formales. Agulló (1998) plantea que la intermitencia y la discontinuidad de la mayor parte de trabajos que llevan a cabo los jóvenes, y la incertidumbre y la vulnerabilidad psicosocial que ello genera, poseen un efecto totalmente negativo y desestructurador de la percepción de sí mismos y de todo lo que se refiere al proceso cristalizador de sus identidades. No obstante, en las juventudes encuestadas se observó una significación de las experiencias laborales no tan desestructuradoras como lo apunta Agulló, a pesar de los abusos reportados; probablemente ello se deba a las redes de apoyo familiares y comunitarias. Si bien no se atisba una teoría del trabajo en los discursos, más allá de su función instrumental para la obtención de ingresos, en la mayoría de los casos se observó un amplio repertorio para describir el sistema de valores propio en torno al trabajo. Ruvalcaba, Uribe y Gutiérrez (2011) explican que esto ocurre debido a las lógicas productivas típicas del capitalismo laboral y globalizado; es decir, frente a la urgencia de incorporarse al sector industrial, las juventudes no tienen la oportunidad de elaborar su perspectiva propia sobre el trabajo y se ven forzados a incorporar valores promovidos por las empresas.

El salario fungió como protagonista en cuanto a noción de derechos laborales y de problemas percibidos. De igual manera, las condiciones de injusticia y violencia fueron resaltadas como un aspecto problemático en cuanto al vínculo con el PTCR. Esto da cuenta de una conciencia de ser sujetos políticos en lo concerniente al trabajo, aunque no pareciera ser tan viable en cuanto a la toma de decisiones comunitarias. Un aspecto a tener en cuenta podría ser que las juventudes se perciben más competentes en la gestión y negociación de sus relaciones en el ámbito laboral que en el ámbito comunitario. Ello resultaría relevante para contrastar los problemas tan notorios en México, respecto de los bajos salarios y el bajo balance vida-trabajo reportado por la OCDE (2018), que destaca la fuerte noción de lo social, empleado por las juventudes para autodefinirse y valorarse, y su autopercepción positiva. No obstante, la experiencia emocional negativa reportada, aunada a los problemas sentidos relacionados con el consumo de sustancias adictivas y la valoración significativamente menor de la salud en las mujeres, da cuenta de lo que algunos estudios reportan: los hombres tienden a padecer de problemas como la dependencia a sustancias adictivas o la violencia debido a un mal manejo de las emociones negativas, mientras que las mujeres tienen más problemas de salud ligadas a la internalización de emociones negativas, como la depresión (Astbury, 2001). Sin embargo, tanto hombres como mujeres manifiestan un creciente consumo de sustancias adictivas, vinculado a las condiciones laborales en el parque, lo cual es coincidente con los hallazgos de la literatura revisada y reportada en la introducción.

Resulta relevante la diferencia entre hombres y mujeres en cuanto a la valoración de la autonomía. Al igual que han señalado otros estudios, cuando las mujeres se encuentran en contextos rurales que transitan a urbanos, aumenta su deseo de autonomía e igualdad de género (Esteban-Guitart et al., 2018) y enfrentan una lucha por construir su identidad en el sistema productivo, al que tuvieron acceso más recientemente que los hombres; las más jóvenes comentan que se les dificulta que las personas de su comunidad y su familia acepten que ellas también pueden emplearse. El que las mujeres estén reportando menos autonomía en las comunidades puede estar dando cuenta de menor agencia personal y, por ende, mayor dificultad para el empoderamiento (Pick, et al., 2007). No obstante, sus discursos mostraban clara conciencia del sexismo en sus comunidades, lo cual podría posibilitar la acción individual o colectiva.

Se observó una fuerte filiación de las juventudes a sus vínculos familiares y de amistad, no así a los vínculos vecinales. Por un lado, esto da cuenta de lo que Díaz Guerrero (2006) señalaba respecto a la preponderancia de la familia en tanto sistema identitario de los mexicanos. Aunado a ello, llama la atención una mayor identificación de los hombres con su comunidad que las mujeres, que podría estar dando cuenta de un modelo cultural profundamente patriarcal que implica barreras y restricciones al desarrollo y expresión de las mujeres en los espacios públicos, así como la apropiación y explotación de su trabajo relativo a la reproducción de la vida. Resulta destacable que 1 de cada 10 jóvenes en la comunidad expresó que no le gusta nada. Esto implica un fuerte rechazo a la comunidad que habría que explorar con mayor atención.

Resulta relevante explorar el porqué de la valoración negativa de las relaciones vecinales. Los estudios sobre el conflicto intergrupal originados por Tajfel y Turner (1986) y Sherif (1966) podrían representar un marco de referencia para futuros estudios (Scandroglio, López y San José, 2008). Si la familia fue ponderada tan positivamente, se podría encontrar lógicas de categorización social de los otros en el seno familiar que estén siendo aprendidas y reproducidas por las hijas y los hijos, lo cual representaría una barrera para la cohesión social y la organización comunitaria frente a los problemas comunes a resolver. Asimismo, se podría estar manifestando una tensión entre los valores culturales ligados a formas de vida de producción colectiva de lo común y los valores culturales ligados a formas de vida tendientes al consumismo y al individualismo globalizado.

Es notoria la ponderación tan positiva de los espacios comunes por parte de los jóvenes, particularmente del jardín, espacio con el que no todas las comunidades estudiadas cuentan. Llamó la atención un sentido del lugar ligado al espacio público urbanizado tanto como al campo (campos de siembra) en el contexto de una estructura espacial en la que, por un lado, cada vez se va transformando el ambiente natural en un ambiente urbano e industrial, mientras que, por otro, no se logra una urbanización con los elementos mínimos de infraestructura básica y complementaria de calidad. Aunado a ello, fue notoria la relevancia atribuida a las fiestas patronales como espacios simbólicos de fortalecimiento de la comunidad, aunque con una significación generacionalmente distinta.

Se puede afirmar que las juventudes de las comunidades próximas al PTCR son agentes activos de negociación permanente de su derecho a la ciudad y al territorio, en términos de Lefebvre (2017), tanto como actores potenciales de una gestión de la vida en común, como lo plantea Gutiérrez (2021), constantemente amenazada por un intenso proceso de industrialización globalizada.

Algunas limitaciones del estudio fueron: (1) el corto tiempo del que disponía el equipo para realizar el estudio permitió observar, de una forma incipiente, los distintos aspectos, además de que tampoco se contaba con antecedentes de estudios similares en la zona; (2) las condiciones de inseguridad, derivadas de la delincuencia organizada, limitaron los tiempos y horarios de recorrido e implementación de técnicas por parte de las investigadoras; (3) en los discursos de los entrevistados surgió una pluralidad de temas y cuestiones que superaba las experiencias investigativas de las investigadoras, por lo que hubo que hacer un esfuerzo de integración en el análisis y ajustes al marco teórico y a la interpretación de resultados en varios momentos, con lo que se constató la importancia de romper las barreras disciplinarias.

Resulta relevante dar continuidad a este estudio y profundizar en los aspectos analizados. Se visualiza como prospectiva investigativa volver a las comunidades y realizar un nuevo estudio para profundizar en los tres tipos de relaciones y en el papel que juegan las TIC, los discursos a favor de la igualdad de género cada vez más difundidos, así como los cambios que se van presentando en las perspectivas a tres años del primer acercamiento.

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