Artículos
Somatización,
ansiedad y depresión en mujeres víctimas de violencia de pareja íntima
Somatization,
anxiety and depression in women victims of intimate partner violence
Anna I. Costales Zavgorodniaya annacostales@gmail.com.
Universidad Hemisferios,
Ecuador
Erick D. Argüello Yonfá erickdavidarguello@gmail.com.
Universidad San Francisco de Quito, Ecuador
Somatización, ansiedad y depresión en mujeres víctimas de
violencia de pareja íntima
Interdisciplinaria,
vol. 40, núm. 1, pp. 173-189,
2023
Centro Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias
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Recepción:
16
Noviembre 2020
Aprobación:
15
Junio 2022
Resumen:
A pesar de que la violencia de pareja
íntima (VPI) presenta en la mujer una variedad de síntomas evidenciables,
varios de los actores involucrados en el sistema de salud no cuentan con
mecanismos de evaluación temprana, ni de reconocimiento de los tipos de
secuelas psicológicas, entre los que se incluye una diversa sintomatología
psicofisiológica. Con el objetivo de conocer las características de
somatización, ansiedad y depresión en mujeres víctimas de VPI, como parte de
una investigación macro de corte transversal no experimental de campo, se
realizó el presente estudio cuantitativo correlacional a través de las
variables del Inventario de Evaluación de la Personalidad (PAI). Los datos
obtenidos se sometieron a análisis estadístico con métodos descriptivos e
inferenciales. La muestra consta de 50 mujeres de la población de víctimas de
VPI de la sierra ecuatoriana. Los resultados obtenidos son bastante
contradictorios en cuanto al bajo porcentaje de mujeres con afectación típica
relacionada con este tipo de violencia, en comparación con los datos
presentados por otros autores sobre los niveles de somatización, ansiedad y
depresión en ellas. A pesar de esto, se obtuvieron tres factores independientes
presentes en esta muestra: trastorno ansioso-depresivo, con elementos de estrés
postraumático; trastorno obsesivo compulsivo, con elementos de ansiedad, y
quejas somáticas. Al momento de finalizar este estudio, se puede concluir que
el PAI, sin su validación previa en esta población, no muestra una idoneidad
suficiente para evaluar mujeres víctimas de VPI en el Ecuador. Se recomiendan
nuevas investigaciones en otras muestras, en las que se utilicen diversos
esquemas empíricos que incluyan varios instrumentos y medios cualitativos.
Palabras clave: mujeres víctimas de
violencia, violencia de pareja íntima (VPI), somatización, ansiedad y
depresión.
Abstract: Various studies have noticed that women victims of intimate
partner violence (IPV) also report having various types of health-related
problems. However, health systems do not appear to have established procedures
to recognize these problems (i.
e., psychophysiological) in women. This
study assessed somatic symptoms, anxiety, and depressive characteristics in
women who have been victims of IPV. These symptoms were assessed using the
scales of the Personality Assessment Inventory (PAI). The sample consisted of
50 women victims of IPV from the Ecuadorian sierra. Group participants came
from two different cities: the first group included 28 women victims of IPV
from Riobamba. Their ages ranged from 15 to 58. These women were receiving
psychological services from a not-for-profit organization in the city. The
second group included 22 women with similar characteristics between the ages of
27-63. This group of women came from the southern regions of Quito, the capital
city of Ecuador. Women in this group were receiving services from two different
places offering help to women experiencing IPV. Sixteen percent of women
reported having a medium level of “anxiety” (some level of stress), and 14 %
reported having a high level of tension and stress. Thirty-four percent of
women reported medium levels of “anxiety-related disorders”. These women
reported having specific fears, little confidence in themselves and negative
perspectives of their future. Sixteen percent of the women reported high levels
of anxiety. They reported imitations in daily life (i. e., specific fears and
feelings of insecurity in social situations). Thirty percent of women reported
having medium levels of “depression” (sensitivity, pessimism, and feeling
unhappy part of the time). Eighteen percent of women reported having high
levels of “depression” (notable unhappiness and dysphoria). Forty-four percent
of women in this study reported having some type of physical problem. These
findings suggest that women who are victims of IPV could benefit from receiving
mental health services aimed at managing their tension, stress, specific fears,
and symptoms of depression. They also suggest that women victims of IPV could
benefit from receiving training to increase their social competency and medical
assistance to address their somatic complaints. Findings in this study are
somewhat divergent from the results observed in previous investigations.
Previous studies identified that most women who experienced IPV report symptoms
of depression and anxiety. However, in this study, only a relatively low percentage
of women reported having these symptoms. The sole utilization of the PAI as a
method of evaluation may not have been sufficient to identify these symptoms.
These results suggest the importance of using qualitative methods (i. e., clinical
interview) or more holistic methodologies (i.
e., clinical interview and tests) to
better assess mental health symptoms in this group of women. It is also
possible that the PAI might not be the most adequate tool to assess these
symptoms in this population. The results of this investigation do reveal the
importance of evaluating other mental health symptoms in women victims of IPV:
post-traumatic stress, and obsessive-compulsive disorder. Future studies should
focus on assessing these symptoms using other assessment methodologies (e. g. instruments
designed to assess post-traumatic stress and obsessive-compulsive disorder).
The efficiency of health systems evaluations and interventions depends on the
methodologies used to assess problems. The sole use of one instrument such as
the PAI may not provide sufficient information about symptoms experienced by
women experiencing IPV. Health systems should use batteries of instruments in
conjunction with the clinical interviewing processes to readily assess
symptoms. However, such an alternative may not be entirely feasible taking into
account that such methodology requires more time and likely financial support
to acquire tests.
Keywords: Women victims of
violence, intimate partner violence (IPV), somatization, anxiety and depression..
Introducción
De acuerdo con la Organización Naciones Unidas Mujeres en su
informe “Prevención de la violencia contra las mujeres frente a covid-19 en
América Latina y el Caribe”, la violencia contra las mujeres y niñas afecta en
promedio a una de cada tres mujeres a lo largo de su vida. Aunque estas cifras
parecen muy altas, se estima que la magnitud del fenómeno está subestimada y
que la emergencia sanitaria agravó esta realidad (Organización Naciones Unidas Mujeres, 2020).
En el Ecuador, el Código
Orgánico Integral Penal (2018) menciona que la violencia hacia la mujer es
todo acto que provoque daños y sufrimiento, tanto de tipo físico como sexual,
psicológico o económico. Similarmente, el Instituto Nacional de Estadísticas y
Censos, en la 2.ª Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de
Género contra las Mujeres (INEC, 2019),
señaló que 43 de cada 100 mujeres de 15 años o más han sufrido violencia por
parte de su pareja a lo largo de su vida, con mayor prevalencia de violencia
psicológica (41 %), seguida de violencia física (25 %).
Zara y Gino (2018)
indicaron que, mientras más tiempo dure el vínculo (en el que existe maltrato)
y se genere más íntimamente la relación de violencia entre la víctima y el
perpetrador, más aumenta el grado de la violencia y el riesgo de llegar a un
femicidio. Adicionalmente, Labrador
Encinas, Fernández Velasco y Rincón (2010) señalaron que las consecuencias
psicológicas de la violencia fueron más frecuentes y graves que las físicas,
salvo en casos excepcionales como los femicidios o lesiones graves. Autores
como Bonomi et al. (2006), Rivas-Rivero y Bonilla-Algovia (2020) y Torres Giménez (2014) reportan que, a
mayor intensidad y/o duración del maltrato, mayor alteración de la personalidad
y de la salud mental de las mujeres. Complementariamente, Jaramillo, Uribe, Ospina y Cabarcas (2006)
remarcan que la evidencia obtenida muestra una relación compleja entre estrés y
malos tratos, ambos factores de riesgo para el deterioro de la salud y calidad
de vida de las mujeres. Aunque los índices de frecuencia y severidad son muy
importantes a la hora de evaluar las secuelas de la violencia, las mujeres que
han experimentado malos tratos por un corto período pueden sufrir consecuencias
psicológicas tan serias como las que han sufrido esa situación durante años.
Además, Aragonés de la Cruz, Farran i
Porté, Guillén Villegas y Rodríguez Santiago (2018) notaron que aquellas
mujeres que tienen experiencia de VPI repetitiva presentan sintomatología más grave
en cuanto a salud mental que aquellas que han experimentado relaciones de
pareja sin violencia de por medio.
Autores como Mcnutt,
Carlson, Persaud y Postmus (2002) señalaron que, en la población de mujeres
que habían experimentado varios tipos de violencia y abuso acumulados en su
historia personal (abuso infantil, VPI pasada, VPI presente), se observaban
niveles más altos de problemas somáticos en comparación con mujeres que solo
han experimentado VPI. Resultados complementarios presentan Medina Cueva, Arguello Yonfa, y Costales
Zavgorodniaya (2020), quienes señalan que la probabilidad de sufrir VPI
aumenta cuando las mujeres han sido víctimas de violencia física, sexual o
emocional, o testificaron violencia entre sus padres o vivenciaron abandono
durante su infancia.
Varios estudios indican que las mujeres que experimentan VPI
reportan el aumento de sintomatología relacionada con la salud mental. Diversos
autores coinciden parcial o totalmente con que las consecuencias psicológicas
más comunes de la VPI en mujeres incluyen el trastorno de estrés postraumático,
síntomas positivos de distrés y diversas reacciones por estrés agudo; problemas
de sueño; sensibilidad interpersonal; el síndrome obsesivo compulsivo; ideación
paranoide, psicoticismo y comportamiento suicida; en ocasiones uso y abuso de
alcohol o drogas, trastornos de la personalidad antisocial o límite; trastornos
adaptativos con síntomas de depresión y ansiedad que incluyen varías formas de
somatizaciones que suelen estar presentes, en mayor o menor grado, en todas los
tipos de violencia (Amor, Echeburúa, de
Corral, Zubizarreta y Sarasua, 2002; Aragonés
de la Cruz, Farran i Porté, Guillén Villegas y Rodríguez Santiago, 2018; Caviedes Caviedes y Argüello Yonfa, 2021; Colque Casas, 2020; González Aguado, González Cases, López
Gironés, Polo Usaola y Rullas Trincado, 2010; Hernández, Corbalán Berná y Limiñana Gras,
2007; Jaramillo, Uribe, Ospina y
Cabarcas, 2006; Lara Caba, Aranda
Torres, Zapata Boluda, Bretones Callejas y Alarcón, 2019; Llosa Martínez y Canetti Wasser, 2019;Mason, Canney, Neumark-Sztainer, Ayour y
Eisenberg, 2017; Nair, Satyanarayana y
Desai, 2020; Nathanson, Shorey, Tirone
y Rhatigan, 2012; Pico-Alfonso, 2005; Pigeon et al., 2011; Plichta, 1992; Polo Usaola y López Gironés, 2003; Torres Giménez, 2014; Vieyra Moreno, Gurrola Peña, Balcázar Nava,
Bonilla Muñoz y Virseda Heras, 2009; Vilariño,
Amado, Vázquez y Arce, 2018; Villarejo
Ramos, 2005).
Torres, García, Rebollida y
Valdés (2001) reportan que en una muestra de mujeres que habían sufrido
malos tratos y se hallaban en centros de acogida como grupo general al menos un
30 % de ellas había recibido tratamiento psiquiátrico, por ansiedad o
depresión. Cabe acotar también que Costales
Zavgorodniaya, León Guzmán y Argüello Yonfá (2020), al relacionar las
variables de ansiedad con el apoyo social de mujeres víctimas de VPI,
obtuvieron que las principales redes de apoyo social de las mujeres de su
muestra fueron la familia, las amistades, los médicos y los psicólogos. Además
se muestra la relación entre la falta de apoyo social y la ansiedad emocional,
así como la presencia de niveles altos de ansiedad en algunas de las mujeres de
la muestra, especialmente en ansiedad cognitiva y fisiológica.
Dentro de los trastornos adaptativos relacionados con la
ansiedad y la depresión, autores como Rubio
Castro et al. (2009) han observado que existe una amplia gama de
sintomatología dentro de la ansiedad como: ansiedad extrema, agitación, falta
de aliento (disnea) o sensación de ahogo; mareo; sensación de inestabilidad;
sensación de pérdida de conciencia, palpitaciones o ritmo cardíaco acelerado
(taquicardia); temblor o sacudidas; sudoración; sofocación; náuseas o molestias
abdominales; despersonalización o desrealización; adormecimiento o sensación de
cosquilleo en diversas partes del cuerpo (parestesia); escalofríos; dolor o
molestias precordiales; miedo a morir, volverse loco o a perder el control, y
la hipervigilancia. Entre la sintomatología relacionada con la depresión han
manifestado: poco apetito o voracidad; insomnio o hipersomnia; pérdida de
energía o fatiga; disminución de la autoestima; falta de concentración o
dificultad para tomar decisiones; sentimientos de desesperanza; escasas
relaciones sociales (con familia o amigos/as); verbalizaciones negativas,
engañosas o incoherentes; poca comunicatividad; sentimientos de culpa;
manifestaciones somáticas varías; intentos de suicidios; tristeza; alto índice
de tratamiento psiquiátrico o psicoterapéutico; confusión, y comportamiento
disociativo.
Raya Ortega et al. (2004)
reportaron que mujeres que sufrieron VPI son más propensas a padecer
enfermedades crónicas. Adicionalmente, Matud
(2004) notó que mujeres víctimas de violencia física y psicológica
reportaron tener más enfermedades en comparación con aquellas que no habían
vivido maltrato. De manera similar, Domínguez
Fuentes, García Leiva y Cuberos Casado (2008) y Soleimani, Ahmadi y Yosefnezhad (2017)
notaron que un alto porcentaje de mujeres víctimas de VPI de tipo psicológico
tuvieron un mayor índice de síntomas somáticos y problemas de salud en
comparación con aquellas que no han experimentado esta forma de abuso.
Como indica la literatura, las mujeres víctimas de VPI reportan
complicaciones en su salud y sintomatología de diverso tipo. En el 2003, Aliaga, Ahumada y Marfull reportaron
que la violencia, expresada en cualquiera de sus formas, estaba relacionada con
consecuencias en la salud física (quejas somáticas como dolor abdominal,
pélvico y muscular, y fatiga crónica), psicológica y sexual en mujeres. En una
revisión de varios estudios presentada por Macy,
Ferron y Crosby (2009), se observó que mujeres víctimas de violencia por su
pareja reportaban dolores crónicos de cabeza, migrañas, enfermedades de
transmisión sexual y trastornos gastrointestinales. Sobre esto, Irizarry Justiniano y Rivero Méndez (2018)
mencionaron que, dada la alta incidencia del trastorno de estrés postraumático
(TEPT) entre las víctimas de VPI –entre el 33 % y el 84 %– y las consecuencias
que repercuten en la salud física y mental a corto y a largo plazo, es
importante que los profesionales de la salud sepan identificar adecuadamente
estos síntomas.
Por otra parte, Rubio
Castro et al. (2009) mencionan que las quejas somáticas más frecuentes en
mujeres VPI son: los dolores de cabeza, de espalda o articulaciones; el dolor
abdominal o de pecho; también las alteraciones del sueño (insomnio, pesadillas,
hipersomnia); varios síntomas cardiopulmonares (bronquitis crónica, enfermedad
cardíaca, palpitaciones, hormigueo y entumecimiento de las extremidades,
sensación de asfixia); el síndrome del colon irritable/problemas
gastrointestinales; la fibromialgia; abortos, partos prematuros, recién nacidos
de bajo peso y lesiones fetales, e incluyen dentro de esta categoría las
autolesiones.
A pesar de que en varios países del mundo existen estudios en
los que se reporta la relación entre la violencia de pareja y diversos
problemas de salud mental, entre los que son bastantes comunes los problemas de
tipo somático, de ansiedad y de depresión, en el Ecuador no se cuenta con
estudios específicos en esta temática. El objetivo de esta investigación fue
medir los niveles de distintos tipos de quejas somáticas (conversión,
somatización e hipocondría); ansiedad (cognitiva, emocional y fisiológica);
trastornos relacionados con la ansiedad (obsesivo-compulsivo, fobias, estrés
postraumático) y depresión (cognitiva, emocional, fisiológica), y buscar la
relación entre esas variables en una muestra de mujeres víctimas de violencia
VPI en la sierra del Ecuador.
Metodología
El estudio realizado representa parte de una investigación
macro, cuantitativa no experimental, correlacional, transversal, de campo, en
la cual se investigaron varias características de una muestra de mujeres
víctimas de violencia.
Variables e instrumentos
Variables sociodemográficas: se elaboró un cuestionario ad hoc para medir las variables de edad, nivel de
escolaridad, estado civil (incluye la permanencia o separación de la pareja
violenta), presencia de hijos, actividad laboral, además de la percepción
propia de haber experimentado VPI y el tipo de violencia que consideran haber
sufrido.
Variables psicológicas: se aplicó el cuestionario del Inventario
de Evaluación de la Personalidad (PAI), el cual puede utilizarse en muestras de
personas adultas mayores a 18 años de edad (o en adolescentes que ya no estén
estudiando y que viven fuera de la casa de sus padres). Se considera diseñado
para emplearse en múltiples contextos como psicoterapia, psicología forense,
valoración de daños, entre otros (Morey,
2012).
Diversos autores señalan que el PAI es uno de los cuestionarios
más utilizados internacionalmente para la evaluación y el diseño del
tratamiento en psicología clínica y forense (Ortiz-Tallo, Cardenal, Ferragut y Santamaría,
2017), además de ser una de las herramientas de evaluación de personalidad
y psicopatología más importantes (Burneo-Garcés,
Fernández-Alcántara, Aguayo-Estremera y Pérez-García, 2020), empleada en
casos legales que implican: daño emocional (Boccaccini
y Brodsky, 1999); la evaluación del trastorno de estrés postraumático
(TEPT) y su relación con variables como trauma, experiencias traumáticas y
trastornos relacionados con ansiedad (Calhoun,
Boggs, Crawford y Beckham, 2009), entre otras. Cabe resaltar que autores
como Hoelzle y Meyer (2009)
investigaron características metodológicas basadas en varias muestras y se
valieron del PAI, y sus resultados sugirieron que este cuestionario tiene tres
dimensiones que son altamente congruentes entre distintas muestras: (1) la
angustia general; (2) el estado de ánimo y el dominio elevados; y (3) el abuso
de sustancias y la psicopatía.
El presente cuestionario se ha validado y utilizado en algunos
países de habla hispana y se considera que tiene una consistencia interna
adecuada y fiable para la evaluación de variables clínicas, aunque en
poblaciones distintas a la del presente artículo, entre ellas: en Argentina por
Stover, Solano y Liporace (2015), con
adultos no clínicos y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires; en Chile y
España por Ortiz-Tallo, Cardenal, Ferragut
y Santamaría (2015), a través de una muestra representativa de personas sin
trastornos psicológicos y una muestra clínica, y en Ecuador por Burneo-Garcés, Fernández-Alcántara,
Marín-Morales y Pérez-García (2018), en población adulta masculina
penitenciaria. Sin embargo, Arbach, Bazán y
Vaiman (2021), mediante un estudio bibliométrico que analizó la evidencia
disponible sobre el uso del PAI en contextos legales, concluyeron que, si bien
la mayoría de artículos que lo emplean lo hacen para analizar características
de personalidad y psicopatológicas o las propiedades psicométricas del
instrumento en muestras de población penitenciaria de hombres, otras
investigaciones con el PAI en muestras de víctimas, en mujeres y en contextos
legales del mundo de habla hispana, surgen como prometedoras áreas de estudio.
Por consiguiente, en base a lo mencionado, para la presente
investigación se considera que este cuestionario permitirá obtener información
relevante sobre el estado emocional de las mujeres que han sufrido violencia. Los
conceptos de las variables utilizados dentro del estudio son los propuestos por
el manual de este instrumento (Morey,
2012). El significado otorgado a una determinada puntuación varía en
función de la prevalencia de los síntomas de cada escala y refleja directamente
la fenomenología y sintomatología de ese constructo clínico. En el presente
artículo se contemplan las variables más comúnmente relacionadas en la
literatura científica con las secuelas psicológicas de la violencia de pareja
comúnmente consideradas dentro de las escalas clínicas, como los son las quejas
somáticas (SOM), la ansiedad (ANS), los trastornos relacionados con la ansiedad
(TRA) y la depresión (DEP):
1) La escala de quejas somáticas (SOM) evalúa las preocupaciones
por la salud física y quejas somáticas presentes en trastornos de somatización
y conversión, y la de sus distintas subescalas: (a) Conversión (SOM–C), que
contiene ítems referidos particularmente a problemas sensoriomotores poco
frecuentes, tales como dificultades perceptivas (visuales, auditivos o falta de
sensibilidad) o motoras (parálisis); (b) Somatización (SOM–S), cuyos ítems se
centran en quejas físicas corrientes como dolores de cabeza, problemas de
espalda, malestar o trastornos gastrointestinales. Estas quejas suelen ser
vagas y difusas y se presentan como lamento e insatisfacción; y (c) Hipocondría
(SOM–H), que incluye ítems que reflejan la preocupación por la salud y el
estado físico, asociados además con la complejidad con la que la persona
percibe sus problemas de salud y la intensidad de sus esfuerzos para suavizar
estos problemas. La escala mide el grado de atención que presta el sujeto a su
salud, no la gravedad de los problemas.
La escala de ansiedad (ANS) y la de trastornos relacionados con
la ansiedad (TRA) son complementarias para entender la variable de ansiedad y
su proyección cognitiva-conductual.
2) La escala de ansiedad (ANS) evalúa manifestaciones y signos
observables de ansiedad, como el grado de tensión y emoción negativa
experimentada por el sujeto y la evaluación de sus distintas modalidades: (a)
cognitiva (ANS–C) –la presencia de preocupación constante; (b) emocional
(ANS–E) –los sentimientos subjetivos de miedo y tensión; y (c) fisiológica (ANS
F) –signos físicos de nerviosismo y estrés.
3) La escala de trastornos relacionados con la ansiedad (TRA)
evalúa síntomas y conductas relacionados con trastornos específicos de la
ansiedad como fobias, estrés postraumático y síntomas obsesivos compulsivos,
así como experiencias problemáticas asociadas a algún evento traumático. Es una
medida de la amplitud de la expresión conductual de la ansiedad: (a)
obsesivo-compulsivo (TRA–O) –los ítems de esta subescala están relacionados
tanto con las características sintomáticas del trastorno (miedos, rituales,
etcétera) como con los rasgos de personalidad, característicos del trastorno
(perfeccionismo, atención excesiva a los detalles, etcétera); es la
cuantificación de los esquemas de pensamientos obsesivos como forma de defensa
para controlar la ansiedad mediante el orden y la prevención. (b) fobias
(TRA–F) –evalúa varios miedos fóbicos comunes como las alturas, los lugares
cerrados, el transporte público y la exposición a situaciones sociales; su
presencia en los sujetos sugiere la posibilidad de fobias múltiples o más
amplias como la agorafobia. Y (c) estrés postraumático (TRA–E) –evalúa las
reacciones a estresores traumáticos que incluyen pesadillas, reacciones de
ansiedad repentinas y sentimientos de estar irreversiblemente transformado por
el evento traumático. Sin recopilar detalles del evento traumático en sí, esta
escala demuestra la existencia e importancia de una fuente de malestar
relacionado con un suceso del pasado que continúa ocasionando episodios
recurrentes de ansiedad.
4) Depresión (DEP), en la que se evalúan las manifestaciones y
síntomas de trastornos depresivos, y el contenido de los ítems incluye
pesimismo y expectativas negativas, sentimientos subjetivos de tristeza y
apatía, además de síntomas físicos tales como la falta de energía o las
alteraciones del sueño o del apetito. También incluye la evaluación de sus
distintas modalidades en tres subescalas: (a) cognitiva (DEP–C) –la presencia
de expectativas o creencias sobre la falta de aptitudes propias y la falta de
habilidades para tratar con las exigencias del entorno que reflejan un
componente evaluativo de la autoestima, en el sentido de tener la sensación de
incompetencia personal o un bajo nivel de autoeficacia o, al contrario, el
sujeto puede considerarse con pocas limitaciones en sus habilidades pero
reflejar grandiosidad o narcisismo. (b) emocional (DEP–E) –recoge las
experiencias de estrés emocional, infelicidad, tristeza y bajo estado de ánimo;
y (c) fisiológica (DEP–F) –muestra las señales vegetativas de la depresión como
alteraciones del sueño, problemas de apetito o falta de energía o de impulso.
Participantes
La población fue de mujeres víctimas de violencia de la sierra
ecuatoriana. La muestra fue seleccionada por conveniencia entre las usuarias de
los servicios de salud pública. Constó de dos grupos: el primero estuvo
conformado por 28 mujeres de entre 15 y 58 años víctimas de violencia que
acudieron a una fundación de ayuda psicológica de la ciudad de Riobamba
dirigida a esta problemática, y el segundo grupo estuvo conformado por 22
mujeres de similares características con edades entre 27 y 63 años, de dos
centros de salud del sur de la ciudad de Quito. Se utilizaron los siguientes
criterios de selección: (1) estar en los grupos de apoyo de la fundación o de
los centros de salud mencionados (Riobamba y Quito); (2) ser mujer y percibirse
como víctima de violencia; y (3) estar separada de la pareja violenta.
Entre los datos sociodemográficos más relevantes, obtenidos con
el cuestionario ad hoc, se observó que un 53.6 %
había recibido educación superior y un 89.3 % tenía hijos. Un 41 % trabajaba y
la misma cantidad se dedicaba a quehaceres domésticos, mientras que un 18 % no
trabajaba. El 50 % de las mujeres estaban casadas y un 25 %, divorciadas.
Cuando se les preguntó sobre el tipo de violencia del que fueron víctimas, un
39.3 % no contestó, mientras que el 60.7 % restante manifestó haber sufrido
varios tipos de violencia: física (excepto de tipo sexual), psicológica y
patrimonial.
Procedimiento
El estudio se realizó bajo los lineamientos del Código de Ética
de Núremberg, se respetaron todos los principios éticos estipulados en la
American Psychological Association (APA,
2019) y, debido a que en el Ecuador no existe una normativa oficial unánime
de regulación de la labor profesional ética del psicólogo (Guano Sangoquiza y Costales Zavgorodniaya,
2021), la presente investigación se apegó al Código de Ética del Ministerio de Salud Pública del Ecuador
(2016). Además, contó con la aprobación de un comité de ética interno y
permisos por parte de la fundación y los centros de salud a los que acudieron
las participantes.
Cada participante recibió información verbal y escrita sobre el
estudio; adicionalmente, se firmó un consentimiento informado, en el que se
dejó asentada su participación voluntaria en la evaluación que, entre otros
puntos, especificaba la posibilidad de retirarse en cualquier momento. Un
coinvestigador y un profesional de salud mental que trabajaban dentro de las
respectivas instituciones administraron el cuestionario a las mujeres. La
información se recopiló entre marzo y mayo de 2019. Se cedió a las
participantes todo el tiempo necesario para completarlo.
Luego de la recolección de datos, se procedió a realizar la
codificación y el ingreso de la información obtenida en una hoja de Excel. Se
aseguró el anonimato de sus respuestas a través de la codificación numérica de
las hojas y desde el ingreso de los datos se utilizaron números y siglas que
aseguran la confidencialidad de las mujeres participantes. Para el
procesamiento y análisis de los datos se utilizaron métodos de estadística
descriptiva e inferencial con el programa estadístico Statgraphics Centurion.
Resultados
El análisis de las frecuencias y los porcentajes de mujeres
participantes que obtuvieron puntajes de distintos niveles en las variables
estudiadas se muestran en la Tabla 1. Como se podrá
observar, la mayoría de mujeres se encuentra puntuando en el nivel bajo de las
variables quejas somáticas (54 %), ansiedad (66 %), trastornos relacionados con
la ansiedad (48 %) y depresión (52 %). Estos valores reflejan, en cada una de
las variables, pocas quejas y un estado emocional relajado en las
participantes.
Tabla 1
Frecuencia por
cantidad y porcentaje de las participantes con distintos niveles en las escalas
y subescalas de las variables quejas somáticas, ansiedad, trastornos
relacionados con la ansiedad y depresión
Niveles |
Muy alto |
Alto |
Medio |
Bajo |
Muy bajo |
|||||
Variables |
n |
% |
n |
% |
n |
% |
N |
% |
n |
% |
Quejas somáticas |
1 |
2 |
5 |
10 |
17 |
34 |
27 |
54* |
- |
- |
Conversión |
1 |
2 |
7 |
14 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Somatización |
- |
- |
5 |
10 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Hipocondría |
- |
- |
3 |
6 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Ansiedad |
0 |
0 |
7 |
14 |
8 |
16 |
33 |
66* |
2 |
4 |
Cognitiva |
0 |
0 |
4 |
8 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Emocional |
- |
- |
3 |
6 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Fisiológica |
- |
- |
7 |
14 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Trastornos
relacionados con ansiedad |
1 |
2 |
8 |
16 |
17 |
34 |
24 |
48* |
- |
- |
Trastorno obsesivo
compulsivo |
3 |
6 |
8 |
16 |
16 |
32 |
- |
- |
- |
- |
Fobias |
8 |
16 |
13 |
26 |
- |
- |
- |
- |
0 |
0 |
Estrés postraumático |
0 |
0 |
13 |
26 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Depresión |
0 |
0 |
9 |
18 |
15 |
30 |
26 |
52* |
- |
- |
Cognitiva |
- |
- |
8 |
16 |
- |
- |
- |
- |
10 |
20 |
Emocional |
- |
- |
8 |
16 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Fisiológica |
- |
- |
6 |
12 |
- |
- |
- |
- |
- |
- |
Notas: Categoría ausente en la normativa del PAI de
diferenciación entre niveles (n = 50).
* Mayor porcentaje de participantes en cada variable.
Aun así, es importante recalcar que en quejas somáticas hay un
34 % con nivel medio de puntaje (personas con alguna preocupación por su salud
y/o con dolencias o enfermedades), y en especial un 10 % de las mujeres
participantes que tienen un nivel alto (preocupación significativa y deterioro
notable en su salud). En cuanto a la ansiedad, el 16 % presentó un nivel medio
(cierto nivel de estrés de cualquier tipo) y el 14 %, un nivel alto (nivel
significativo de tensión y estrés). En la variable trastornos relacionados con
la ansiedad hay un 34 % con nivel medio de puntaje (presentan algunos miedos
específicos y poca confianza en sí mismas y en sus posibilidades), y un 16 % de
las mujeres participantes que tienen un nivel alto, sufren de limitaciones en
la vida cotidiana relacionadas con miedos específicos y la presencia de
inseguridad en situaciones sociales. En depresión, 30 % se ubica en el nivel
medio (caracteriza a personas sensibles, pesimistas, que se sienten infelices
una parte del tiempo) y el 18 %, en el nivel alto (infelicidad notable y
disforia).
Hay mujeres con niveles muy altos de las variables de quejas somáticas
y trastornos relacionados con la ansiedad, que son aquellas a quienes se puede
considerar de alto riesgo. En quejas somáticas: 2 % -preocupación constante por
la salud y deterioro por somatización; en quejas somáticas: conversión: 2 % -
reacción de conversión marcada, hipocondría y posible presencia de delirio
somático; en los trastornos relacionados con la ansiedad: 2 % -múltiple
diagnóstico de trastorno de ansiedad; en los trastornos relacionados con la
ansiedad: obsesivo compulsivo: 6 % -marcado nivel de este trastorno, y en
trastornos relacionados con la ansiedad: fobias 16 % -conductas fóbicas
incapacitantes en la vida cotidiana.
De los datos obtenidos de las mujeres víctimas de VPI evaluadas,
que se reflejan en la tabla de frecuencia por cantidad y porcentaje de las
participantes con distintos niveles en las escalas y subescalas de las
variables (Tabla 1), y en el análisis de la estadística
descriptiva de las escalas (Tabla 2 y 3)
se destaca que si bien la mayoría de respondientes se encuentra en los
intervalos más típicos de la norma sugerida por el cuestionario, existen
puntuaciones bastante variadas. El análisis de medias, medianas, mínimas,
máximas y rangos muestra mujeres que tienen una gran variabilidad en el nivel
de puntuación de las distintas escalas y, por lo tanto, con distinta presencia
de los síntomas característicos de estas variables.
Tabla 2
Estadística
descriptiva de las escalas quejas somáticas, ansiedad, trastornos relacionados
con la ansiedad, y depresión
SOM: quejas somáticasANS: ansiedadTRA:
trastornos relacionados con la ansiedadDEP: depresión*
valores estadísticamente representantes en su categoría (n = 50).
Del análisis estadístico descriptivo se recalca que las
cualidades del grupo estudiado condicionan el tipo de análisis inferencial
empleado: tanto los valores obtenidos en la asimetría, como en el coeficiente
de Curtosis muestran que, en la variable quejas somáticas: conversión, los
datos obtenidos no siguen una distribución paramétrica normal (Tablas
2 y 3).
Tabla 3
Estadística descriptiva
de las subescalas de quejas somáticas, ansiedad, trastornos relacionados con la
ansiedad, y depresión
Media |
58 |
57 |
58 |
54 |
55 |
56 |
56 |
58 |
59 |
55 |
58 |
59 |
Mediana |
57 |
57 |
59 |
54 |
53 |
54 |
56 |
56 |
57 |
60 |
58 |
58 |
Mínima |
42 |
40 |
38 |
32 |
37 |
36 |
37 |
36 |
43 |
33 |
38 |
37 |
Máxima |
107 |
82 |
77 |
78 |
77 |
87 |
80 |
78 |
85 |
82 |
94 |
81 |
Rangos |
65 |
42 |
39 |
46 |
40 |
51 |
43 |
42 |
42 |
49 |
56 |
44 |
Asimetría |
3.51* |
1.24 |
-.30 |
.69 |
.92 |
1.81 |
.90 |
0.12 |
1.85 |
.09 |
1.26 |
.01 |
Coeficiente de
Curtosis |
4.07* |
-.08 |
-.67 |
-.84 |
-.54 |
-.20 |
-.61 |
-1.24 |
-.37 |
-1.72 |
.14 |
-.46 |
SOM: Quejas somáticasC: conversiónS: somatizaciónH: hipocondríaANS: AnsiedadC:
cognitivaE:
emocionalF:
fisiológicaTRA:
trastornos relacionados con la ansiedadO: obsesivo-compulsivoF: fobiasE:
estrés postraumáticoDEP:
Depresión*
valores estadísticamente representantes en su categoría (n = 50).
En la siguiente etapa del procesamiento de los datos, se utilizó
el análisis factorial con el propósito de determinar las relaciones entre las
variables de las subescalas de quejas somáticas, ansiedad, trastornos relacionados
con ansiedad y depresión del grupo, a través de la identificación de tres
factores presentados en la Tabla 4. El factor 1 incluye las
variables ansiedad, ansiedad cognitiva, ansiedad fisiológica, estrés
postraumático, depresión, depresión cognitiva, depresión emocional y depresión
fisiológica. En el factor 2 entran las variables ansiedad, ansiedad emocional,
ansiedad cognitiva, trastornos relacionados con ansiedad, y
obsesivo-compulsivo. El factor 3 abarca las variables quejas somáticas
conversión, somatización e hipocondría.
Tabla 4
Análisis Factorial de
las escalas y subescalas de las variables quejas somáticas, ansiedad,
trastornos relacionados con la ansiedad, y depresión
Variables |
Factor 1 |
Factor 2 |
Factor 3 |
Quejas somáticas |
.44 |
.21 |
.86* |
Conversión |
.48 |
.24 |
.61* |
Somatización |
.53 |
.11 |
.68* |
Hipocondría |
.05 |
.14 |
.90* |
Ansiedad |
.70* |
.57* |
.35 |
Cognitiva |
.58* |
.58* |
.34 |
Emocional |
.51 |
.64* |
.32 |
Fisiológica |
.77* |
.32 |
.29 |
Trastornos
relacionados con ansiedad |
.49 |
.81* |
.20 |
Obsesivo compulsivo |
-.15 |
.80* |
.03 |
Fobias |
.51 |
.52 |
.23 |
Estrés postraumático |
.63* |
.49 |
.18 |
Depresión |
.92* |
.15 |
.27 |
Cognitiva |
.85* |
.13 |
.20 |
Emocional |
.84* |
.10 |
.29 |
Fisiológica |
.73* |
.15 |
.23 |
cargas factoriales estadísticamente
significativas (p < .05).
Discusión
Gracias a la estadística descriptiva e inferencial de los datos
obtenidos, se observa que todas las variables, excepto quejas somáticas:
conversión, cumplen una distribución normal, además de tener una mayoría de
respondientes en la norma, es decir alrededor de la media. Por consiguiente, la
mayoría de las mujeres presentan niveles normales de las variables estudiadas
y, al momento de la evaluación, no requieren intervención específica para este
tipo de secuelas psicoemocionales.
Las mujeres víctimas de VPI hacen mayor uso del sistema de salud
que las mujeres no víctimas de VPI. Debido a esto aumenta la importancia de que
el personal de la salud sepa identificar a estas personas y hacer las
remisiones apropiadas (Plichta, 1992).
Acorde a los resultados anteriores, Lo Fo
Wong, Wester, Mol, Römkens y Lagro-Janssen (2007) observaron que las mujeres
que sufrieron abusos físicos y psicológicos acudieron frecuentemente a consulta
médica para solicitar ayuda para soportar diferentes tipos de dolores.
Subsecuentemente, los mismos autores notaron que estas mujeres fueron quienes
más recibieron prescripciones para analgésicos por parte de profesionales
médicos.
A pesar de esto, existen algunas mujeres que, dado sus niveles
de puntuación obtenidas en el PAI, deberían obtener intervención más específica
ya que presentan necesidades terapéuticas más concretas. Por ejemplo, dentro de
las quejas somáticas presentadas por las mujeres, un 44 % en menor o mayor
grado tiene preocupación y deterioro de su estado de salud. Estos resultados
son altamente compatibles con los datos obtenidos anteriormente por otros autores.
Adicionalmente, en cuanto a la ansiedad (30 %) y los trastornos
relacionados con esta (50 %) respectivamente, esta muestra de mujeres con mayor
o menos nivel de afectación sugiere la necesidad de intervenciones relacionadas
con el trabajo en competencias para el manejo de la tensión, el estrés y los
miedos específicos, así como para el incremento de la seguridad en situaciones
sociales. En cuanto a la depresión, un 48 % se caracteriza por tener
infelicidad de diferente intensidad en su vida cotidiana. Tanto la literatura
científica como los resultados mencionados sugieren que es necesario tener un
enfoque de evaluación de los estados psicoemocionales que presentan las mujeres
víctimas de VPI y que algunos de estos estados, en específico, deben ser de especial
atención para el personal de ayuda, que puedan llevar a cabo intervenciones
adecuadas y efectivas en los centros de asistencia de salud o salas de
emergencias.
Frente a esto, Rubio Castro
et al. (2009) reportaron que es habitual encontrar mujeres víctimas de VPI
que han sido sobremedicadas debido, en algunos casos, a que profesionales de la
salud (atención médica o psiquiátrica) no toman en consideración la
somatización del daño psicológico que estas personas están padeciendo, ni el
cuadro de consecuencias sintomatológico de la mujer víctima de malos tratos.
Esto conduce a tratar farmacológicamente los síntomas como patologías
diferentes e independientes y no de forma integral.
Finalmente, entre todas las mujeres participantes hay un pequeño
porcentaje cuyos niveles en algunas de las variables (quejas somáticas y
trastornos relacionados con la ansiedad) muestran el potencial riesgo en su
estabilidad y seguridad psicológico-emocional. Por esto, se considera necesaria
la evaluación e intervención específica individualizada para estas mujeres que
requieren más trabajo psicoterapéutico que las demás que asisten a la nombrada
Fundación de Ayuda Psicológica de Riobamba y centros de salud.
En relación con la problemática expuesta, los resultados de esta
investigación sugieren la necesidad del diagnóstico complementario e integral
de las mujeres que llegan a la consulta médica por posibles somatizaciones
vinculadas con la violencia psicológica relacionada con la VPI. Es así que, en
coincidencia con Polo Usaola y López
Gironés (2003), se considera importante recomendar el trabajo
multidisciplinario y coordinado entre los distintos especialistas como base de
la intervención profesional, enfocada a la recuperación de la mujer afectada
por las distintas secuelas de VPI.
Por último, es conveniente acotar que, a pesar de que (como se
notó en este estudio) no hubo un conjunto universal de síntomas que fueran
reportados por todas las mujeres víctimas de VPI que participaron, y con base
en el análisis inferencial realizado, se pueden mencionar tres factores que se
sugieren como posibles líneas de intervención grupal para esta muestra de
mujeres, ya que reflejan la dinámica grupal de las variables y pueden servir
como base para el trabajo en grupo. Estas líneas abarcan el trabajo con el
trastorno ansioso-depresivo con elementos de estrés postraumático, el trastorno
obsesivo compulsivo con elementos de ansiedad, y las quejas somáticas.
Conclusión
Como conclusión, puede afirmarse que la complejidad del fenómeno
de la violencia de pareja y sus implicaciones para la salud emocional de las
mujeres demandan el desarrollo de un marco teórico-epistemológico en el
Ecuador.
Tanto Arias, Otálvaro y
Vallejo (2019) como Medina Cueva,
Arguello Yonfa, y Costales Zavgorodniaya (2020), quienes realizaron una
revisión crítica de las leyes y políticas públicas sobre la violencia
intrafamiliar (VIF) y la VPI en Colombia y Ecuador respectivamente, coinciden
en que ambos estados intentan generar recursos de intervención para erradicar
la violencia. En Colombia el problema central parece estar relacionado con que
las estrategias diseñadas e implementadas tienen una serie de características
que las hace ineficaces para comprender lo que se oculta bajo la violencia,
mientras que en Ecuador, a pesar de que el Estado ecuatoriano ha elaborado e
implementado leyes para promover, prevenir, atender y sancionar la violencia,
existen varios vacíos en el sistema de justicia para la atención y protección
de la población. Ambos grupos de estudio coinciden también en que el Estado, la
academia y las organizaciones de la sociedad civil deben centrar su atención en
desarrollar modelos de intervención más acordes a la realidad propia de cada país,
que permitan a las familias poder replantear su dinámica familiar.
En relación con la idea anterior, es importante resaltar que la
muestra de mujeres que participó en esta investigación, quienes fueron reunidas
en la fundación y centros de salud bajo el único criterio real en común de
haber sido víctimas de VPI, presentan características sociodemográficas
relativamente homogéneas; sin embargo, esto no necesariamente condiciona las
necesidades terapéuticas que puedan tener. Por ende, se concluye que un enfoque
generalizado podría no ser la mejor solución a este problema. Se coincide en
esta conclusión con Caviedes Caviedes y
Argüello Yonfa (2021), quienes, en relación con la problemática expuesta,
señalan que en el caso de las mujeres víctimas de VPI en el Ecuador son
necesarias distintas formas de evaluación y enfoques de tratamiento
psicoterapéutico que se encarguen del trabajo con diversas patologías clínicas,
así como del uso de distintas metodologías o herramientas de evaluación que
aporten una visión más específica de los síntomas que puedan presentar las
mujeres y sus formas de intervención.
En la misma línea Argüello
Yonfá, Fasol, Medina Cueva y Costales Zavgorodniaya (2021) recalcan que, en
el período de los últimos 15 años, pocos estudios se centran en la validación
empírica de las intervenciones para solventar la VPI. En el presente artículo
se pretende presentar una opción para la evaluación, así como las líneas de
intervención concretas para la muestra con un enfoque integrativo, sin
pretender la generalización de las inferencias obtenidas ni de la metodología,
y describir cierto fragmento de la realidad.
A pesar de que el PAI es un instrumento altamente reconocido en
la medición de estados emocionales y características de la personalidad, en la
presente población parece no ser suficientemente idóneo por sí solo para
dimensionar la afectación psicológica de las mujeres participantes de la
muestra estudiada. Los resultados de este estudio fueron diferentes (un
porcentaje relativamente bajo de mujeres reportó tener síntomas de
somatización, ansiedad y depresión) a los hallazgos reportados en
investigaciones anteriores, en las cuales los autores denotaron que la mayoría
de mujeres víctimas de VPI mostraron niveles altos de estos síntomas.
Es posible que el PAI no sea la herramienta más adecuada para
evaluar estos síntomas en esta población. De igual forma, es posible que ellos
pudieran haber sido mejor evaluados mediante otras metodologías (i. e., entrevista clínica, otro instrumento clínico o una
combinación entre estos). Futuros sondeos deberían centrarse en evaluar estos
síntomas mediante herramientas específicamente diseñadas para estos problemas.
Los resultados de esta investigación, sin embargo, sí revelan la importancia de
evaluar otros síntomas de salud mental en mujeres víctimas de VPI como el
estrés postraumático y el trastorno obsesivo-compulsivo.
En todo caso, se evidencia que la eficiencia de las evaluaciones
e intervenciones de los sistemas de salud dependen en gran medida de las
metodologías utilizadas para evaluar problemas en esta población. Es posible
que el uso exclusivo de un cuestionario como el PAI no proporcione información
suficiente sobre los síntomas que experimentan las mujeres víctimas de VPI. Los
sistemas de salud deben considerar la utilización de baterías de instrumentos
junto con los procesos de entrevistas clínicas para evaluar eficazmente los
diferentes síntomas. Sin embargo, tal alternativa puede no ser del todo
factible si dicha metodología requiere más tiempo y, probablemente, apoyo
financiero para adquirir las pruebas. Sería también necesario validar el PAI en
esta población mediante la ampliación de la metodología test-retest para
realmente verificar la validez final del cuestionario en la evaluación de las
secuelas emocionales de las mujeres víctimas de VPI.
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