Revisiones
Contexto, ser humano
y epigenética
Context, human being
and epigenetics
Marcelo R. Ceberio marcelorceberio@gmail.com.
Universidad de Flores,
Argentina
Bruno G. Berardino bberardino@qb.fcen.uba.ar
Consejo Nacional de Investigaciones en Ciencia y Técnica
(CONICET), Argentina
Contexto, ser humano y epigenética
Interdisciplinaria,
vol. 40, núm. 1, pp. 81-97,
2023
Centro Interamericano de Investigaciones Psicológicas y Ciencias
Afines
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Recepción:
04
Enero 2021
Aprobación:
01
Septiembre 2022
Resumen:
Los últimos años de investigación
científica han visto un crecimiento en los estudios que relacionan situaciones
de vulnerabilidad (particularmente, durante la vida temprana) con el desarrollo
de psicopatologías. Tales disfuncionalidades en la salud mental y en las
emociones entienden una sinergia entre factores contextuales y la biología del
organismo. Lo que da en llamarse “puente” entre ambas instancias es estudiado
por un área de la investigación científica relativamente nueva: la epigenética.
La epigenética fue establecida como un interesante factor que permite relacionar, desde un punto de vista biológico, el contexto en que se desarrollan las personas con sus estados emocionales. Este artículo se propone revisar algunos trabajos e integrarlos dentro de una concepción compleja del ser humano, que lo entiende como un sistema de relaciones entre diversas dimensiones que incluyen las esferas genéticas, epigenéticas, neurológicas, emocionales, interaccionales, cognitivas y socioculturales enmarcadas en un contexto particular.
Palabras clave: epigenética,
vulnerabilidad social, desarrollo humano, ambiente.
Abstract: The discovery of the whole sequence of the human genome in 2001
promised to be a revolution in terms of dealing with diseases and understanding
what makes us a “different” species from other animals. However, the scope of
this promising discovery was more limited than expected. The information
carried by DNA is complex and, furthermore, it does not explain the vast
repertoire of functions and dysfunctions that organisms present. For this
reason, it began to be thought that it was necessary to change the focus to
understand how individuals are formed and develop, and turn the attention paid
to DNA to what surrounds that DNA: the environment of the organism (both
internal and external). In this way, the studies began to focus on the
influence of the context to which organisms are exposed to understand the
characteristics of the body and its actions. In thinking about the concept of
the body in development, this renewed focus in the environmental influence
allows an understanding of it as a permeable and complex system, where dysregulations
(diseases) may also be triggered by exogenous events and not only from the
endogenous factors.
Therefore, in a recursive way, the influence of the human being on the environment transforms the environment that returns to influence the human being. Here is the history of mankind. There are contexts that offer a healthy framework for the growth of its inhabitants and there are others that make life vulnerable and produce lifetime consequences. However, while some people are and feel vulnerable to contexts of adversity, other people are resilient and manage to positively live and growth despite the difficulties that might appear throughout life.
Epigenetics has been proposed as one of the molecular mechanisms
that explain how those contexts “get under the skin” and trigger phenotypic
characteristics. Although the regulation of gene expression by epigenetic
mechanisms occurs naturally and constantly in the developing organism, it can
also be influenced by environmental factors, such as age, lifestyle, health
conditions or social relationships. Epigenetics is sensitive to environmental
changes allowing organisms to adapt their physiology and behavior. Unlike the
changes that occur in the DNA sequence, epigenetic processes are reversible.
One of the most known examples of epigenetic action in
determining phenotypes according to the environment is the stress response
through the hypothalamus-pituitary-adrenal (HPA) axis. The functioning of the
HPA axis and the response to stress can be related to the concepts of
vulnerability and trauma. If an emotionally sensitive event is disturbing, it
becomes a stressful situation, with the activation of the HPA axis, flooding
the bloodstream with cortisol. This allostatic process is the basis of the mechanism
of adaptability of humans to traumatic impacts. But if the situation continues
to impact, allostasis is systematized and generates an allostatic circuit that
produces a residual charge that ends up creating dysfunction in the organism.
In this article the involvement of epigenetics in this regulation is discussed
and some seminal studies in rodents and humans are presented.
The last few years of scientific research have seen an explosive
growth of studies linking situations of vulnerability (particularly, during
early life) with the development of psychopathologies. Epigenetics was
established as an interesting factor that allows to relate, from a biological
point of view, the context in which people develop with their emotional states.
This article proposes a review of some of these works in order to integrate
them into a complex conception of the human being, which understands it as a
system of relationships between various dimensions, including genetics,
epigenetics, neurology, emotions, social interactions, cognition, and
socio-culture, framed in a particular context.
Keywords: epigenetics, social
vulnerability, human development, environment.
Introducción
De la centralidad del ADN a la era posgenómica
La pregunta por el ser, el ¿Qué somos?, siempre ha despertado
interés a lo largo de la historia de la humanidad. Pero, como esa cuestión es
muy difícil de responder y encierra un enorme grado de subjetividad filosófica
y emocional, es preferible optar por comprender el proceso de generación de lo
que somos y preguntar acerca de los factores que tienen cierta incidencia sobre
cómo estamos constituidos biológicamente.
En el presente artículo se discutirán algunas ideas y conceptos
sobre los diferentes factores que se asocian al desarrollo y constitución del
organismo, desde una perspectiva basada en la evidencia científica, que es una
de las formas que se encuentran durante la historia de la humanidad para, nada
más y nada menos, entender el universo.
Es cierto que el ADN, esa molécula que está presente en todas
nuestras células y que porta la información para que esas células se conjuguen
y vayan formando un organismo, es una parte fundamental del desarrollo y la
evolución de los seres vivos en el planeta Tierra. Sin embargo, muchos
experimentos y condiciones sociohistóricas hicieron que esta molécula –tipo
doble hélice– tuviera una inusitada repercusión en la forma en que pensamos a
los organismos. Las consecuencias de la centralidad y el protagonismo del ADN
durante el siglo XX tuvieron que ver con dos ideas principales: por un lado, la
de irreversibilidad de lo dado genéticamente y, por otro, la de cuerpo
edificado sobre causas endógenas, ajenas al ambiente contextual (Meloni, 2016).
El primer concepto está íntimamente ligado al determinismo
biológico y a la idea de que una suerte de lotería genética sea la responsable
de lo que le toca a cada ser humano. El segundo, también asociado al
determinismo, supone que las características individuales de los seres vivos, y
particularmente el desarrollo de enfermedades, tiene su causa en la
desregulación del propio cuerpo. Pero teorizar en estos términos es reducir el
universo de la vida a factores netamente biológicos y por supuesto que no deja
de ser tentador ingresar en el territorio de las moléculas y las cadenas de
ADN. Pero, el ser humano ¿es solamente un organismo? ¿Es una interinfluencia de
sistemas biológicos que van desde la molécula a la célula, de la célula a los
órganos, de la estructura ósea al músculo y del músculo a la epidermis? O, tal
vez, ¿será necesario redefinir el concepto de organismo y no reducirlo a la
esfera biológica? Es decir, entender el organismo humano no como un grupo
sinérgico de órganos, sino incorporar a ese grupo la noción de contexto que,
como se verá, también puede estar incluido o relacionado con la esfera
biológica. Además, por supuesto que la forma genocéntrica de conceptualizar la
biología de los individuos, basada en el ADN, en los genes, tiene consecuencias
sociales y políticas (Meloni, 2014).
En una época de complejidad morineana (Morin, 1984, 1994),
sería un reduccionismo explicar al humano sin su contexto, aislado y sin
interacción con sus congéneres, o analizar su forma de procesar información, su
estilo y contenido de comunicación, su cognición, sin profundizar sobre sus
emociones. Inclusive, ya es de vasta complejidad intentar comprender el
espectro biológico, puesto que es el resultado de una interinfluencia recíproca
de sistemas que van desde la molécula de ADN, las neurohormonas, péptidos y
neurotransmisores, cerebro y los diferentes órganos; en síntesis, un panorama
psicoinmunoneuroendocrino. De ahí que el organismo humano podría definirse como
la integración de un sistema psicoinmunoneuroendocrino-contextual; es un
sistema inmerso en contextos de contextos y no solo en términos sincrónicos,
sino también en función diacrónica, en su propia historia, entendida como una
versión personal subjetiva, cultural, propia y única.
Estas premisas se basan en la Teoría de la complejidad (Morin, 1994) y las disquisiciones
intersubjetivas que trae el constructivismo moderno (Ceberio y Watzlawick, 1998; Celis y Ceberio, 2015; von Foerster, 1994; von Glasersfeld, 1994; Watzlawick, 1988) que explican que la
realidad se construye a partir de las atribuciones personales, emergentes de la
estructura cognitiva compuesta por los esquemas (Beck, 2000; Piaget, 1989) que son a su vez
estructurados por creencias, valores, reglas familiares, socioculturales, entre
otros. Esta posición pragmática filosófica implica asumir las condiciones que
impone la cognición, por lo tanto, no hay objetividad ni realidad real, sino
múltiples subjetividades que fundamentan las afirmaciones.
Otro de los factores posmodernos, es romper con las formas
lineales de procesar la información. Estas estructuras lineales conllevan una
relación causa-efecto, una búsqueda de un origen de manera unidireccional y
alejada de la policausalidad. Es otra de las formas reduccionistas de procesar
información, puesto que los efectos son el resultado de una multiplicidad de
factores que, a su vez, tienen sus repercusiones sobre las causas motivadoras
del efecto. Al mismo tiempo, cada uno de estos factores operan interactivamente
entre sí interinfluenciándose, en un todo complejo de seguir por la mente
humana. Por lo tanto, desestructurar la dicotomía cartesiana lleva a cambiar
parámetros de perspectivas en pos de entender el fenómeno, en este caso, del
enfermar, no solamente limitarlo a la biología. El ser humano es mucho más que
una masa orgánica (Kerman y Ceberio, 2014; Morin, 1994). No obstante, estas disquisiciones
muestran la imposibilidad de la objetividad y no dejan de ser una teoría del
observador (Maturana y Pörksen, 2010; von Foerster, 1994), como afirmar que una
realidad externa a los ojos no existe (Maturana
y Pörksen, 2010), o sí existe y es imposible de conocerla (Watzlawick, 1988).
El descubrimiento de la secuencia total del ADN de los humanos
prometía ser una revolución para la cura de enfermedades y el entendimiento de
aquello que los hace una especie distinta al resto de los animales. Sin
embargo, los alcances de este descubrimiento tan prometedor fueron más
limitados de lo que se esperaba (Maher,
2008; Richardson, 2017).
En los comienzos del año 1990, el Proyecto Genoma Humano tuvo
por objetivo descifrar el código genético y la secuencia de ADN contenida en
los 23 pares de cromosomas de la especie humana (Davies, 2001). Este estudio finalizó en
2005 y se secuenciaron las unidades funcionales del genoma, alrededor de 28 000
genes (Auffray, 2004; Fierro, 2001), cuando se esperaban 100
000. Las recientes actualizaciones de la secuencia del ADN humano arrojan
19.969 genes que codifican proteínas (Nurk
et al., 2021), un número mucho menor a lo que se esperaba en los 90’. ¿Cómo
era posible que el rey de las especies tuviese menos cantidad de genes y menor
tamaño que el Mus musculus o ratón doméstico?
Semejante descubrimiento casi se vivió como un insulto a la soberbia
antroposociocéntrica, aunque lo que demostró es que la especie no puede
resumirse en un ramillete genético, sino que mucho más que eso: genes,
organismo, contexto, mente, cerebro, emoción y cognición, interinfluenciándose
en relación con otros. En ese sentido, el ser humano es muy superior al ratón
e, incluso, a la mosca de la fruta y solamente en este sentido, puesto que
hablar de superioridad entre especies dependerá de las características que se
tomen en cuenta para demarcar ventajas o desventajas de una especie a otra.
Otra conclusión importante que se derivó del primer borrador de
la secuencia completa del genoma humano fue que una gran cantidad de
información –codificada como pares de bases o nucleótidos– parecía no tener su
correlato en la producción o expresión de una proteína que son las principales
moléculas funcionales de las células. Todo ese ADN fue calificado como
“basura”, por no poseer información aparentemente relevante. Por lo tanto, la
comunidad científica decidió estudiar esta paradoja y en el 2003 se fundó el
Proyecto ENCODE (Encyclopedia of DNA Elements), con
el objetivo de dilucidar potenciales funciones de ese ADN basura. Se descubrió
que un alto porcentaje de las secuencias que se pensaban prescindibles tenían
un importante rol regulatorio, es decir, modulaban la expresión de los genes y,
por lo tanto, la fabricación de proteínas y otras moléculas funcionales. En
parte, estas otras moléculas resultaron ser las responsables de explicar la
mayor complejidad de la especie humana en comparación con otras especies, como
plantas o insectos (Taft, Pheasant y
Mattick, 2007).
En resumen, la información contenida en el ADN basura es crucial
para entender qué factores contribuyen al fenotipo de un organismo (Pennisi, 2012). Aun así, la información
que porta el ADN es compleja y, además, no termina de explicar el vastísimo
repertorio de funciones y disfunciones que presentan los organismos. Por esta
razón, se empezó a cambiar el enfoque para estudiar y entender cómo nos
formamos los seres humanos y virar la atención puesta en el ADN y su regulación
a lo que lo rodea: el ambiente del organismo, tanto el interno como el externo;
ir desde afuera hacia adentro, y no al revés. De esta manera, los estudios
empezaron a enfocarse en la influencia del contexto al cual está expuesto para
entender las características del cuerpo y de las acciones. Se produce una
descentralización del genoma, del ADN, que deja de ser algo estático para tomar
forma de una sistema reactivo inmerso en una compleja red regulatoria (Meloni, 2014). En el contexto del
proyecto ENCODE, este nuevo enfoque adquiere una mayor relevancia, ya que los
elementos regulatorios sobre el ADN que se empezaban a conocer están en
estrecha relación con el ambiente, como se verá posteriormente.
¿Cómo afecta el ambiente al desarrollo y, más aún, al
comportamiento humano?
El comienzo del siglo XXI trajo a la luz numerosos estudios que
observaban una gran influencia de las experiencias vividas en la biología de
los humanos y de varios modelos animales. Un experimento paradigmático fue el
realizado por Avshalom Caspi y otros
(2003), en el que estudiaron la incidencia de depresión en personas que
portaban una de tres posibles variantes de secuencia para el gen transportador
de serotonina (una molécula importante para la regulación del neurotransmisor
serotonina, involucrado en diversos procesos emocionales y cognitivos). Para
ese entonces, existían algunos estudios que asociaban las variantes génicas del
transportador de serotonina a la incidencia de depresión. Sin embargo, la
novedad que propusieron estos autores fue evaluar, además de la genética, las
exposiciones a eventos adversos que habían sufrido esas personas durante la
niñez (por ejemplo, muerte de algún familiar, separación de los padres,
problemas de salud o de empleo en la familia, etcétera). La idea detrás del
agregado del factor ambiental se basaba en estudios previos que asociaron
situaciones de abuso, negligencia y disfunción en el hogar durante la infancia
con factores de riesgo en la salud en la adultez (Felitti et al., 1998). El estudio de
Caspi y sus colaboradores mostró que, ante la ausencia de eventos traumáticos
producidos en la infancia, las variantes génicas no influían en la incidencia
de depresión. Sin embargo, ante varios eventos adversos en etapas tempranas de
la vida había variantes que aumentaban la incidencia de depresión y otras que
la disminuían. Notablemente, la incidencia de depresión es el resultado de la
interacción entre los componentes genéticos y ambientales.
Otro caso curioso, que constituyó un experimento histórico, es
el que se conoce como la hambruna del invierno holandés. Casi al final de la
Segunda Guerra Mundial, Holanda estaba sitiada por los nazis y los accesos a
las ciudades de la zona sur se encontraban cerrados. Desafortunadamente, esto
ocurrió justo cuando empezaba el invierno de 1945 y las raciones de comida no
podían llegar a sus habitantes en ese contexto adverso. Esto produjo que el
consumo diario por persona disminuyera a menos de 500 kilocalorías, cuando el
consumo mínimo recomendado es de 2 000 kilocalorías. Terminada la Segunda
Guerra, el abastecimiento se reestableció y el consumo volvió a aumentar, pero,
aun así, generó que las mujeres que estaban embarazadas durante el período de
la hambruna sufrieran este estrés nutricional durante un lapso de,
aproximadamente, tres meses. Esto permitió que, alrededor de los años 90’,
algunos científicos pudieran estudiar cuál era el efecto de una desnutrición
materna general durante el primer, segundo o tercer trimestre del embarazo en
los hijos de esas madres, según el período del embarazo en el cual estuvieron
expuestas a la escasez nutricional. Se observó que los hijos que habían sufrido
la desnutrición intrauterina presentaban serios desórdenes metabólicos que, de
adultos, derivaban en enfermedades como la diabetes o enfermedades
cardiovasculares (Painter, Roseboom y
Bleker, 2005; Ravelli et al., 1998).
Numerosos trabajos también exploraron la historia en pacientes
con trastornos de la conducta alimentaria, específicamente anorexia y bulimia,
y encontraron graves impactos traumáticos relacionados con abuso sexual en
edades tempranas (Ceberio y Losada, 2014;
Ferrante, 2009; Losada y Saboya, 2013; Summit, 1983). Por último, una serie de
estudios –algunos controversiales– exploró los efectos del tiempo de
institucionalización de niños en el desarrollo cognitivo, que sugirió que más
de 24 meses de permanencia en instituciones de cuidado podría derivar en
retrasos en el desarrollo de la cognición (Marshall,
2014; Moretti y Torrecilla, 2019).
En base a estos y otros estudios, se comenzó a delinear la
teoría que explica los estados de salud y enfermedad con origen en el
desarrollo (Developmental Origins of Health and Disease,
DOHAD). Este marco conceptual permite pensar en la aparición de enfermedades en
la adultez como derivadas de las exposiciones ambientales durante el desarrollo
temprano. Se dice que, durante este período crítico del crecimiento de los
órganos, el organismo es programado para enfrentar un ambiente particular. Si
el ambiente de la vida adulta no se corresponde con aquél para el que fue
programado el individuo, pueden generarse desequilibrios que conducen a la
aparición de enfermedades (Painter et al.,
2005; Vaag, Grunnet, Arora y Brøns,
2012). La explicación teórica de la enfermedad en base a este desajuste en
el ambiente temprano y el ambiente adulto es conocida como la hipótesis del mismatch (Godfrey,
Lillycrop, Burdge, Gluckman y Hanson, 2007).
Nuevas evidencias se fueron sumando a estos estudios para
terminar de configurar un plano en el que ya es indiscutible que las
experiencias moldean nuestro desarrollo (Bale
et al., 2010; Daskalakis, Bagot,
Parker, Vinkers y de Kloet, 2013; Nederhof
y Schmidt, 2012), y, si bien la información que carga el ADN tiene cierta
influencia, no parece ser tan determinante como se creyó en otro tiempo. Según
el concepto de cuerpo que se presentó anteriormente, este nuevo enfoque permite
entender al cuerpo como un sistema permeable, influenciado por el ambiente y
cuyas desregulaciones (enfermedades) también pueden ser gatilladas por eventos
exógenos, situaciones del contexto que podrían vulnerabilizar a las personas (Kerman y Ceberio, 2014; Morin, 1994).
Crisis, vulnerabilidad y el preludio de la acetilación
El ser humano vive en sistemas que poseen diferentes niveles de
estabilidad. Un sistema es definido como la interacción de una serie de
componentes con propiedades y atributos (Bertalanffy,
1968). Cada uno de sus integrantes proviene de un sistema primario de
origen –la familia– y de otros sistemas secundarios. Cada sistema toma, por así
decirlo, lo que trae cada uno como portavoz para terminar en un proceso
dinámico que constituye normas que rigen el funcionamiento, funciones que se
articulan, niveles de equilibrio, entre otras características (Ceberio y Watzlawick, 1998; Keeney, 1987).
Tanto desde los micro como desde los macrosistemas, desde la
familia hasta lo social, desde el protón hasta el universo, se vive en sistemas
y en sistemas de sistemas (Bronfenbrenner,
1986) y su posibilidad de cambio y evolución radica en su desestabilización
que se produce crisis mediante (Ceberio y
Watzlawick, 1998; Keeney, 1987). Las
crisis son definidas como un período de desequilibrio, un estado de máxima
tensión que rompe con la estabilidad y, por ende, con la normalidad de un
sistema, desde un sistema familiar hasta la sociedad mism
a (Ceberio y Watzlawick,
1998). Dentro de las crisis, hay situaciones críticas que son esperables,
como las evolutivas que incluyen casamientos, nacimientos, mudanzas, muertes,
viajes importantes, migraciones y otras experiencias de este tenor. Pero hay
crisis inesperadas como terremotos, tsunamis, muertes en ciclos evolutivos que
no se esperan, pandemias y epidemias, accidentes, etcétera. (Hoffman, 1987). Por ejemplo, la actual
pandemia –así declarada por la Organización Mundial de la Salud (2020)– es una
situación que se engloba dentro del segundo grupo (Pérez Abreu, Gómez Tejeda y Dieguez Guach,
2020; Trilla, 2020).
Los contextos son sistemas y, como tales, se ofrecen como marcos
referenciales que demarcan una cultura y su subjetividad (Gonzalez Rey, 2013); son referencias de
construcción de categorías (Brown, 1973;
Piaget, 1989) y su semántica y, en
síntesis, le otorgan sentido a las acciones y a las interacciones que en él se
desarrollan (Bateson, 1972). El
contexto no solo implica cuestiones cognitivas y psicosociales, sino también
compete a la biología, por lo que construye desde una red social hasta una
manera de alimentarse y relacionarse. Para esto hace falta el desarrollo de
funciones más elevadas y con ello, un cerebro más complejo y con mayor número e
interacciones de neuronas. El cerebro es muy inmaduro al nacer y es la
socialización, es decir, las variables socioculturales, familiares y naturales,
las que hacen a su crecimiento en un modelaje neuroplástico permanente. Esta
evolución de la especie es la que también se estructura como un efecto que
tiene su influye sobre la causa que lo origina. Por lo tanto, de manera
recursiva, la influencia del ser humano sobre el medio ambiente transforma al
medio ambiente que vuelve a influenciar al ser humano. He aquí la historia de
la humanidad. Hay contextos que ofrecen un marco saludable para el crecimiento
de sus habitantes y hay otros que vulnerabilizan la vida. Muchos de estos aspectos
son estudiados en la psicología ambiental y en las crisis contextuales que se
han generado por la mano del hombre y que, a su vez, este ha sufrido las
consecuencias de lo que el mismo ha generado (Moser, 2014; Tommasino y Foladori, 2001).
La vulnerabilidad es un concepto que encierra una notable
complejidad: desde una crisis por la desaprobación de un examen hasta un
terremoto, desde el martillazo en un dedo hasta la hambruna en África, todas
entran en su definición. No solamente se asocia a las características
particulares de un individuo de ser más susceptible al daño, sino a las
características del contexto, es decir, a las condiciones socioambientales, políticas,
económicas, etcétera, que pueden exponer a la persona a condiciones de
vulnerabilidad (Ruof, 2004).
La vulnerabilidad puede definirse como la capacidad disminuida
de una persona o un grupo de personas para anticiparse, hacer frente y resistir
a los efectos de un peligro producido por la naturaleza o causado por la
actividad humana, y para recuperarse de ellos. Las situaciones de catástrofes
naturales (Levine, 2004) como
terremotos, maremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, incendios forestales;
situaciones provocadas por humanos como asesinatos, actos criminales, abuso
sexual, violaciones sexuales, violencia de todo tipo, dictaduras, hecatombes
económicas, las guerras, las persecuciones políticas, pandemias, pobrezas
extremas, crisis políticas, o situaciones críticas naturales como la muerte
inesperada de un ser querido, enfermedades terminales, el abandono y
deprivación afectiva, las separaciones, el fracaso, etcétera, constituyen parte
de la nómina de los hechos que pueden perturbar la estabilidad de las personas
(Cardona, 1993). La vulnerabilidad se
homologa erróneamente a debilidad: un individuo vulnerable se lo relaciona con
un individuo débil en recursos y capacidades. Esta asociación deja expuesta la
falacia. Todos los humanos son vulnerables, pues siempre hay situaciones que en
el tránsito de la experiencia pueden atacar profundamente las defensas para la
adaptación (Blakemore y Agllias, 2019; B. Brown, 2012). En ese mismo sentido, Feito (2007) diferencia una serie de
características de la vulnerabilidad, entre las que señala como un concepto que
puede aplicarse a diferentes contextos y, por ende, posee diferentes
significados. También define la vulnerabilidad -desde la antropología- como una
condición natural de la especie humana, aunque la sociocultura que brega en pos
de la autonomía y el individualismo se ha encargado de considerarla de rango
inferior (Feito, 2007). Por último, la
vulnerabilidad es asociada a las condiciones del contexto, más que a los
individuos en particular, en función de eventos ambientales o sociales, por
ejemplo (Alcota y Aravena-Reyes, 2020).
Por tales razones se habla de medios ambientes que vulnerabilizan ciudades o de
poblaciones vulnerables, para referirse a aquellos grupos de personas que son
susceptibles de ser dañadas y se encuentran en situaciones de riesgo (Begun, 1993;Mari-Klose y Martinez-Perez, 2016).
La idea de vulnerabilidad ha comenzado a formar parte de los
discursos bioéticos, e introduce el concepto de poblaciones vulnerables,
especialmente en relación con la ética de la investigación con seres humanos (Feito, 2007). Cabe señalar que, si el
objetivo de la bioética ha sido el ser humano, siempre se ha ocupado de la
vulnerabilidad porque de por sí, es un ser vulnerable. Si bien la bioética se
ocupa del estudio de las personas enfermas en la que esa condición de vulnerabilidad
es más evidente, hay poblaciones enteras cuyos miembros son más vulnerables
que otros, de lo que se desprende la necesidad de una planificación sanitaria y
de asistencia en pos de mejorar las condiciones ambientales y reducir el margen
de riesgo. Este planteamiento es coherente con la preocupación creciente por
incluir los aspectos de las diferencias culturales en la bioética (Feito, 2007; Flanigan, 2000).
Por lo tanto, hay dos tipos de vulnerabilidad humana: una
vulnerabilidad antropológica, entendida como una condición de fragilidad
intrínseca al ser humano como ser biológico y una vulnerabilidad
sociopolítica, entendida como la pertenencia al grupo social que implica a
factores económicos, culturales, ambientales y políticos que vulnerabilizan al
ser humano (Feito, 2007).
Vulnerabilidad subjetiva y resiliencia
Una versión subjetiva sobre la vulnerabilidad señala que el
hecho que vulnerabiliza no es traumático en sí mismo, sino -desde una posición
constructivista- dependerá de la atribución de significado que le otorgue el
perceptor. Es decir, frente a una realidad de primer orden (Morin, 1994; Watzlawick, 1988; Watzlawick, Beabin y Jackson, 1981), el
registro a través de los sentidos hace a una estructura de realidad de segundo
orden. Todos los hechos de nuestra vida pasan por el tamiz de nuestra
estructura cognitiva (sistema de creencias, escala de valores, historia,
experiencias, reglas familiares y sociales, funciones, etcétera) y a la
atribución de significados consecuente (Beck,
2000). Por lo tanto, la vulnerabilidad es subjetiva. El impacto ambiental
es tal en cuanto a la relación con el significado que se le atribuye al hecho.
Es decir, puede ser que al hecho se lo transforme en un evento traumático de
acuerdo con la categoría semántica con que se lo categorice. La vulnerabilidad
que genera una situación traumática, su recuerdo recurrente y su persistencia
en el tiempo, disminuyen las capacidades de la persona, laceran su autoestima
y, por ende, entorpecen la elaboración y posterior superación. Es importante
observar qué recursos posee una persona para lograr enfrentar el fantasma
traumático y qué capacidades puede desarrollar para poder resolver una situación
que lo inhabilita (Cyrulnik, 2002). La
vulnerabilidad se asocia a la resiliencia que consiste en la capacidad para
vivir y desarrollarse positivamente a pesar de las dificultades que se pudieron
haber transitado. Es un término que se toma de la resistencia de los materiales
que se doblan sin romperse para recuperar la situación o forma original (Martínez y Vásquez, 2006). Ante las
situaciones estresantes es cuando se pone en juego esa capacidad de resistencia
y resiliencia.
Si bien hay personas que tienen una tendencia natural a
confrontar las situaciones difíciles y oponerle las propias capacidades, o sea,
esa actitud resiliente, también puede aprenderse. La toma de consciencia de los
valores personales y posibilidades, ser autoconscientes de lo que una persona
puede o no estar capacitada, es una forma de ejercitar la resiliencia. Es la
noción de empoderamiento y el espacio de la psicoterapia es un lugar de aprendizaje
resiliente (Brown, 2006; Ceberio, 2013; Cyrulnik, 2002).
La actitud resiliente es una confluencia de factores
epigenéticos, inconscientes, interaccionales, cognitivos, emocionales,
bioquímicos y neurobiológicos, que se mancomunan en una actitud resiliente que
intenta resolver situaciones críticas. La resiliencia no solo se encuentra en
los recursos personales, las potencialidades, la fuerza, el espíritu de lucha,
la inteligencia y, fundamentalmente, en las ganas de superación, sino también
en los recursos que se hallan en su entorno: su familia, los grupos
secundarios, sus amigos, etcétera (Cyrulnik,
2007; Ospina-Alvarado, Varón Vega y
Cardona Salazar, 2020). Walsh (2004)
también refiere que para comprender la resiliencia, además de contar con una
perspectiva del desarrollo individual y familiar, se debe tener en cuenta el
ciclo vital (Walsh, 2004). Los niños
que han llegado a convertirse en adultos resilientes son aquellos a los que se
les ha brindado ayuda para dar sentido a sus heridas (Cyrulnik, 2003). Esto último muestra
cómo los llamados períodos de vulnerabilidad pueden volverse ventanas de
oportunidad, por lo que podrían considerarse, más ampliamente, períodos de
sensibilidad (Leighton, Botto, Silva,
Jiménez y Luyten, 2017).
Todos los conceptos antes mencionados correlacionan variables
que obligan a salir del dualismo cartesiano, por ser, a la vez, seres
biológicos y sociales. O sea que el impacto del contexto no solamente afecta a
la cognición y a la semántica consecuente, sino que tiene implicancias en la
biología; un campo de la ciencia el que da cuenta de ello es la epigenética.
Waddington y la mosca de la fruta
El término “epigenética” fue acuñado por Conrad H. Waddington en 1942 para
referirse al estudio de las interacciones entre genes y ambiente que se
producen en los organismos (Kaminker, 2007).
Sin embargo, actualmente se ha podido refinar esta definición en base a
estudios de biología molecular y bioquímica. La definición más comúnmente
encontrada del término epigenética, hoy en día, es el estudio de las
modificaciones bioquímicas heredables en el ADN o en las proteínas en las que
el ADN se envuelve y que, colectivamente, forman una supraestructura molecular
denominada “cromatina”. Estas modificaciones bioquímicas no implican cambios en
la secuencia de nucleótidos del ADN, pero sí alteran el equilibrio de
condensación/relajación de la cromatina, que afecta así la expresión de los
genes y, eventualmente, el fenotipo (García
Robles, Ayala Ramírez y Perdomo Velásquez, 2012).
En un sentido más amplio, la epigenética hace referencia al
estudio de todos aquellos factores no genéticos que intervienen en la determinación
de la ontogenia -la formación individual desde el período embrionario (Bedregal, Shand, Santos y Ventura-Juncá, 2010;
García Robles, Ayala Ramírez y Perdomo
Velásquez, 2012). El campo de la epigenética se ha propuesto entonces como
un puente entre las influencias genéticas y ambientales. Si los factores
ambientales generan cambios de funciones de los genes, quiere decir que pueden
producir situaciones que vulnerabilizan al ser humano y que generan tensiones,
angustias, violencia, ira, entre otras emociones. (Fusaro y Grilli, 2012; García Robles et al, 2012).
Históricamente, el estudio de la epigenética comenzó con
investigaciones centradas en combinar la genética y la biología del desarrollo
por científicos como Waddington y Ernst Hadorn, a mediados del siglo XX. El
término epigenética se deriva de la palabra griega epigénesis, que
originalmente describía la influencia de los procesos genéticos en el
desarrollo. Waddington estudiaba el efecto que el estrés ambiental provocaba
sobre ciertas características fenotípicas en la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster y observó que un fenotipo
inducido por una exposición ambiental (el estrés), podía ser genéticamente
fijado luego de algunas generaciones, de forma tal que la exposición ambiental
ya no fuera necesaria para la expresión de ese fenotipo. Este proceso
evidenciaba un nuevo mecanismo evolutivo y fue denominado asimilación genética
(Waddington, 1959).
Durante la década de 1990 se produjo un renovado interés por
entender los mecanismos moleculares que explicaban las observaciones de
Waddington. Desde entonces, comenzaron a entenderse los mecanismos epigenéticos
relacionados con este tipo de cambios. Actualmente, la metilación del ADN es
una de las modificaciones epigenéticas más ampliamente estudiadas, y que inició
su protagonismo con estudios realizados por Griffith
y Mahler en 1969 que sugirieron que la metilación del ADN puede ser
importante en la función de la memoria a largo plazo (Griffith y Mahler, 1969).
El estudio de nuevos mecanismos epigenéticos y el renovado
interés en los efectos ambientales sobre el desarrollo de enfermedades ha
llevado a nuevos hallazgos sobre la relación entre los cambios epigenéticos y
una serie de enfermedades y trastornos que incluyen: varios tipos de cáncer,
trastornos inmunitarios, desórdenes metabólicos, trastornos de alimentación, y
diversos trastornos neuropsiquiátricos (Knight,
2015).
El contexto no solo impacta por situaciones críticas y
estresantes, sino que también hay una serie de químicos que actúan como
interruptores que activan o desactivan a los genes. Por ejemplo, hay factores
ambientales, costumbre y hábitos, tabaquismo, dieta, drogas y alcohol, formas
de alimentación, estilos de crianza, que pueden tener su traducción en el
impacto sobre los genes (Knight, 2015).
La epigenética podría dar respuestas acerca del porqué sobre un mismo hecho
alguien se enferma y sintomatiza, mientras que alguien permanece sano.
Las bases de la
epigenética
Como ya se ha mencionado, todas las células de un organismo
tienen ADN en su núcleo. El ADN es una larga doble cadena de eslabones
(nucleótidos), conocidos como A, T, C y G, que posee regiones que conforman
genes. A toda la información contenida de esta forma se le conoce como genoma.
En este alfabeto de letras (A, T, C y G) se encuentra codificada la información
para que se produzcan ARN y proteínas, los productos de los genes. Sin embargo,
la producción (o expresión) de ARN y proteínas no está activa en todo momento,
sino que está finamente regulada por factores internos y externos. Por esta
razón, si bien todas las células del cuerpo tienen un genoma idéntico, algunas
de ellas pertenecen al hígado y otras, al cerebro, cada una con características
muy particulares y diferentes entre sí. Que una célula sea de hígado o de
cerebro depende de los patrones de expresión de genes (cuáles están activos y
cuáles están inactivos) y no de su genoma, el cual es, prácticamente, idéntico
en todas las células de un organismo (Felsenfeld,
2014).
La epigenética, como ya se ha dicho, puede definirse como el
estudio de los cambios heredables, a nivel celular, en la expresión del genoma,
sin que se altere la secuencia de ADN subyacente. Si el genotipo se puede
observar mediante un estudio genético, el fenotipo resulta de la ecuación entre
genes y ambiente (GENES + CONTEXTO = FENOTIPO), con lo cual el fenotipo puede,
por ejemplo, verse en el humano mediante el desarrollo de conductas (Felsenfeld, 2014).
En resumen, la epigenética constituye la base de los cambios en
el fenotipo sin que se altere el genotipo, y comprende los procesos que suceden
en las células para que los genes se expresen o se repriman. La activación o
inactivación de la expresión génica, es decir, de la producción de ARN y
proteínas a partir de un gen, depende de numerosos factores, algunos de los
cuales se mencionan a continuación.
Existen dos principios que permiten que se dé la regulación de
la expresión génica a través de modificaciones en el ADN. Estos son: (1) la
modificación de la estructura del ADN y (2) la modificación de marcas
activadoras o represivas.
1) La larga molécula de ADN no se encuentra “desnuda” en el
núcleo de la célula, sino que está compactada y se enrolla en un tipo
particular de proteínas llamadas histonas. A la estructura que forman en
conjunto el ADN y las histonas se la denomina cromatina. La expresión de un gen
puede regularse según el grado de compactación de la cromatina.
2) Tanto las histonas como la molécula de ADN en sí son capaces
de unir grupos químicos (por ejemplo, grupos metilos o acetilos) que pueden
modificar la afinidad con la cual se unen a factores proteicos que activan o
inhiben la expresión génica. A su vez, dichos grupos químicos –marcas– pueden
promover la compactación o la descompactación de la cromatina, y puede promover
o inhibir la expresión (Tollefsbol, 2017).
Epigenética, ambiente y herencia
Si bien la regulación de la expresión génica por mecanismos
epigenéticos ocurre de forma natural y constante en el organismo en desarrollo,
también puede estar influenciada por factores ambientales, como la edad, el
estilo de vida, los estados de salud o las relaciones sociales. La epigenética,
es decir, estos cambios químicos que se producen sobre la molécula de ADN y
alteran la expresión de los genes, es altamente susceptible a cambios
ambientales, lo cual facilita la adaptación de los organismos a su medio. A
diferencia de los cambios que ocurren en la secuencia de ADN, los cuales llevan
varias generaciones y la acción de mecanismos evolutivos, los cambios
epigenéticos se producen constantemente dentro de las células y generan cambios
reversibles en los individuos a lo largo de su vida, produciendo cierto grado
de plasticidad en el fenotipo.
Durante mucho tiempo, se pensó que para que un cambio fuera
heredable tenía que plasmarse en la molécula de ADN, por lo que los cambios
epigenéticos no podían ser heredables. Esto se debía a que las marcas
epigenéticas eran borradas durante la generación de gametos, es decir, los
óvulos y los espermatozoides. Sin embargo, pese a que se trata de un campo
abierto a nuevos resultados y descubrimientos, recientes evidencias señalan que
no todas las marcas son borradas (Fu,
Zhang y Zhang, 2020). Más aún, hoy en día se agregaron otros sistemas de
herencia al histórico sistema de herencia basado en el ADN. Es así como las
vivencias de una cría de ratón durante los primeros años de vida pueden afectar
su comportamiento de adulto, lo cual constituye un nuevo sistema de herencia
basado en lo conductual (Jablonka y Lamb,
2005). La conexión entre estas vivencias y el futuro comportamiento está
basada en la epigenética. Esa programación de un ser vivo durante el desarrollo
temprano que lo adapta para un ambiente particular, hoy en
día se sabe que está mediada por mecanismos epigenéticos (Heijmans et al., 2008; Heindel y Vandenberg, 2015; Swartz, Hariri y Williamson, 2017; Weaver et al., 2004b).
Además, durante el desarrollo se establecen las estructuras que
permitirán controlar a nivel hormonal algunas conductas humanas, como por
ejemplo el manejo del estrés. Se ha encontrado evidencia de que las crías de
ratas que recibieron poco cuidado materno manejan peor su estrés durante la
adultez, es decir, presentan un estado similar a la ansiedad (sobresalto,
nerviosismo, miedo). Ante una situación de estrés, se activa el eje
neuroendócrino hipotálamo-hipófisis-adrenal (HPA), lo cual produce una
liberación de glucocorticoides (cortisol en los humanos; corticosterona en los
roedores). Esta hormona produce una serie de cambios químicos que preparan al
cuerpo para huir o pelear. Como toda respuesta homeostática, sería dañino para
el cuerpo mantenerse en ese estado de alarma durante tiempos prolongados, por
lo que el eje HPA tiene un cierre, mediado por la recaptación y eliminación de
los glucocorticoides. Una de las moléculas responsables de cerrar este ciclo es
el Receptor de Glucocorticoides (GR, por sus siglas en inglés). La razón por la
que las ratas a las que se dispensó un menor cuidado materno manejan peor su
estrés, se debe a que el gen de GR, en el cerebro, se encuentra con un mayor
grado de metilación a nivel del ADN (uno de los mecanismos epigenéticos ya
mencionados), que las ratas que recibieron un alto cuidado materno. Al aumentar
la metilación del gen de GR, esta proteína disminuye su expresión hace menos
efectivo el cierre de la respuesta a estrés organizada por el eje HPA, y genera
el estado similar a la ansiedad. De esta forma, las ratas de bajo cuidado son
programadas para estar más alertas en un ambiente que se percibe más hostil
dado que la madre puede dispensarle un menor cuidado. De esta forma, la
epigenética está mediando una adaptación fisiológica al medio de la vida
temprana que prepara el individuo para la vida adulta (Weaver, 2009).
En síntesis, las crías de ratas que reciben alto o bajo cuidado
de sus madres desarrollan diferencias epigenéticas que afectan su respuesta al
estrés más tarde en la vida. Notablemente, cuando las crías hembras se
convierten luego en madres, las que recibieron atención de alta calidad se
convierten en madres de alto cuidado materno, mientras que las que recibieron
atención de baja calidad se convierten en madres de bajo cuidado materno. El
comportamiento de crianza en sí mismo genera marcas epigenéticas sobre el ADN
de las crías, sin ser transmitidos por el óvulo o esperma de los padres.
Además, cuando se realizan experimentos de adopción de ratas a las que se les
dispensó un alto o bajo cuidado materno, se observa que la metilación del gen
de GR depende del nivel de cuidado y no de la madre biológica (Weaver et al., 2004a).
El funcionamiento del eje HPA y la respuesta a estrés puede
trasladarse a los humanos y relacionarse con los conceptos de vulnerabilidad y trauma.
La atribución cognitiva que se coloca en un hecho hace que este tenga una
repercusión emocional determinada en la persona y con ello un desencadenamiento
comportamental. Si la emocionalidad es perturbante se constituye en una
situación de estrés, con la activación del eje HPA, que inunda el torrente
sanguíneo de cortisol. Este proceso alostático es la base del mecanismo de
adaptabilidad de los humanos a los impactos traumatizantes. Pero si la
situación continúa impactando, la alostasis se sistematiza y genera un circuito
alostático que produce una carga residual que termina disfuncionando el
organismo (Cordeiro de Sousa, Silva y
Galvão-Coelho, 2015; Pilnik, 2010).
Mientras que la situación perdure y no se coloque un límite que
genere un cese de la perturbación, indefectiblemente a la carga alostática se
la confronta con un emergente sintomático en pos de alejarse del estímulo
desequilibrante: desde contracturas, anginas a repetición, accidentes,
dermatitis y alopecia, enfermedades autoinmunes, hasta isquemias miocárdicas,
accidentes, cáncer, depresión, entre otros factores de freno (Celis y Ceberio, 2015).
Otro ejemplo en que se evidencia la importancia de la
epigenética durante el desarrollo es en la diabetes gestacional. Los mamíferos
pueden experimentar un tipo de diabetes generada por la exposición a ciertas
hormonas durante el embarazo, conocida como diabetes gestacional. Cuando la
madre tiene este tipo de diabetes, el feto en desarrollo está expuesto a altos
niveles de glucosa. Los niveles altos de glucosa desencadenan cambios
epigenéticos en el ADN de la hija, lo que aumenta la probabilidad de que
desarrolle diabetes gestacional ella misma en el futuro, lo cual también
constituiría una forma de herencia epigenética independiente de las gametas (Elliott, Sharp, Relton, y Lawlor, 2019).
En el ejemplo de la programación in utero
derivada de la hambruna holandesa ya referido, resulta interesante destacar
estudios posteriores que buscaron entender los mecanismos moleculares que
pudieran subyacer a los efectos metabólicos de haber sufrido privación
nutricional durante la gestación. Se encontró que el factor de crecimiento
insulínico tipo II o factor de crecimiento semejante a la insulina tipo II
(IGF2, por sus siglas en inglés), importante hormona reguladora de la
proliferación, crecimiento, migración y diferenciación celular (Bergman, Halje, Nordin, y Engström, 2013),
presentaba una menor metilación del gen en la descendencia debido a la
exposición a la hambruna durante su vida intrauterina (Heijmans et al., 2008). El efecto
temporal de la hambruna mostraba que aquellos individuos afectados por la
privación de alimento durante los primeros períodos del desarrollo (primer trimestre
de embarazo), presentaban la mencionada disminución en la metilación de IGF2,
mientras que aquéllos que habían sido expuestos durante las últimas etapas del
desarrollo intrauterino (último trimestre de embarazo) no se veían epigenética
o fisiológicamente afectados (Heijmans et
al., 2008). Estos resultados resaltan nuevamente la importancia de los
períodos críticos del desarrollo para pensar en los efectos de las exposiciones
ambientales y en su potencial herencia a las siguientes generaciones.
Conclusiones
El intrincado mundo de los sistemas no solo revela el cuadro que
enmarca a determinadas situaciones, sino que muestra el impacto que puede
producir sobre la biología. Pero esta misma disquisición, puede aplicarse al
universo de los organismos vivos. El genoma es un sistema organizado a través
de interacción con proteínas como las histonas, que conforman la cromatina con
diferentes grados de condensación y accesibilidad a la información genética por
medio de modificaciones bioquímicas como la metilación y la acetilación. El
punto de unión de estos dos universos, el biológico y el social, el puente que
cruza y que los atraviesa, podría ser la epigenética.
Cabe pensar entonces si es necesario continuar pensando en dos
fracciones, y hacer honor al binarismo, o se debe romper con tal dicotomía y
pensar en una unidad, porque al fin de cuentas, al hablar de puente se están
reconociendo la existencia de dos partes. ¿No será tiempo de comenzar a romper
puentes y pensar al objeto de estudio como una unidad? Las influencias del
contexto, las atribuciones semánticas que el cerebro humano le otorga a tales
hechos, las emociones y la activación de glándulas de secreción endócrina, la
revolución de los neurotransmisores, las acciones comportamentales que
encuentran retroalimentación, que a su vez impactan sobre las conductas
emitidas, hacen un todo complejo. Una verdadera polifactorialidad.
La epigenética podría explicar la relación entre esa diversidad
de factores y ayudar a entender la unidad en la que ellos confluyen. Es la
posibilidad de poder darle sentido al porqué frente a un mismo estímulo, hay
comportamientos diversos, hay reacciones sintomáticas en algunas personas y en
otras, ningún comportamiento anómalo. En este territorio donde se pueden
encontrar algunos de los fundamentos expuestos.
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